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Aceite de palma: La hora de los consumidores

Redacción




Productos con aceite de palma.

Enrique de Diego

No hay ninguna duda de que el aceite de palma, que las multinacionales han generalizado en la alimentación del supermercado, es nocivo para la salud y no estamos hablando de cuestiones menores, sino que hace aumentar el riesgo vascular; embolias, trombosis, ictus, infartos o hemorragias cerebrales. También es cancerígeno y dispara la metástasis.

En 2016 la revista Nature publicó un estudio del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona: se administró ácido palmítico (abundante en el aceite de palma) a cultivos de células tumorales en ratones. La frecuencia metastásica se incrementó entre el 50 y el 100%.

En los años 60, el catedrático Francisco Grande Covián, padre de la dietética española, advirtió de los peligros para la salud del aceite de palma. No se atendió a su criterio. Recientemnte, un estudio de la Unión Europea solicitado a su Agencia de Seguridad Alimentaria incidió en los riesgos para la salud, al aumentar las grasas saturadas que se depositan en las arterias y que son muy difíciles de eliminar.

La condición de cancerígeno proviene del glicidol, que se encuentran en una proporción 10 veces superior a la considerada inocua, tal y como señala Helle Kruntsen, del Panel de Contaminantes en la Cadena Alimentaria. Para María Garriga, nutricionista del servicio de Endicronología del Hospital Ramón y Cajal, provoca también “incremento de la obesidad y cambios en la microbiótica intestinal”.

En un informe de 2011, Globalization and Health sostuvo que el aceite de palma está directamente relacionado con mortandad por problemas cardiovasculares, en una proporción de 68 muertes por cada 100.000 habitantes.

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Hasta diciembre de 2014 no había obligación de indicar el aceite de palma en los productos y se ha convertido en hegemónico: bollería industrial, cereales de desayuno, chocolates, galletas, precocinados, ultracongelados, snacks, helados, etc. La cuestión es que el aceite de palma es un gran negocio que mueve mucho dinero y la industria alimentaria no quiere soltarlo. En el mismo terreno se produce diez veces más de aceite de palma que de girasol. Las cifras son clarificadoras: la producción se ha cuadruplicado en 20 años, pasando de 14,6 millones de toneladas en 1995 a los 61 millones de toneladas en 2015.

La deforestación provocada ha sido salvaje. Se elimina selva tropical para poner plantaciones de palmeras Elaesis guineensis. En Indonesia y Malasia ese proceso ha afectado a una superficie dos veces la de Alemania. Se trata de un aceite barato que las grandes superficies, en sus marcas blancas, y las grandes multinacionales compran en grandes cantidades. Nestlé compra el 1% de la producción.

Ramón de Cangas, del Comité Asesor del Consejo General de Dietisas-Nutricionistas, establece que “cuanta menos cantidad de aceite de palma se consuma, mejor”. Pero la industria alimentaria no está dispuesta a soltar el bocado. Para el director de Nestlé España, “lo que veo es mucho ruido sin base científica” y el PP también ha hablado de “histeria alimentaria”, así que la aprobación de la Proposición No de Ley de Esquerra Republicana puede no traducirse en medidas legales. Otra proposición de Ciudadanos plantea que el Gobierno negocie con las empresas, pero no cabe esperar mucho de esa buena intención.

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Es la hora de los ciudadanos en tanto que consumidores. El problema se ha generalizado tanto, que una norma de prudencia es mirar la reseña de los ingredientes, para llevarse la sorpresa de la generalización del problema.

El consenso general coincide en la recomendación de comprar y consumir productos frescos en el mercado. Algo que es más fácil en las zonas rurales y menos en las grandes ciudades. Pero lo que antes era aconsejable ahora es absolutamente necesario. Los políticos y las grandes superficies van a derivar la cuestión a una polémica sobre la deforestación y certificados de sostenibilidad que son altamente cuestionarles, por los intereses en juego. Detrás de tanta propaganda sobre comer sano y cuidar el colesterol LDL, al final, todo era mentira: nos están envenenando en la cadena alimentaria.