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Animalismo, la estupidez completa del odio a la propia especie

Redacción




Enrique de Diego.

Cuando escuché cantar a Roberto Carlos aquello de «yo quisiera ser civilizado como los animales» me pareció una mezcla de completa cursilada y de estupidez supina, sin recorrido posible para una mente de lo que Aristóteles definió como «animal racional«. Hete aquí que, en estos tiempos en que toda estupidez pretende establecer su tiranía sobre la racionalidad, y en la que los sentimientos nunca están ordenados por la razón, el animalismo ha devenido en una de las mayores estupideces con las que se pretende demoler la civilización mediante absurdos complejos de culpa colectivos.

Nada más delirante que esas imágenes de personas que pintan de rojo su torso desnudo identificándose con el toro. Si se encontraran a un toro bravo en una dehesa no les quedaría otra que echar a correr. Este absurdo animalismo en el que se trata de establecerse la superioridad moral de cualquier especie animal y vegetal sobre el hombre no es más que una chorrada, casi siempre urbanícola, fruto de un exceso de películas de Walt Disney y de la proyección de extraños traumas.

Esto que, parece absurdo y en sí lo es, se expresa con delirante desfachatez. Un lector escribe en su comentario que «de todas las especies animales y vegetales, la única especie animal con capacidad para la crueldad y la tortura es la especie homo». Le falta lo de sapiens. El aserto espetado como dogma es una insufrible falacia. La mayoría de los hombres son gente moral, sensata y afable. Quienes se satisfacen con la tortura, de animales, por ejemplo, son psicópatas.

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La naturaleza es el ámbito de la psicopatía. Los animales, según el lector, obedecen «ciegamente su instinto de supervivencia, que incluye, por supuesto, matar sólo para alimentarse y la defensa de su territorio». Esto tranquilizara, sin duda, mucho a la gacela que agoniza en las fauces de un león o constreñida por una pitón. Los lobos matan a todo el rebaño bajo la pulsión ancestral del hambre, aunque no se vayan a poder comer todo lo que matan. Resulta muy tranquilizador que la boa inyecta el veneno para defender su territorio. El león -puestos a hacer antropomorfismos- es un psicópata que se legitima por la alimentación, porque en la caza encuentra satisfacción.

Lejos de ser el reino de Bugs Bonny o de Micky Mouse, la naturaleza se rige por el principio del más fuerte, de modo que el pez grande se come al chico, el tiburón al atún y el cachalote al tiburón. Cada día, los animales amanecen o se mueven en las sombras de la noche para sobrevivir. El animal no vive en libertad, sino determinado por sus instintos y aterrado por los peligros a los que se enfrenta en un permanente darwinismo. Un zoológico es el único sitio en el que puede vivir en paz. La naturaleza es, simplemente, terrible; es selectiva. El gato se recrea en la muerte del ratón, lo suelta y vuelve a darle con las zarpas; la muerte de la mosca en la tela de la araña es lenta y angustiosa; el oso despedaza vivo al salmón; los machos de la manada pelean hasta la muerte; el viejo o el enfermo pronto es comido. No hay asomo de piedad. Los animales no son civilizados. Los animalistas nos hablan de ellos como si fueran mascotas.

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Entrañable lector animalista, si tan mal te sientes siendo humano, dimite. A lo mejor te reencarnas en lombriz de tierra y dejas de darnos la lata. Aunque a lo mejor te reencarnas en piojo para seguir molestando…