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Objetivo: El fútbol

Redacción




Imagen del partido Borussia-Mónaco. /Foto: throne.com.

Editorial

La detención de un musulmán iraquí, de 25 años, al parecer con estatuto de refugiado dentro de la estúpida y suicida política de Ángela Merkel, y la búsqueda de otros dos sospechosos, también musulmanes, sitúa el atentado contra los jugadores del equipo de Borussia Dortmund en la ola de violencia desatada por el mundo musulmán en las horas más bajas de su historia. Las bombas contenían metralla lo que indica que pretendían matar. Como excusa situaban la exigencia la participación alemana en la coalición internacional contra Daesh y la exigencia del cierre de la base norteamericana de Ramstein. También en la nota reivindicativa hacen referencia a futbolistas y famosos como objetivos. Los líderes europeos deben empezar a dar explicaciones y a asumir responsabilidades de por qué han dejado entrar a enemigos de la civilización en casa.

El atentado contra el equipo de fútbol Borussia Dortmund, en cuartos de final de la Champions, ha sido leve por sus efectos –un herido de escasa consideración, por la rotura de los cristales- pero de amplio impacto por el objetivo.

En esta sociedad secularizada, el fútbol es más, mucho más que un deporte. Es, desde luego, un espectáculo de masas y el mayor entretenimiento, pero es incluso más: una seña de identidad y una identidad en sí para mucha gente, con un lucrativo negocio alrededor que convierte a los clubes en grandes empresas y a los jugadores en ídolos y multimillonarios. Muchas personas se identifican con su club por encima de su Patria o de su Iglesia o de cualquier otra institución, y en otros muchos casos corre en paralelo esas adhesiones sin ser incompatibles.

A pesar de la inicial habitual prudencia de la Policía, era obvio que se trataba de un atentado islamista. Prácticamente todos los atentados en las últimas décadas lo son y, además, el islamismo tiene una fijación contra el fútbol, dentro de su universal prohibición contra la alegría de vivir.

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Los talibanes prohibieron el fútbol y lo mismo ha hecho Daesh. El estadio de Kabul se convirtió en el lugar de las ejecuciones y en Mosul, el 21 de enero de 2015, 13 niños iraquíes fueron ejecutados-asesinados por el Daesh porque se habían escondido en los afueras para ver un partido de la Copa Asia que enfrentaba a las selecciones de Iraq y Jordania. Se obligó a la multitud a asistir y también a los padres, dada la gravedad concedida al “crimen”.

En la época de Mahoma no se jugaba al fútbol, y en nombre del salafismo o vuelta a los orígenes, hay una aversión. El fútbol distrae de los deberes religiosos. Y, sobre todo, el fútbol establece lazos de unión. Los partidos Real Madrid-Barcelona, por ejemplo, son todo un acontecimiento en Oriente Medio y en todo el mundo musulmán.

Cuando se produjo la masacre de Bataclán dos suicidas intentaron entrar en el estadio, con estatuto, por cierto, de “refugiados”. En este caso, el objetivo ha sido generar el terror entre los jugadores, intocables ídolos de las masas. El partido se ha jugado y, por tanto, los terroristas no han conseguido su objetivo. Pero el fútbol seguirá siendo un objetivo para los integristas. La posibilidad de que la asistencia a un estadio se convierta en un acto de alto riesgo puede dibujarse en el horizonte. Los políticos y los mandos policiales inciden de continuo en mensajes derrotistas del tipo de que la seguridad completa es imposible o que los ciudadanos deben acostumbrarse al terrorismo, como un extraño precio. Es preciso pasar a una política antiterrorista clara y preventiva y a una modificación general de las políticas de inmigración y de refugiados, que tan perjudiciales están resultando, como algunos dijimos con anterioridad frente a los discursos buenistas de la estúpida corrección política dedicada a negar las verdades y realidades más evidentes, en nombre de quimeras destructivas.