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Machado y la ignorancia del independentismo

Redacción




Antonio y Manuel Machado. /Foto: andina.com.pe.

Fernando Alonso Barahona.

Sin Manuel Machado (1874-1947) y sin Borges no es concebible la poesía española del fin de siglo. Su huella es perceptible en Julio Martínez Mesanza, Miguel d’Ors y Jon Juaristi, la tríada capitolina de nuestra lírica contemporánea. Su rastro es luz y orienta a los más jóvenes por el oscuro bosque de la creación literaria. A Borges ya me he referido en esta misma sección. De Manuel Machado poco puedo decir salvo que, en compañía de Federico García Lorca, me parece el poeta español más genial de este siglo”.

Luis Alberto de Cuenca

 

El Ayuntamiento de Sabadell en un ejercicio de ignorancia y odio independentista – esa formidable mentira histórica- ha encargado y pagado con dinero público una especie de estudio en el que algún indocumentado propone la desaparición de las calles dedicadas a genios de la literatura como Quevedo o artistas como Goya.

 Entre los artistas expulsados por españolistas aparece nada menos que Antonio Machado, uno de los grandes poetas del siglo XX e ilustre republicano además.

Las barbaridades de la ignorancia no merecen ser tenidas en cuenta aunque por desgracia manchen el buen nombre de la ciudad de Sabadell.  Para provocar un poco más a los desdichados autores del estudio merece la pena recordar que aparte de Antonio Machado, su hermano Manuel merece igualmente el recuerdo y el homenaje.  Dos grandes poetas españoles que colaboraron juntos en varios proyectos teatrales y mantuvieron siempre una emotiva y cordial relación familiar. Sin embargo, la guerra civil rompió sus familias y tras ella el sectarismo cultural de no pocos ha desembocado en el recuerdo merecido pero omnipresente de Antonio, frente al olvido de Manuel.

Jorge Luis Borges, más ingenioso que los críticos y conocedor de que Manuel Machado es para la historia ‘el hermano de Antonio‘, metió el dedo en la llaga al responder así a un periodista: «¿Dice usted Antonio Machado? ¡No sabía que Manuel tenía un hermano!».

 Manuel Machado nació en Sevilla en 1874 y murió en Madrid el 19 de enero  de 1947. Antonio nació un año después en 1875 y falleció en el exilio de Colliure (Francia) el 22 de febrero de 1939. La familia se componía además de los dos ilustres poetas de cuatro hermanos  más: José, Joaquín, Francisco y Cipriana. Es poco conocido y merece la pena recordar que Francisco aparte de funcionario del cuerpo de prisiones escribió también relatos y poemas a la sombra de sus dos hermanos geniales.

Manuel Machado, como su hermano Antonio, estudió  en la Institución Libre de Enseñanza. Practicaron juntos una vida bohemia en Madrid. Manuel terminó la licenciatura en filosofía y letras, comenzó a publicar poemas en la estela de Rubén Darío, Amado Nervo, Juan Ramón Jiménez e incluso llevó una vida cosmopolita en París que le serviría de agudo contraste con su sentido sentimiento popular, andaluz y español. Contrajo matrimonio en 1910 con su prima Eulalia Cáceres, mujer profundamente religiosa y juntos regresaron a Madrid. Manuel obtuvo el puesto de director de la Biblioteca Municipal en Madrid, entre otras plazas relevantes. La llegada de la República despertó ilusiones pero enseguida se retrajo a su mundo interior abandonando toda expresión de vida política, al contrario que Antonio que colaboraría con la Segunda República de forma activa y profunda.

Como tantas otras familias españolas, los Machado fueron heridos por la guerra civil. Antonio, José (pintor y dibujante), Joaquín (funcionario) y Francisco se refugiaron en Valencia en 1937, a instancias de Alberti. Manuel quedó en Burgos, zona nacional. En 1936 Manuel y Eulalia habían ido a Burgos a visitar a una hermana de ella y allí les sorprendió la guerra civil y la separación definitiva de su hermano. La guerra tocaba a su fin en el inicio de 1939 con la ya segura derrota del bando republicano. Antonio, acompañado por José, Joaquín y la madre hubo de cruzar la frontera francesa. Muy pronto murió en Colliure el 22 de febrero de 1939. José y Joaquín se exiliaron en Suramérica. Manuel Machado consiguió que Francisco volviera a España sin riesgo para su vida y reingresar en el Cuerpo de Funcionarios de Prisiones donde sería adscrito  a cargos burocráticos de escasa relevancia. Murió el 5 de enero de 1950

Al conocer la muerte del hermano, Manuel hizo todas las gestiones hasta conseguir un salvoconducto y un coche para viajar hasta Francia. En Colliure, Manuel encontrará una tumba humilde donde yacían Antonio y su madre, fallecida tan sólo tres días después.

