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Cataluña es un polvorín y estallará

Redacción




Manifestaciones a favor y en contra de la Guardia Civil en Barcelona. /Foto: lavanguardia.com.

Enrique de Diego.

Nunca una nación había sido llevada al conflicto con tan flácida frivolidad y con dirigentes tan irresponsables, acomplejados e inconsistentes. Cataluña es un polvorín y estallará. Mientras una España descomprometida goza de las vacaciones estivales, de este agosto inhábil y playero, la cuenta atrás continua hacia ese fatídico 1 de octubre, que todos los autores viven como una farsa, como una polémica retórica, cuando es una tragedia. Evitable, desde luego, si el problema se hubiera cortado de raíz en sus primeros compases.

Carles Puigdemont, un personaje menor y mediocre, que ha depredado las subvenciones de la Generalitat, aspira ahora a entrar en el martirologio separatista. «La mejor manera de garantizar que no iré a la prisión es que el referéndum sea un éxito«. En prisión debería llevar bastante tiempo. Este petimetre alelado está llevando a Cataluña a la guerra civil. Se está extendiendo la presión contra la Guardia Civil, batasuzinando el ambiente. Los sectores más radicales y violentos de la CUP campan por sus respetos. Ya hay un exilio interior y económico. Natur house se traslada a Madrid y su presidente, Félix Revuelta declara que «en Cataluña la situación política es muy complicada».  Se ha perpetrado una depuración, una purga de los tibios y los inseguros, para fortalecer al equipo de la Generalitat de cara a su entrada decidida en el terreno del delito de sedición.

Enfrente, un presidente del Gobierno pusilánime que, según algunas fuentes, confía ¡en los mossos d’ esquadra!  Mientras, en la policía autonómica está desatada una auténtica caza de brujas para detectar a posibles colaboradores del Cuerpo Nacional de Policía y su nuevo director general, Pere Soler dice que no se siente constreñido por ninguna legislación española sino sólo por la «Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea». Rajoy, quien sin duda debería ser juzgado por alta traición, podía haber evitado esta situación extrema negándose a asistir a la quebrada Generalitat con el Fondo de Liquidez Autonómica, pero siempre temeroso de parecer poco dialogante, siempre atenazado por sus infinitos complejos, se ha dedicado a salvar, una y otra vez, a la Generalitat de su marasmo: no hubiera sido necesario intervenirla, hubiera bastado con dejarla quebrar. Pero el inútil de La Moncloa se encastilló en el falaz argumento de que ayudaba a los catalanes cuando lo estaba haciendo a sus dirigentes levantiscos.

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La secesión no es un pic nic, ni unos juegos florales, ni un evento para ser retransmitido por la oficialista TV 3. Es el preludio a un genocidio, en el que serian expulsados o discriminados o exterminados cuantos se opusieran al designio de las delirantes élites separatistas. No es tampoco mera cuestión de disquisición por leguleyos, atrincherado el Gobierno tras un Tribunal Constitucional al que nadie hace caso, y menos que nadie los separatistas. En el que la presencia de la Guardia Civil sería insostenible y los catalanes españoles quedarían indefensos ante el totalitarismo de los sediciosos. Las cosas se han dejado ir demasiado lejos. Se ha tardado mucho en aplicar el artículo 155, cuya puesta en práctica harán inevitables las circunstancias.

Cataluña vive una situación de guerra civil de baja intensidad que amenaza con resquebrajar de manera irreversible la democracia y la convivencia.