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Garci Fernández, el gran héroe que perdió

Redacción




Batallar constante. /Foto: garcinarrero.com.
Batallar constante. /Foto: garcinarrero.com.

Enrique de Diego

De todos los héroes que ha dado la piel de toro siento predilección por Garci Fernández que, en los esquemas banales actuales, fue un perdedor. Murió en combate, abandonado de casi todos, sin cejar en la lucha.

Garci Fernández (938-995), hijo de Fernán González, fue el segundo conde de Castilla y le tocó enfrentarse y resistir a Almanzor. Se casó con Ava de Ribagorza y tuvieron seis hijos.

Fue llamado el de las “bellas manos” y cuentan las crónicas que tal era su hermosura que cuando acudía a casa de sus amigos –a los castillos- tenía que enguantárselas pues resultaban irresistibles para las damas. ¿Cómo serían aquellas manos tan galantes? Fuertes para la espada, suaves para la caricia; de largos dedos con estilizadas falanges y puño recio.

Estatua de Garci Fernández. /Foto: condadodecastilla.com.
Estatua de Garci Fernández. /Foto: condadodecastilla.com.

La suya fue una vida de lucha. “La guerra contra los moros eran tan continua, que los caballeros entablaban los caballos a sus propios cámaras”, reseñó Menéndez Pidal. En el año 974 de la Encarnación de Nuestro Señor, como se indicaba en los tiempos medios, asedia e intenta tomar la impresionante fortaleza de Gormaz, un ariete, en la orilla norte del Duero, en el costado de Castilla. Quien no ha visitado Gormaz no puede entender aquel batallar constante. Es una fortaleza inmensa, inexpugnable, una especie de portaaviones para las razias. En el año 978, la toma. Es su gran éxito, y casi el único.

En el horizonte milenarista -estamos en vísperas del año 1.000, de resonancias apocalípticas- ha aparecido un oscuro nubarrón: Abu Amir Muhammad ibn Abi Amir, un ambicioso trepa de la corte cordobesa, que se ha ido abriendo camino, entre intrigas de harén, y ha traído del Norte de África un temible ejército de obediencia personal. El que se denominará Al Mansur ibn Allah, el vencedor por Alá, va a resultar un gran estratega, caudillo terrorífico, un auténtico azote de los reinos cristianos, que protagonizará 56 aceifas victoriosas. Es la era más dura y sangrienta para los cristianos.

Garci Fernández primero interviene en las querellas internas musulmanas, apoyando al general de la Marca, el liberto Galib ibn Abd-al-Rahman, ya un anciano, que se enfrenta a la ambición de Almanzor, quien ha convertido, tras la muerte de Al-Hakam II, al joven califa Hisham II en un pelele. En la batalla de San Vicente (10 de julio de 981), Almanzor sale ganador. Galib, cuando se aleja a defecar, al franquear una loma, se clava el arzón en el esternón y muere.

Almanzor empieza su inmisericorde siega de sangre. Va atacando cada verano fortalezas de la frontera del Duero, desmantelándolas, para hacer cada vez incursiones más profundas y más devastadoras. Tomará a sangre y fuego Barcelona y llegará hasta Santiago de Compostela, arrasándola y llevándose las campanas.

Ante el tremendo peligro, Garci Fernández adoptará una decisión que marca la impronta de la Castilla medieval, su textura vital, su condición excepcional en todo el orbe: con el fuero de Castrojériz hace nobles, infanzones, a todos los castellanos, propietarios de un caballo para acudir al combate. Castilla, tierra de hombres libres de impuestos, de caballeros villanos.

Garci Fernández planta cara de continuo, con su espada siempre presta. En el año 989, tras una conspiración abortada, se le entrega Abd Allah, el hijo mayor de Almanzor. Éste pediría infructuosamente su entrega. Y ante la negativa, se ceba sobre Castilla. Arrasa, destruye…hasta que en 990, Garci Fernández se lo entrega con la condición de que respete su vida. Almanzor no hará honor a la palabra: su jefe de la guardia negra de esclavos degollará al hijo a orillas del Duero. Forma una gran coalición con leoneses y navarros, pero son derrotados en Rueda.

