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Carta a un psiquiatra con trazos psicopáticos

Redacción




Hospital de Elche. /Foto: cuidadosdelasheridas.com.

Yrene Calais

Hace tiempo que les desvelé a ustedes todo el infierno del Hospital Psiquiátrico Penitenciario Foncalent, donde el nefasto juez de lo Penal número 1 de Elche, José Carlos Pascual Martín, había llevado, engañando a los padres, al hijo de mi amiga, bajo una figurativa y mendaz ejecutoria en la que se decía que se le iba a ubicar en un centro idóneo a la mayor brevedad.

Eso no fue así y al pobre chaval, que padece una enfermedad y como tal ha de ser visto, lo retuvo hipermedicado y sometido a una tensión brutal, que los mejores psiquiatras de la provincia de Alicante han dicho que se necesita una gran resistencia psíquica para no quebrar durante los nueve meses de la injusta condena.

Todo porque no existen centros apropiados para la afección del hijo de mi amiga, pues los políticos se han dedicado a robar y a gastárselo en la fórmula 1. El maldito juez al que Dios lo tenga en los infiernos por desalmado y por falta de la más mínima caridad. No me importa si es creyente o no, pero carece de toda moral natural. Yo solo le deseo que Dios que es muy justo y da a cada uno lo suyo le haga pasar por una experiencia similar.

Los padres del hijo de mi amiga han llevado una vida de calvario, de la ceca a la meca, topándose siempre con el desprecio y la ignominia de los funcionarios que sus gruesos impuestos han alimentado. Esta pandilla de buitres que nunca tienen suficiente carnaza.

El resultado de la estancia en Foncalent Psiquiátrico, como era previsible, ha sido nefasto. Al hijo de mi amiga le han quebrado la alegría de vivir, le han sumido en una profunda depresión y le han llevado hasta la desesperación más absoluta. ¡Veintiuna pastillas al día! ¡Todos los psicofármacos del mercado! A sabiendas de que los psicofármacos no curaban su problema. Le han debilitado el hígado, el estómago y la frecuencia cardiaca.

Ha tenido que marchar a otro sitio para poder deshabituarse de esas drogas legales y permitidas por todos los estómagos agradecidos, a los que los laboratorios, bajo manga, llenan los bolsillos o a los que los lampantes políticos, que han dejado su oficio, les colocan en un sillón de sus consejos de administración apoyando su corrupto culo, sin importarles si son o no perjudiciales, porque como ellos dicen el mundo está superpoblado, y el que molesta, fuera (es práctica común con los viejos, la famosa sedación).

El hijo de mi amiga, que no es sino una víctima de este pútrido sistema, no ha conseguido ajustarse en la otra clínica, porque al dejar los psicofármacos ha entrado en una profunda crisis. El otro día me comentaba su madre que llamó él mismo a la ambulancia porque tenía una crisis muy fuerte de ansiedad, un síndrome de abstinencia. De esa ansiedad que provoca desconfianza y agresividad ante el mundo.

Cuando sus padres llegaron a la Unidad de Psiquiatría del Hospital General de Elche, se toparon con un yuppie de la psiquiatría, casi diseñado por ordenador. Se sienta en su poltrona y a ambos lados, cual monaguillas dóciles, asienten las médicas residentes. El tipo es desagradable y petulante hasta decir basta. Una personalidad que esconde tras esta actitud un personaje con muy poca solidez profesional y poco formado en la tarea de curar el alma.

Es uno más de aquellos que tiran de recetario pensando que así todo lo han solucionario y pueden irse de puente. Egocéntrico, con una distancia estudiada, al que le gusta mucho escucharse y ser escuchado. Impertinente, cuanto menos y con un fuerte autocontrol, porque es terriblemente cambiante, irritable y ciclotímico.

Él pensaba que por aquello de que un ataque siempre es la mejor defensa, el personaje que tenía enfrente, mi amiga, la madre, al que él sin conocerla, acusó de tener mucha ansiedad y de ser negativa para su hijo, en unos momentos críticos de su salud y con la insidia de que ya lo habían dicho otros, supongo que será la de la Unidad de Endoscopia, que lo mantuvo doce horas sin atención. En fin, un desastre tras otro, pero ellos se han creído que son dioses, que en sus manos tienen el poder de la vida y la muerte, el poder de la mal llamada ciencia, el oscurantismo de la medicina homicida, como en su día ya la calificara Samuel Hahnemann.

Sí, es probable que después de veinte años luchando con una enfermedad de un hijo, al que se quiere mucho, una brillante mujer con una gran formación a sus espaldas, que ha tenido que dejar trabajos y emolumentos por hacerse cargo de él, tenga ansiedad viendo llorar todo el día al hijo, desesperado, pero esa ansiedad es fruto de que hay emociones, de que hay sangre que late en el corazón y nada tiene más fuerza, ni asiste más la razón que a una madre que defiende y aún grita por los derechos de su hijo.

La Medicina debería ser un momento de gracia, de humanidad, de participación en la misericordia de Dios, no es así con el doctor José Vicente Baeza, aunque lo he visto en otros psiquiatras entregados a sus pacientes, como el doctor José Luis Villar, al que los chavales adoran. Con Baeza hay un ramplón, administrador de la mierda, con muchas ganas de medrar y poco talento. Un personaje distante con algunos trazos casi psicopáticos, y es que a Yrene Calais no se le escapa una persona ni para bien ni para mal, Dios me dio el don de perforar con la mirada.