Durante la guerra civil, Manuel Machado colaboró en empresas culturales del bando nacional, escribió poemas en honor de Franco y uno precioso en la corona de sonetos que dedicaran a José Antonio Primo de Rivera lo más granado de la poesía de la época.  “En qué lucero, en qué sol, en qué estrella peregrina montas la guardia”.

Curiosamente en 1929, aún en la monarquía, un joven José Antonio había acudido a un homenaje en honor de los dos hermanos Machado con ocasión del éxito de su pieza teatral La Lola se va a los puertos. Allí el futuro fundador de Falange pronunció estas palabras: “dos intelectuales henchidos de emoción humana, receptores y emisores de la gracia, la alegría y la tristeza populares”.

Manuel Machado Ingresó en la Real Academia Española en 1938 siendo contestado su discurso por José María Pemán. Tras la guerra se reincorporó a su cargo de director de la Hemeroteca y del Museo Municipal de Madrid, del que se jubiló al poco tiempo. Siguió escribiendo poesía, la mayor parte de carácter religioso. Tras la muerte del poeta, en 1947, su viuda ingresó en una congregación religiosa dedicada al cuidado de niños abandonados y enfermos.

La persona del poeta y la vida de los poemas escritos confluyen siempre aunque a veces parezcan chocar. La posteridad ahonda en la obra y encuentra muchos motivos de interés: La aparición de Alma (1902), Caprichos (1905) y La fiesta nacional (1906) le consagró como una de las figuras más sobresalientes de la nueva poesía. Pronto su modernismo cosmopolita inspirado por Rubén Darío se tiñe de ese indefinible talante andaluz y popular que caracteriza sus mejores composiciones.

En 1906 publicó Caprichos, y en 1909 reunió una serie de poemas sobre la vida nocturna y prostibularia, con un estilo personal que mantiene hoy todo su atractivo, en el libro El mal poema:


“Yo, poeta decadente, 
español del siglo veinte, 
que los toros he elogiado, 
y cantado 
las golfas y el aguardiente…, 
y la noche de Madrid, 
y los rincones impuros, 

y los vicios más oscuros 
de estos bisnietos del Cid”

Ese yo poético entreverado de goce estético y a la vez de melancolía alcanza su mejor expresión en estos bellos versos que constituyen una de las cimas de la poesía española de su siglo:

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer…
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!

En contraposición a ese estilo de hermosa decadencia entre Rubén Darío, el primer Juan Ramón o Delmira Agustini, brilla otra de sus composiciones maestras: Castilla, dedicado al Cid y en el que uno imagina a Charlton Heston en la obra maestra de Anthony Mann acercándose a la posada con Sofía Loren donde una niña se les acerca para decirles que no les pueden ayudar (aunque después les mostrará una forma de eludir la orden del rey).    

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga.

Dean Simpson escribió acerca de los dos hermanos Machado:

Manuel es el andaluz atrevido; Antonio el castellano reservado. Manuel es el modernista urbano con una propensión por lo pasajero, lo abúlico; Antonio es el impresionista rural con una honda sensibilidad poética, muy personal pero a la vez muy universal. Los dos explotan el uso del símbolo para expresar sus preocupaciones de la muerte, aunque el tema para Antonio alcanza una expresión de mayor profundidad. Para que luzca el nombre Machado para ambos hermanos habrá que reivindicar la importancia de Manuel en la historia literaria española, distanciándole de la sombra de la grandeza de su hermano, para darle el renombre que le es merecido.

Manuel Machado merece no ya el recuerdo sino la lectura y descubrimiento de su mundo interior y literario en forma de versos y poemas que tienen la magia de acariciar el alma.

Los autores del panfleto de Sabadell tienen mucho que aprender .