Enrique de Diego.
Entre los males más perversos y crueles de la superstición alópata -esa «medicina» asesina que usa la química para combatir los síntomas por lo propio y que considera al hombre un mecanismo por piezas-se encuentra el de los psicofármacos, máquina terrorífica de destruir órganos, de acabar con la luz del espíritu y de matar.
Les reto a que lean los prospectos de cualesquiera psicofármacos. Uno de sus efectos secundarios más habituales es ¡el suicidio! Y se permite su administración. Otros habituales: impotencia, pérdida de la conciencia, vómitos. Toda una panoplias de torturas, que llevan al hundimiento de la autoestima, a la autolesión y provocan rebotes de violencia o terribles síndromes de abstinencia.
Toda la psiquiatría moderna se ha convertido en una trituradora de personas indefensas, en una máquina de matar, en una suministradora de psicofármacos para que los pacientes no molesten y para que los médicos reciban los consabidos premios de viajes al Caribe para supuestos congresos, a cambio de su función criminal. Nunca la medicina se había degradado tanto como en estos tiempos, donde la deshumanización es completa y el mercantilismo, total, en general sometimiento al capitalismo biomédico.
Ya no hay en los Centro Psiquiátricos ni terapias ocupacionales ni tratamientos psicológicos, ni casas de reposo, pues nada más lejos del reposo que el infierno en que se han convertido muchos, sólo psicofármacos. Se sabe y se calla. Los enfermos mentales no importan a los políticos ni a los medios -¿cuánto lleva sin salir un reportaje sobre centros psiquiátricos?- así que se trata de mantenerlos sedados, mientras son negocio y se reciben subvencionados, hasta que mueran. ¿Cuál es la esperanza de vida de los enfermos mentales tratados con psicofármacos? Y con los malditos psicofármacos se tratan también muchas enfermedades orgánicos o trastornos de conducta.
Como me dice un psiquiatra reputado, «si funcionan, porque cuando el enfermo no los toma, los pide». Eso se llama adicción y no sanación.
Los psicofármacos no sirven para nada: sólo para destruir y matar.