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El fracaso del laicismo (2): Una religión atea y satánica

Redacción




La masonería tras el laicismo europeo. /Foto: ramblalibre.com.

Enrique de Diego

El laicismo es la doctrina satánica que pretende sacar a Cristo –su bella doctrina y sus exigencias morales de autodisciplina- de la vida de las sociedades y las personas.

No es la separación de la Iglesia y el Estado, que pertenece al ámbito del pensamiento laico y que tuvo su plasmación en la revolución norteamericana, donde las iglesias quedan en el ámbito de la sociedad civil. La separación de la Iglesia y el Estado solo es posible en una sociedad donde el cristianismo sea fuerte. En otro caso, la propensión será a divinizar el Estado, a convertirlo en la referencia de moralidad y a destruir a la sociedad.

Ese el proceso que ha desarrollado el laicismo masónico europeo, que hunde sus raíces en la sanguinaria revolución francesa, y que ha producido fenómenos de paganismo como el nacionalsocialismo y el comunismo, y que ahora ha engendrado la plaga más letal: la corrección política, como nueva religión de los estúpidos.

La separación de la Iglesia y el Estado en la Constitución de los Estados Unidos, con la prohibición expresa en la Primera Enmienda de una religión nacional con privilegios, tuvo una impronta intensamente cristiana, en una sociedad que había nacido de la emigración puritana y que había asistido al llamado Gran Despertar del evangelismo. Benjamín Franklin, que no era un puritano, tenía dos hijos naturales y vivía en concubinato, reflejó ese sentir: “Aquel que escupe al cielo se escupe a sí mismo. Si los hombres tienen religión y son perversos, ¿qué sería de ellos si no la tuvieran?”.

Para otro de los Padres Fundadores, John Adams: “Una de las grandes ventajas del cristianismo es que hace que todo el pueblo conozca, crea y venere el gran principio de la ley de la naturaleza y las naciones, el de amar al prójimo como a uno mismo y el de no hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hagan a nosotros. Tanto los hombres como los niños, los sirvientes y las mujeres son expertos en la ciencia de la moralidad tanto pública como privada. Así es como toda criatura aprende desde la primera infancia los deberes y los derechos de los ciudadanos”.

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En su discurso de despedida, tras sus dos legislaturas fundacionales, George Washington dejó sentada lo que era su visión de los fundamentos de Estados Unidos: “Todas las disposiciones y hábitos que hicieron posible la prosperidad política han contado con el apoyo indispensable de la religión y la moral”. De forma que cualquier persona que intentara debilitar “estos firmes sostenes de los deberes de los hombres y los ciudadanos” era exactamente lo opuesto a un patriota. Es imposible que haya ningún tipo de “seguridad para la propiedad, para la reputación, para la vida, si el sentido de obligación religiosa no acompaña los juramentos que son el instrumento de investigación de los tribunales de justicia”. Tampoco se puede mantener la moral sin la religión, ninguna educación puede sostener la “moral nacional” si “se excluye el principio religioso”. Lo que establecía Washington es que Norteamérica por ser una república libre cuyo orden dependía del buen comportamiento de sus ciudadanos, no podría sobrevivir sin la religión.

El laicismo europeo es ateo y específica y militantemente anticristiano y su fracaso es patente en sus perversas consecuencias como eliminación de los resortes morales de las sociedades europeas, la destrucción de la moral pública y privada y el debilitamiento del sentido y la identidad de la Patria.

El laicismo europeo es una religión invertida, una religión satánica que, tras divinizar al Estado, le está aplicando la piqueta. Esa demolición se inició con la revolución francesa…