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Trump ya no es de los nuestros

Redacción




Donald Trump preanunciado su ataque. /Foto: clarín.com.

Enrique de Diego

59 tomawhak han matado a siete soldados sirios que combatían al terrorismo islámico y han echado por tierra toda la política exterior diseñada y prometida por Donald Trump en su campaña electoral, toda la fuerza regeneradora de quien se presentaba como radicalmente distinto a los políticos profesionales que dicen una cosa en elecciones y hacen otra en el poder. De repente, con una histeria moral impostada Trump ha dejado de ser uno de los nuestros y es aplaudido, e incluso respetado, por todo el mal, por todas las fuerzas disolventes y decadentes del mundo, desde Berlín y París a Riad.

Esos 59 misiles han acabado con el Trump que consideraba a la OTAN “obsoleta”, que espetaba a la belicosa Hillary Clinton “¿qué hay de malo en que Estados Unidos y Rusia colaboren para acabar con Daesh?” o que afirmaba del “inteligentePutin que es “un hombre muy respetado dentro de su propio país y fuera de él” o que se desentendía de la defensa de una Ucrania imperial indicando que “el pueblo de Crimea preferiría estar con Rusia que donde estaban”.

De pronto, con una fortaleza histriónica, Trump se disponía a ser más Obama que Obama y a resolver con 59 tomawhak el embrollo sirio que ha creado la Administración norteamericana con su miopía y su sumisión israelí-saudí. A volver a esa absurda guerra fría inventada con Rusia, al dictado del satánico George Soros. En horas veinticuatro, decapitaba al ideólogo all rigth Steve Banon y Trump, aquel multimillonario contra el establishment, se ha representado como la quintaesencia del establishment, como uno de los suyos.

¿Por qué? El gas sarín no ha sido investigado y no tiene lógica que Al Assad cuando va ganando cometa una torpeza de tal calibre y Al Assad no es un desalmado, sino una persona bastante decente que ejercía la odontología, sin ambición de poder, en Londres y que cumple un deber ingrato, que todas las minorías, empezando por la cristiana agradecen, y su propio grupo alauita.

Hay dos interpretaciones a este cambio copernicano –“el bombardeo ha cambiado mi percepción del régimen de Al Assad”-. Una pasa por un Trump camaleónico, tortuoso y maquiavélico que acosado por la prensa imperial, investigado por el FBI, perseguido por el sistema judicial, decide superar a sus enemigos en su mismo terreno. Otra considera que todos esos factores que parecía que no iban a doblegar a Trump, capaz de retirarle la palabra al periodista de la CNN, o de mofarse de Hollywood en la estomagante y sobrevalorada Meryl Streep, han terminado por quebrarle y convertirle en el líder y el pelele, a la vez, del establishment. Una tercera, familiar, incide en la condición hebrea de su yerno y la religión judía de la primera hija metomentodo Ivanka.

La segunda es la más evidente y la que mejor explica los hechos. La consecuencia es la pérdida de la frescura, el encanto y la transgresión de Trump, pero más allá es la pérdida de una oportunidad histórica de enderezar las cosas en un mundo que se ha salido de sus goznes y naufraga en la deriva del relativismo y la corrección política. De una manera degradante, Trump ha aparecido como el campeón de los sunitas, como el heredero del desquicie de la primavera árabe y como un perfecto idiota. Porque quienes ahora le aplauden, tras haber imaginado, en sus agitados sueños, su impeachment e incluso su asesinato, mordido el anzuelo, irán tirando de él y haciendo apuestas más elevadas.

En lo sorprendente del cambio a peor, hay precedentes: concedió inmunidad a Hillary Clinton, envió al vicepresidente a Europa a tranquilizar a toda la quincallería política, que lo recibió temblorosa y respiró aliviada, y reafirmó su compromiso con la OTAN, que con Turquía tiene el enemigo dentro. Y está esa destitución de Steve Bannon, la fuerza intelectual y moral del equipo.

Donald Trump ya no es de los nuestros. No sé si algún día volverá a serlo, aunque ya sin encanto ni bellos atavíos. Porque el establishment primero miente y luego destruye. Donald Trump ha dado el primero paso retumbante por el camino iniciático de la mentira que conduce a su propia destrucción. El Trump de los 59 tomawahk nunca hubiera ganado las elecciones; para eso, tan trivial, conocido y estúpido, ya estaba Hillary.

Y, sin embargo, aquella idea de una alianza de Estados Unidos y Rusia para acabar con el integrismo islámico era maravillosa y necesaria. Lástima.