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Geoestrategia demográfica: Europa está perdiendo la “guerra de las cunas”

Redacción




Inmigrantes. /Foto: blog.elpais.com

Enrique de Diego

Theodore Roosevelt, el primero de la saga, presidente de los Estados Unidos entre 1901 y 1909, provenía de holandeses y pertenecía a una de las ramas de la familia, de la bahía de Oyster. Franklin Delano Roosevelt (presidente entre 1933 y 1945) era de la rama de Hyde Park. Theodore Roosevelt era republicano, vitalista, muy aficionado a la naturaleza y la caza mayor, y un buen presidente que no tuvo que afrontar graves problemas ni conflictos y que centró su discurso en la crítica a las grandes corporaciones.

Theodore Roosevelt quería tener muchos hijos, ya que creía que “la buena sangre” debía presentar batalla a las razas inmigrantes, lo que él llamaba “la guerra de las cunas”.

Esa guerra la raza blanca europea la lleva perdiendo desde hace décadas. Plagas más letales que las de Egipto, que terminaban con el primogénito, han caído sobre las razas autóctonas reduciendo su natalidad por debajo del porcentaje de mantenimiento. Desde 2009, mueren más española nativos de los que nacen; en 2010 ya había un 30% menos de jóvenes españoles con edades comprendidas entre los 18 y los 35 años que hace solo diez años. Por cada dos bebés actuales necesitaríamos uno más para que haya relevo generacional. Cada nueva generación de españoles será entre el 30 y el 40% menos numerosa que la anterior.

En Alemania la situación es peor, porque empezó a producirse antes. Y en todas las naciones europeas las razas autóctonas decaen y disminuyen. Las estadísticas introducen, además, un elemento de mentira porque es mayor el dinamismo entre la población inmigrante y específicamente la islámica.

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Esas plagas terribles han hecho especial mella en la mujer, que había sido el pilar de la civilización. La píldora le permitió el control de su sexualidad y disociarla de la procreación, pero además su incorporación al mundo del trabajo, junto con todo el proceso de la llama liberación, y la distorsión de los valores mediante el individualismo egoísta, ha hecho una mella terrorífica en la natalidad. Añádase la difusión pareja de una cultura de la muerte, con el aborto, y de una negación de la familia, con el divorcio como plaga, para que la guerra de las cunas puede perderse por inasistencia. La mujer prefiere triunfar que ser madre. Cada vez tiene menos hijos y más tarde, sin valorar, en este vivir al día, sin compromisos, ni idea de comunidad, no se valora la soledad de la vejez.

Además, se obliga a los autóctonos a financiar las cunas de los demás en un proceso de sustitución, de forma que muchas familias inmigrantes se financian de ayudas estatales mediante su natalidad. Hasta el punto de que la tasa de fecundidad de las marroquíes es mayor en España que en Marruecos.

La primera medida lógica de este guerra de las cunas es cerrar las fronteras y deportar a los ilegales, así como eliminar todas las ayudas sociales a inmigrantes: la inmigración solo puede estar relacionada con el mercado del trabajo y, tras un tiempo de transición prudencial, quien se encuentra sin empleo ha de ser deportado: el Estado asistencial está acabando con el Estado de bienestar generado por y para los autóctonos.

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Pero el movimiento identitario de resistencia y reconquista ha de ser consciente de que es preciso un rearme moral y un resurgir vital y religioso que ponga en la más alta estima la maternidad y el matrimonio estable y que sitúe como un objetivo colectivo e individual el incremento de la natalidad: la guerra de las cunas ha de ser ganada.

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