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Marxismo racista (1)

Redacción




«Marcha de mujeres» tras la toma de posesión de Donald Trump. /Foto: elpais.com.

Enrique de Diego.

Cuando cayó el Muro de Berlín, 1989, uno de los efectos colaterales fue dejar en evidencia y aparente fuera de juego al conjunto de las universidades occidentales, y específicamente a su inútil entramado de facultades de las mal llamadas ciencias sociales, que habían hecho del marxismo «científico» su doctrina oficial. Esos profesores, que no habían enseñado más que mentiras y groseros errores como verdades manifiestas, deberían haber abandonado sus cátedras.

Desconcertados en un primer momento vendieron que puesto que ellos se habían equivocado es que no existía la verdad y se abría la etapa de las postideologías, la postmodernidad y el relativismo (moral y cultural). Esas fueron las ideas de urgencia de Jacques Derrida, Gilles Deleuze o Gianni Vattimo. Se necesitaba una idea sustitutoria y de repente empezaron a llegar ecos de que en las universidades norteamericanas se estaba imponiendo -de manera muy coactiva- un lenguaje nuevo para transformar la realidad. En sus primeros compases, resultaba hilarante por la estupidez que entrañaba.

Lo que han hecho ha sido un detritus de marxismo con el que están tratando de echar abajo una civilización milenaria. Así, en el terreno de la llamada ideología de género han cambiado capitalista por heterosexual y capitalismo por heteropatriarcado -las feministas lésbicas lo sitúan como una realidad ubicua y mutante-. Los homosexuales, con la sopa de siglas LGTBI, son el proletariado oprimido, al que suman, por el artículo 33, a todas las mujeres, para parecer una mayoría, cuando son una minoría exigua.

También utilizan esquemas marxistas, en descomposición, para imponer el nuevo racismo antiblanco. Nunca había habido gente tan racista como los que se presentan como antiracistas y la consecuencia es que están fragmentando las sociedades, llevándolas al conflicto. El blanco es equivalente al capitalista opresor, mientras el negro, el árabe-musulmán, el asiático son equivalentes al proletario.

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Aunque Karl Marx seguramente se hubiera quedado sorprendido ante estos delirios, no es baladí olvidar que el marxismo es una ideología justificativa del odio en gran escala, de forma que la violencia ha de ser ejercida contra el hombre blanco, heterosexual, que es el capitalista. Y esa violencia y ese odio cada día se descarga desde los medios, desde la política y se administra desde una Justicia ideologizada, que ha perdido toda noción moral del Derecho.

No es una exageración indicar que la lógica del proceso, que conlleva una parusía satánica de gobierno mundial, es el exterminio del hombre blanco, como paso previo a la extinción de la especie.

Es preciso que la mayoría se defienda de este destructivo delirio luciferino.