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Ante el fracaso del islamismo (7): La irracionalidad coránica

Redacción




Recitando El Corán. /Foto: forosdelavirgen.org.

Enrique de Diego

El islamismo es fanático porque se sabe débil; es violento porque es acomplejado. El efecto sobre el cerebro humano del aprendizaje memorístico de El Corán, tal y como se ejercita en las madrasas o escuelas coránicas, ha de resultar, por fuerza, degradante, demoledor y altamente destructivo para cualquier maduración humana y el desarrollo de la racionalidad.

El musulmán repite, recita, obedece. El Corán ni se discute, ni se debate, ni se interpreta, porque es “un libro descendido”, que Alá ha hecho descender. El Corán es un libro abrumadoramente reiterativo y, por supuesto, una de las reiteraciones constantes es que un libro descendido. Sura o capítulo IV: “Alá ha hecho descender sobre ti El Corán”, capítulo V. “Este es un Libro bendito que hemos hecho descender”. Y así en muchos pasajes. Pero El Corán ni tan siquiera es un libro, sino una recopilación. Mahoma era analfabeto. Sus palabras eran transcritas por copitas y empezó a haber muchas copias y esas recopilaciones empezaron a ser una fuente de poder y de legitimidad. Alí, por ejemplo, tenía una. Había cuanto menos una decena. Abu Bakr mandó hacer una que heredó su hija Hafsa. ¿Todas esas copias descendieron?

El califa Utmán encargó al estudioso Zay ben Tabit que preparase una versión oficial. Utilizó de base la copia de Hafsa y estableció una sola canónica. Las demás fueron destruidas. El trabajo se ha hecho a conciencia porque apenas queda rastro de ellas. Los chíies acusan de que se mutiló quitando la Azora, “Las dos luces”, con cuarenta y dos aleyas o versículos, en las que se contenían expresiones como “te hemos dado, de entre ellos, a un sucesor, Alí”, o “¡Enviado! Te hemos hecho descender aleyas manifiestas: unos han dado fe de él, de Alí; quienes lo reconozcan después de ti, ésos serán auxiliados”. Es decir, se trató de una lucha por el poder y nada descendió sino que se recopiló por mandato oficial.

Es un texto muy reiterativo, que si fuera expurgado de las repeticiones se les restaría el 80 o el 90% de su extensión. Así, la historia de Moisés está contada 27 veces; la de Abraham, 14; la de Noé, 7; la de José, 5; la de David y Salomón, 4; la de Lot, 4; la de Adán, 3; la rebelión de Lucifer o Iblis, 6. Y cualquier parecido con el Antiguo Testamento es pura coincidencia. Nunca, obviamente, lo leyó, pues era analfabeto y recogía transmisiones orales, llenas de errores.

Hay en otra cuestión en la que El Corán contradice la lógica más elemental: hay numerosas contradicciones entre unas aleyas y otras. Por de pronto, hay una evolución desde la etapa de Mahoma en La Meca a en Medina, cuando ya era un señor de la guerra, que son mucho más violentas y sanguinarias; porque El Corán es espantosamente sanguinario.

La solución es manifiestamente chusca. Se aplica la ley del abrogante y el abrogado: el último texto abroga, sustituye, elimina, deja sin valor, al anterior. Así todo resuelto.

El islamismo ha agravado sus contradicciones internas mediante dosis irrestrictas de irracionalidad con otras equivalentes de violencia: cualquier interpretación de El Corán, incluida la del contexto histórico, es considerada blasfemia y penada con la muerte; tampoco está permitida la renuncia al islamismo o la conversión a otra religión, pues al tal se le considera takfir, apóstata, y “su sangre es lícita” para cualquier musulmán.

En términos epistemológicos, no se rebaten las ideas del disidente religioso, sino que se le mata. Es la consecuencia de una inmensa inseguridad ocultada tras un irracional fanatismo.

El terrorismo indiscriminado tiene base sólida en El Corán