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Una nación es un Estado de Derecho con un territorio objetivo

Redacción




Noruegos en Alfaz del Pí, celebrando su fiesta nacional. /Foto: beninoticias.com.

Enrique de Diego.

La ignorancia sobre cuestiones básicas se ha extendido tanto por España que es preciso hacer pedagogía. Una nación no es, en ningún caso, una construcción imaginaria, ni tampoco un conjunto de sentimientos, pues esto último haría imposible cualquier convivencia.

Una nación no es la nostalgia de la tribu sino consecuencia de un proceso histórico, que entraña el desarrollo de regularidades. Ernst Renan establecía como una de las bases de la nación el «plebiscito de los siglos«, una narrativa común, que permite la comunicación; plebiscito que entraña hazañas y sufrimientos comunes y también olvidos, decía Renan. En ese sentido, forman parte de la narrativa común Leovigildo, San Isidoro de Sevilla, don Rodrigo Ximénez de Rada, Wifredo el Velloso, los Berenguer, la carga de los tres reyes en Las Navas, Jaime I, Blas de Lezo, el tambor del Bruc, Agustina de Aragón, los héroes de Gerona o Juan Prim cargando con los voluntarios catalanes en Castillejos. Y también Rafael Casanova que era un patriota español austriacista.

Prim, con los voluntarios catalanes, en la carga de Castillejos.

España tiene una historia común que justifica y hace inteligible que la nación sea preexistente a la Constitución. La Constitución no es el pacto fundacional, sólo su plasmación temporal. Ir contra ésta Constitución no es necesariamente ir contra la unidad de España. Hay repúblicos muy patriotas. España, por supuesto, no es patrimonio de ninguna familia.

La diversidad es la autodestrucción para justificar la utopía de un gobierno mundial

Históricamente, España se ha construido alrededor de la religión católica, como elemento clave de su identidad, y durante ocho siglos, contra el islam. En la medida en que el cristianismo se ha debilitado, las fuerzas centrífugas secesionistas se han incrementado, y es claro que las primeras construcciones nacionalistas separadoras son consecuencia del fracaso del carlismo y del tradicionalismo católico que representaba. Aunque actualmente los nacionalismos sediciosos han mutado, de manera invertebrada e incongruente, hacia la multiculturalidad y lo que llaman diversidad, que no es la base de ninguna nación posible sino de la autodestrucción interna y, en último término, de la justificación de un gobierno mundial.

Las naciones que se articulan en torno a una identidad, respetando la pluralidad; que tienen condiciones de homogeneidad -étnica, cultural, religiosa, de tradición- son más fuertes y entrañan una mayor seguridad para todos y una mayor fuerza vital. Lo estamos viendo en naciones del Centro de Europa como Polonia y Hungría. En el caso de Estados Unidos el crisol de razas, dentro de latentes conflictos, que han emergido con frecuencia, se basa en la cohesión religiosa en torno al cristianismo y en el patriotismo, del que la bandera y el himno son símbolos respetados y claves en el proceso educativo.

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El derecho de autodeterminación no existe, debe ser desechado

El llamado derecho de autodeterminación debe ser desechado por su inconsistencia intelectual y por su fracaso práctico. No existe, pues se trataría de un derecho colectivo o del grupo. Es en sí un proceso totalitario. No tiene ni base ni lógica, siendo profundamente antidemocrático, pues es interminable: tendrían que poder autodeterminarse cada ciudad, cada barrio, cada manzana, cada inmueble, cada familia y cada persona. La reducción al absurdo es la autonomía individual, que preconizan los neoliberales a la violeta -en las antípodas de los liberales que fueron vector de patriotismo- que han quedado atenazados en galimatías cartesianos. Cada individuo podría declarar la república independiente de su casa.

En el terreno práctico, el llamado derecho de autodeterminación fue abundantemente utilizado en los procesos de descolonización tras la segunda guerra mundial. África es un continente desolado por ese falso derecho cuyos efectos perversos aún continúan, pero que desde el principio se tradujo en guerras, genocidios y una tendencia compulsiva a los gobiernos unipartidarios.

Una nación puede ser considerada como una unidad de destino en lo universal, tal y como la definió José Ortega y Gasset, y asumió José Antonio Primo de Rivera. Es decir, que tenga objetivos comunes, un proyecto nacional. Pero en sí es suficiente la convivencia.

En ese sentido, el mínimo común denominador de una nación es que es un Estado de Derecho con iguales derechos y deberes para los nacionales. Y lejos de cualquier esquema basado en los sentimientos, delicuescentes y cambiantes (las zonas más carlistas suelen coincidir ahora con las más separatistas), es preciso recurrir a hechos objetivos y el más claro es la delimitación de un territorio, donde ese Estado de Derecho funciona y asegura derechos y deberes.

La integridad territorial debe ser salvaguardada

En ese sentido, la integridad territorial ha de ser salvaguardada, pues en otro caso se cae en la dinámica destructiva de lo que con papanatismo democrático y beatería relativista se afirma como derecho a decidir. Quien no quiera formar parte de la nación no es obligado a permanecer en su territorio; puede salir por las fronteras en cualquier momento, sin mayor problema. En otro caso, ha de respetar el marco jurídico de convivencia y la integridad territorial. Uno pueden sentirse marciano y autodeterminarse, según la confluencia en la estupidez de los nacionalismos sediciosos y los liberales globalistas (al parecer, enamorados de Liechtenstein).

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La nación permite la pluralidad, pero no la diversidad, aunque de manera fatua se insista en ello. La pluralidad se refiere a las diferencias de las personas y a sus libres opiniones, dentro de la normas de recto comportamiento comunes. La diversidad es la pretensión de que puede constituir y convivir en una nación comunidades yuxtapuestas, ámbitos cerrados que disgregan las naciones y marchan hacia el conflicto. Cataluña, de hecho, está en un proceso autodestructivo que se trata de ocultar por una clase política en plena huida hacia adelante, porque Cataluña no es hoy una comunidad moral, sino una sociedad en conflicto, en la que un grupo trata de cercenar los derechos de otros, contando con el respaldo subvencionado de los llamados nous catalans, que ni pertenecen a la narrativa común ni -como es notorio en fechas recientes- están dispuestos a respetar la pluralidad. Los terroristas de Las Ramblas, Cambrils y Alcanar hablaban catalán y eso no les convertía en catalanes sino directamente en genocidas de los catalanes autóctonos. Cataluña no es Eslovaquia, ni tampoco Quebec ni Escocia. No se exige la lealtad a España, sino el respeto a la convivencia.

«Derecho a decidir» en Alfaz del Pí

En Alfaz del Pí, localidad de la provincia de Alicante, hay una amplia población de nacionalidad noruega, establecida en urbanizaciones donde mantienen sus costumbres, celebran sus fiestas nacionales y reciben la visita de políticos de su nación para recabar su voto. Eso no significa, como plantearían liberales globalistas con sus galimatías y su falta de raciocinio, como Juan Ramón Rallo, que pudieran autodeterminarse, independizarse o bien considerar esas urbanizaciones como territorio noruego. Eso sería la plasmación también de la estupidez supina del profesor de Políticas -una Facultad que no sirve para nada- Pablo Iglesias y la chusma podemita.

El territorio es un hecho objetivo. A él hay que remitirse.