Enrique de Diego
Charles Maurice de Tayllerand, apóstata obispo de Autun, protagonista en la revolución francesa, ministro de Exteriores con Napoleón, afirmó con nostalgia cínica que “quien no ha conocido el Antiguo Régimen no sabe lo que es la dulzura de vivir”. Quien no ha vivido durante el franquismo no conoce la alegría de vivir, era el paraíso al lado de esta mierdocracia.
Vuelvo mi mirada a mi alegre juventud, un paisaje de familias estructuradas, de gentes laboriosas generando progreso –una media anual del 7% del PIB, algunos años, el 12%-. No había divorcio y los matrimonios eran estables y, por todas partes, había seguridad y oportunidades. Estudiar no era obligatorio, sino que se exigía el esfuerzo para labrarse un porvenir. Los padres querían que sus hijos fueran más que ellos y sabían que podía conseguirse, porque era una sociedad de oportunidades.
Cuando hacías una transacción, cuando se firmaba un contrato –valía, con frecuencia, un apretón de manos- las cantidades de dinero eran las que figuraban pues nadie venía a coger un trozo de una tarta que no era suya. Las herencias se recibían sin ningún tipo de expoliación impositiva. Se podía trabajar para legar a tus vástagos y morir con la tranquilidad de haberles asegurado el futuro.
No había ni Declaración de la Renta. Nadie usurpaba una parte de tu trabajo. Los bienes no tenían Valor Añadido, no había IVA. No había Impuesto de Sociedades. El Estado se financiaba mediante impuestos indirectos, más altos para los bienes de lujo, porque el sistema tenía pocos políticos, y muchos de ellos –alcaldes y presidentes de Diputación- no cobraban. Los ministros eran gente preparada. Y toda la estructura política rezumaba honradez. Ser honrado era algo que se predicaba de continuo y se ejercía. La palabra valía. No se tenía al honrado por un estúpido o un fracasado, sino como alguien digno de confianza. La honradez era un mérito no un demérito.
Había muy poca delincuencia, solo 8.000 reclusos había en España, cuando ahora superan los 80.000 (y eso que la mayoría de los políticos que deberían haber ingresado en prisión están en las instituciones).
Solo había dos canales de televisión, pero tenían mucha mayor calidad e interés que los cientos que ahora existen para decir todos lo mismo.
Había palabras que parecían haber desaparecido del diccionario para siempre, como paro, pues había pleno empleo: 3,4% de desocupación. No se impulsaba el emprendimiento con costosas campañas de publicidad institucional sino que se establecían las condiciones para que la gente pudiera desarrollar su capacidad y crear empresa. Podías sentirse orgulloso de ser español y tenías una narrativa común y te ibas a hacer hombre cuando fueras a servir a la Patria en el servicio militar.
Mirabas al futuro con tranquilidad y esperanza, sabiendo que tu esfuerzo sería recompensado. Y toda una clase media se desplegaba hasta ser el 56% de la población, disfrutando con lo conseguido por su trabajo.
Sí, aquello era la alegría de vivir, el paraíso al lado de esa mierdocracia, sistema que selecciona a sus miembros entre los más mierdas.