Todos ceden ante el invicto. Bermudo, de León, pacta; Sancho Abarca de Pamplona, llega más lejos, entrega su hija para el harén de Almanzor; Borrell, de Barcelona, pide paz sin condiciones. Sólo Garci Fernández continúa la lucha. Es de una tenacidad admirable, que muchos no entienden. Entre ellos, su hijo, Sancho García, que se rebela, en connivencia con Almanzor, y lo despoja del condado.

Garci Fernández queda con unos cientos de fieles, con una mesnada que incursiona por la frontera, que acuchilla, que contraataca, y así llega hasta Medinaceli. En esa resistencia solitaria, su mesnada descansa en el paraje de Piedrasillada, en tierras de Soria, entre los villorrios de Laguna de Duero y Alcózar. Es un refugio natural con un manantial para saciar la sed y abrevar a las monturas. A la amanecida, son descubiertos por los sarracenos y se entabla el combate. Garci Fernández, que ronda los sesenta años, queda en el campo, malherido por una lanzada en la cabeza. Es llevado a Medinaceli donde muere a los pocos días, el 18 de mayo de 995. Su muerte fue una conmoción. Su cabeza fue llevada a Córdoba como trofeo.

Aquí termina la vida y la historia de Garci Fernández, el de las bellas manos. Pero en esa vida de lucha, en esa concatenación de derrotas, de sufrimientos, de traiciones hay una parábola, una siembra. Su hijo, Sancho García, enmendando su horrible error, reanudará la lucha en el año 1.000. El día de 10 de agosto de 1.002 el azote de la Cristiandad, Almanzor, se desvanece en Medinaceli, o “se hundió en los infiernos”, como dicen las crónicas cristianas. Le sucederá su hijo Abd Al-Malik, quien continuará, por corto tiempo, sus victorias; hasta 1008 en que muere en extrañas circunstancias, siendo sucedido por Abd al-Rahman Sanchol, el hijo de Almanzor y la princesa navarra. Tanto Almanzor como Abd al-Malik han tenido buen cuidado de no cuestionar la legitimidad del califa y de mantenerlo entretenido. Sanchuelo, como será conocido, da un paso imprudente, pues hace firmar a Hisham II, que a su muerte el califato pasará a los aimirìes. El malestar es tal que cuando parte en razia, al llegar a Toledo, es informado de que ha estallado la sublevación y el califa lo ha depuesto; cuando vuelve es asesinado por sus mismos acompañantes.

Tres bandos, tres líderes, se disputan el poder de Córdoba y de repente esa Castilla humillada, ensangrentada, a la que ha dedicado su vida Garci Fernández, se encuentra árbitra de la situación, triunfadora. Sancho García pacta con el caudillo bereber Suleyman apoyarle a cambio de la entrega de fortalezas en el Duero. En agosto de 1009, Sancho García y los castellanos entran en la misma Córdoba entronizando a su aliado Suleyman.

Tiendo a pensar que eso fue posible porque Garci Fernández mantuvo el espíritu de lucha, porque nunca se rindió, aunque fue abandonado de todos, salvo por un puñado de fieles; soledad tal que no murió en una gran batalla sino en un triste lance de frontera en un lugar apartado, de acampada.

Un puñado de patriotas, admiradores de su coraje y su valentía, costeamos un hermoso monumento conmemorativo en las soledades de Piedrasillada. Con unción, sin boato, alejados de cualquier respaldo oficial, cruzamos las pedregosas sementeras, hasta los roquedales sorianos que fueron la última imagen que vieron las pupilas del héroe. El esplendoroso monumento tiene esculpida una espada; la espada de Garci Fernández que nunca se doblegó.

Caminante si te allegas a aquel rincón de España, reza una oración por la Patria dolorida; quizás en los jinetes rojos que se dibujan en la atardecida castellana, veas galopar, espada en mano, al gran Garci Fernández con su heroica mesnada.