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Hernán Cortés, el libertador

Redacción




El gran Hernán Cortés. /Foto: history.com.

Enrique de Diego.

Los hombres en el devenir humano de la talla de Hernán Cortés se cuentan con los dedos de una mano. Entre los grandes, pertenece a la saga de los que unieron dos mundos, como Alejandro Magno, y de los libertadores, como George Washington. España no le da el tributo que se merece. Y buena parte de los problemas históricos de México provienen de la resistencia a reconocerle como el padre del México actual.

Es personaje para muchos y extensos comentarios, pues la conquista del imperio azteca fue epopeya sin parangón. Aquí sólo se trata de entrar en sus motivaciones y resaltar su carácter de libertador a raíz del descubrimiento arqueológico de la torre de las calaveras de Tenochitlán, donde se amontonan las de los sacrificados a los dioses.

Hernán Cortés era personaje pudiente en la colonia de Cuba, que se juega su hacienda para ir a México, invirtiendo todo en la expedición, precedente del encallar las naves para que no haya marcha atrás. Hay en él como un estallido de madurez que no es del todo previsible en su biografía. Marcha, con una fuerza ínfima (400 infantes, 15 de caballería y 6 cañones) para la tarea, acicateado por el afán de poder, honores y oro. Una fiebre, por cierto, que no es española, sino general y que, por ejemplo, fue determinante en el surgimiento del Estado de California. Por supuesto, Hernán Cortés no tiene duda alguna del derecho de conquista. Los aztecas son un imperio opresor, que expolia a los pueblos, sometidos por violencia, lo que será aprovechado por Hernán Cortés, en cuyo ejército lucharan nutridos componentes tlaxcaltecas y totonacas, sin los que la conquista no hubiera sido posible.

Varios de los cráneos hallados en la torre.

Hernán Cortés, hombre carnal, que tendrá once hijos de dos matrimonios y un total de seis relaciones, y que unirá su sangre no sólo con La Malinche sino también con las hijas de Moctezuma, en originario mestizaje, tiene clara su misión evangelizadora. Tan clara que le resultan insoportables los sacrificios humanos. Un espectáculo dantesco en el que de la víctima sujeta el sacerdote, con el pelo maloliente de la sangre reseca, saca el corazón palpitante con el cuchillo de obsidiana. Luego se tira el cuerpo para que sea comido. Cortés se lo juega todo, subiendo con sus hombres a derribar esos ídolos sanguinarios. Es lo primero que hace en Tabasco, donde se le entregan veinte esclavas, entre ellas la inteligentísima Malinche, vendida como esclava por sus padres y seguramente destinada a ser sacrificada.

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Los sacrificios, por lo general, se perpetraban en prisioneros de guerras, que eran constantes con esa finalidad, y en adolescentes de pueblos sometidos, con lo que eran una forma extrema de dominación. Esa finalidad de terror queda manifiesta cuando los prisioneros de la «noche triste» son sacrificados ante los ojos de sus compañeros.

Este carácter libertador de Hernán Cortés y sus hombres –Bernal Díaz del Castillo nos recuerda que la gesta fue colectiva- ha sido negado de dos formas. La primera, indicando que los sacrificios humanos eran una costumbre que Cortés no respetó. Una costumbre muy terrible que hace que La Malinche se sienta liberada -no es ninguna traidora, es una libertadora, igualmente- y que los pueblos combatan contra los aztecas y que protestan ante Cortés porque no mate a los prisioneros.

La otra forma ha sido negando, contra toda evidencia, la existencia de esos sacrificios humanos. Un equipo de arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México ha descubierto recientemente una torre cilíndrica creada a partir de más de 650 cráneos y miles de fragmentos humanos junto al Templo Mayor.

La torre, hallada cerca de la Catedral Metropolitana de Ciudad de México, uno de los lugares de culto más importantes del país, tiene seis metros de diámetro y cuenta con calaveras de guerreros rivales, pero también de mujeres y niños, según ha revelado el equipo de investigación.

Por norma general, los aztecas decapitaban a las víctimas de sus sacrificios humanos. Una vez hecho esto, los sacerdotes, tras hacer agujeros en los cráneos, los colgaban unos junto a otros creando una torre. Este tipo de torre, conocida como ‘tzompantli’, tenía como objetivo infundir el miedo en el corazón de sus enemigos, quienes se encontraban con este tipo de edificaciones. Mensaje: esto es lo que os espera.

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El interior de la torre.

Pese a que los arqueólogos han descubierto en el pasado algunos tzompantli en regiones como Chichen Itzá o Tulam nunca antes se había encontrado el más famoso de todos, el registrado por el soldado español Andrés de Tapia como Huey Tzompantli en 1521, quien aseguraba que se encontraron una torre que contaba con más de 60.000 cráneos en su estructura.

A pesar de que los arqueólogos realizaron las primeras excavaciones en 2015, no ha sido hasta dos años más tarde cuando el equipo de investigación ha descubierto los 676 cráneos y la torre de seis metros de diámetro. Según han explicado los investigadores, se trata de un hallazgo hasta ahora desconocido que obliga a reinterpretar tanto las tradiciones bélicas como religiosas de los aztecas.

Tras el hallazgo, los arqueólogos tratarán de excavar el centro de la torre con el objetivo de desentrañar sus misterios. Hasta la fecha no se sabe con exactitud qué se guardaba en el centro de estas estructuras, por lo que es uno de los próximos retos del equipo de arqueólogos.

Los aztecas no eran la reencarnación del buen salvaje de Rousseau. Eran un imperio expoliador y sanguinario. Mel Gibson en Apocalypto ha recreado magistralmente ese mundo, al que puso fin ese gran hombre que fue Hernán Cortés, marqués del valle de Oaxaca.