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Ante el fracaso del islamismo (12): La identidad neurótica

Redacción




Musulmanes. /Foto: elregresa.net.

El islamismo es un fracaso en todas sus vertientes y en todos sus aspectos. No es capaz de sostener su población y la exporta. Lo llamativo es que esta población excedente, errante, no asume su fracaso, ni revisa sus postulados, sino que trata de imponer sus bárbaras costumbres y es incluso más radical en Europa que en sus países de origen, al tiempo que se constituye en grupo parasitario que vive del contribuyente y hunde –la plaga del desierto- la economía y el Estado de bienestar.

Pero ¿cuál es esa identidad musulmana a la que retornan con un apego fanático? Como ya vimos, el islamismo es incapaz de generar mentes sanas, pues el sentimiento promovido por antonomasia es el odio. Mahoma presume en El Corán de matar a todos los prisioneros.

No hay, de hecho, una identidad musulmana y por eso los integristas se aferran a la sharia, un código de crueldad medieval. No hay una identidad nacional, por ejemplo, pues el nacionalismo es idolatría; pero la propia identidad religiosa es amorfa. El islamismo es una religión árabe, es un mesianismo árabe, para la etnia árabe que es la llamada a gobernar el mundo; los descendientes de Ismael. Hasta Umar II, duodécimo califa, ningún no árabe podía acceder a la religión; al hacerse imperial se permitió la conversión, pero el nuevo musulmán era aceptado como familiar de una tribu árabe. El islamismo es racista; los no árabes son musulmanes de segunda; lo fueron en Al Andalus, los sirios, los bereberes y, sobre todo, los hispanoromanos, los muladíes.

Además, no hay historia anterior al islam, ni arte, que es destruido, ni referencias. Como escribió el premio Nobel de Literatura de 2001, V. S. Naipaul, “en sus orígenes, el islam es una religión árabe. Cualquier no árabe que sea musulmán es un converso. El islam no es simplemente una cuestión de conciencia o de creencias, pues tiene exigencias imperiales. Cambia la visión del mundo del converso. Sus lugares sagrados están en tierras árabes; su lengua sagrada es el árabe. La idea sobre la historia cambia también para el converso. Rechaza la suya, y le guste o no, pasa a formar parte de la historia árabe. Las sociedades experimentan un enorme trastorno, que puede seguir sin resolverse incluso al cabo de mil años; la separación tiene que renovarse una y otra vez. Las personas construyen fantasías sobre quiénes son y qué son, y en el islam de los países conversos existe un elemento de neurosis y nihilismo. Estos países pueden entrar en ebullición fácilmente”.