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El heroico nacimiento de la Orden de Calatrava

Redacción




Calatravos, recreación. /Foto: portalhistoria.wordpress.com.
Calatravos, recreación. /Foto: portalhistoria.wordpress.com.

Enrique de Diego

Cuando ya se apagaba la hoguera integrista almorávide, llegó un incendio más fuerte y pavoroso: los almohades. Ibn Tumart volvió de la peregrinación de La Meca lleno de fanatismo unicista y llamó a la guerra santa por todo el Atlas. En el año 1146 de la Encarnación de Nuestro Señor atravesaron el Estrecho en lucha contra los últimos gobernadores almorávides y taifas andalusíes. En el año 1157 los almohades asedian y toman Almería que había sido liberada diez años antes por el rey Alfonso VII de Castilla y León. El mismo año en que se pierde Almería muere el 21 de agosto Alfonso VII y el fuerte reino unido de León y Castilla vuelve a dividirse. Sancho III, el nuevo rey de Castilla, tendrá que hacer frente a los almohades.

Más allá de la frontera, como fortaleza aislada, a cientos de kilómetros, en el camino entre Córdoba y Toledo se sitúa la fortaleza de Calatrava, que defiende el paso del Guadiana, defendida por templarios. Será, sin duda, el próximo objetivo de la plaga almohade. El Temple analiza los medios humanos con los que cuenta para la tarea y llega a la conclusión de que la defensa de Calatrava excede a sus fuerzas, así que retorna la fortaleza al rey. Este gesto de prudencia militar será entendido como cobardía en Castilla y mermará desde entonces el desarrollo de la Orden.

Esa devolución se produjo entre los meses de agosto a diciembre de 1157. Sancho III, recién coronado, se encuentra en una tesitura delicada en la que ha de tomar decisiones, tras el enfado por la defección templaria.

Sancho III hace saber a sus magnates que ofrecía la defensa a Calatrava a quien estuviera dispuesto a afrontarla, con alfoz y aldeas, pero es tanta la magnitud del empeño que nadie saca la cara. Si no se defiende Calatrava, Toledo se convertirá en el directo objetivo de la ofensiva integrista.

En esos días decisivos para el futuro de Calatrava y del reino, se encuentra de visita en Toledo fray Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, acompañado del monje lego (no sacerdote) fray Diego Velázquez, originario de la comarca burgalesa de La Bureba, cuna de Castilla, quien antes de profesar había sido hombre de armas, sirviendo en la hueste de Alfonso VII durante muchos años. Tenía, pues, una gran experiencia militar.

Fray Diego Velázquez convence al abad que les ceda Calatrava, para hacer un llamamiento de voluntarios por todo el reino: caballeros y peones. La concesión de la fortaleza se concretó en Almazán en 1158. En efecto, piden voluntarios y la respuesta desborda cualquier expectativa. Desde todos los rincones de Castilla confluyen en Calatrava gran número de piadosos hombres de armas. Tantos, y con tanta hechura de ejército, con tantos paramentos y medios de defensa, que obtienen una gran victoria preventiva: los almohades desisten, ni tan siquiera se plantean, en ese momento, la conquista de la fortaleza. Los calatravos nacerán queridos y respetados en todo el reino, con fama de heroicos, por haber salvado la fortaleza con su gesto.

Puestos allí, en aquellas soledades, llenos tanto de ardor guerrero como de piedad cristiana, aquellos voluntarios deciden entregar su vida a la defensa del honor de Dios y hacen votos de pobreza, castidad y obediencia. Nace la Orden de Calatrava. Orden Militar hispana que siempre se caracterizara por su arrojo en el combate y su disposición a la lucha y al martirio.