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Almanzor, el traficante de esclavos

Redacción




Guerreros sarracenos./Foto: arrecaballo.es.
Guerreros sarracenos./Foto: arrecaballo.es.

El año 975 de la Encarnación de Nuestro Señor, las atalayas del Puerto de Somosierra crepitaron con humeante apremio. Las gentes dejaron las labores del campo, siempre cinchada la espada, la mirada vigilante y corrieron a refugiarse tras las murallas de Sepúlveda, que el gran Fernán González repoblara en el año 940 de la Encarnación de Nuestro Señor.

Eran gentes bravas, de frontera, amantes de la libertad y dispuestas a pagar su precio. Ennoblecidos por Garci Fernández, el de las bellas manos, como caballeros villanos y dotados de numerosos privilegios, exentos de impuestos; todo a cambio de su disposición firme y abnegada para la lucha, pues era el espolón de toda la frontera castellana; la llave a la paramera cereal.

Bien aferrados a sus armas esperaron la llegada del ejército agareno, que hacía sonar sus grandes tambores con ruido atronador para infundir miedo. En vísperas del año 1000, tan lleno de zozobras y temores milenaristas, sobre los sepulvedanos se allegó un mundo sombrío: velados hombres del desierto, montando sus deformes camellos –en la hermosísima iglesia románica del vecino pueblo de Duratón, en uno de sus frisos, está esculpido un camello, probable recuerdo de lo vivido-, guerreros de todo el Magreb y de todo el islam, sedientos de sangre y botín.

Abu Amir Muhammad ibn Abi Amir, que se proclamaría Almansur ibn Allah, el victorioso por Alá, y sería conocido entre los cristianos por Almanzor, había traído de allende el Estrecho un formidable ejército personal, sobre el que edificaría su omnímodo poder.

Sepúlveda fue arrasada. Almanzor desarrolló a lo largo de su vida más de cincuenta aceifas o razias, todas ellas victoriosas. Sepúlveda se recompuso, como el necesario cierre del Puerto de Somosierra, pero volvió a ser arrasada el año 984 de la Encarnación de Nuestro Señor.

La historiografía no ha sido capaz de entender por qué razón Almanzor no hizo ninguna conquista ni modificó en lo más mínimo la frontera, a pesar de su sostenida hegemonía militar. Los historiadores, a veces, son incapaces de percibir las cuestiones más manifiestas y sencillas.

Almanzor necesitaba dinero constante para abastecer a su ejército personal; tampoco le convenía dividirlo, fragmentándolo en guarniciones, que, además, podían plantear futuras rebeliones.

La forma de financiarlo era abastecer el mercado de esclavos de Córdoba, base fundamental de la economía de Al Andalus, de esclavas cristianas, muy valoradas: la madre del califa Hisham II era Aurora, la vascona.

El Corán permite hasta cuatro mujeres pero no establece límite alguno a las concubinas (las esclavas sexuales del Daesh). Cuentan las crónicas musulmanas que, con Almanzor, eran tantas las cristianas a la venta, que “los padres no podían conseguir matrimonio para sus hijas, por mucha dote que ofrecieran”. Almanzor utilizó el territorio cristiano como una reserva de esclavas, para recolectar cada verano y cada otoño, pues consiguió hacer dos razias anuales.

Los musulmanes venían considerando el territorio cristiano como una reserva de esclavas desde la segunda mitad del siglo VIII, pero Almanzor lo elevó a dimensiones superiores. De hecho, a su muerte, en el año 1002 de la Encarnación de Nuestro Señor, el dolor de Córdoba fue inmenso y los llantos incontenibles, pues –como cuentan las crónicas musulmanas- las gentes se lamentaban de que “¡Ha muerto el proveedor de esclavos!”.