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Ante el fracaso del islamismo (3): La plaga del desierto

Redacción




Un desierto intelectual. /Foto: disfrutamarrakech.com.

Enrique de Diego

El Norte de África era el granero del Imperio Romano. Zona fértil y cerealística, hasta que fue conquistada por los árabes musulmanes, que no han hecho otra cosa que extender el desierto, como una plaga esterilizante. Y no es cuestión de orografía o de pluviosidad, Israel es hoy una potencia agrícola de primer nivel, mientras a su alrededor solo hay desierto y yermo. Palestina vive de las subvenciones y es la misma tierra. Los colonos judíos pronto empiezan a producir y a exportar; los musulmanes son fatalistas y tienden a la holgazanería.

En las últimas décadas, seguramente bajo el talonario de las petromonarquías y por cierta pose decadente, se ha generado una mitología hagiográfica musulmana. He llegado a escuchar en reportajes que trajeron a España el regadío, como si eso hubiera estado entre las posibilidades de los hombres del desierto. El regadío lo trajeron a España los romanos que eran muy buenos ingenieros y magníficos agricultores. A España trajeron ocho siglos de guerra contra los hombres velados del desierto.

El islamismo carece de una ética del trabajo y el esfuerzo. Nada se dice en El Corán del trabajo y la laboriosidad. Solo se habla de guerra. Mahoma era un señor de la guerra. Mahoma y la primera comunidad musulmana asaltaba caravanas; se dedicaban al bandidaje para financiarse. Y los musulmanes han funcionado como un grupo depredador que han ido esquilmando un territorio tras otro, como la plaga de langosta. Y así siguen, si se les deja.

Se han extendido algunas groseras estulticias grandilocuentes, como que extendieron el conocimiento de Aristóteles y la filosofía griega. No es cierto. La exquisita educación del Imperio Bizantino se basaba en el estudio pormenorizado de los griegos clásicos. En la zona de Irán, floreció algo el pensamiento en la medida en que bebió de los persas, hasta que el islamismo fue agostando todo. Córdoba no fue ningún lugar exquisito, sino un gran mercado de esclavos. Los cronistas musulmanes son muy gráficos en relación con las razias victoriosas de Almanzor, de modo que eran tantas las esclavas cristianas que los musulmanes encontraban dificultades para casar a sus hijas por mucha dote que las pusieran.

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Como todo grupo depredador, se han hecho con los bienes y los adelantos de los conquistados, de forma que el arte musulmán es deudo del bizantino. Incluso el kebab es griego. Pero no han aportado nada: el 0 viene de la India. El referente del laicismo francés, Ernst Renan, en su gran conferencia en La Sorbona, ya detectó que el islamismo es refractario a la ciencia. Ningún adelanto técnico, en los últimos siglos, ha sido inventado ni desarrollado por un musulmán. En Ciencias, hay un par de premios nobel musulmanes, pero que trabajan en universidades de Estados Unidos. El Premio Nobel de Literatura, Naguib Mahfuz, fue acuchillado por un islamista.

Un ciudadano actual puede estar toda su vida sin consumir nada de ninguna sociedad musulmana. Son sociedades atrasadas, sin oportunidades, incapaces de sostener sus poblaciones, dominadas por satrapías religiosas, donde las mujeres son tratadas como animales domésticos. Las petromonarquías todo lo importan; no generan empresas; sus fondos compran participaciones en otras empresas para tratar de influir, pero sin generar progreso. Ni tan siquiera han generado un coche propio, ni un electrodoméstico. Y no ha sido por falta de capital para invertir, sino por el efecto esterilizante de su secta islámica. Arabia Saudí está en un atolladero y ha aprobado un plan para intentar no depender tanto del petróleo, que por supuesto extraen y refinan empresas extranjeras.

Lo único que han hecho los musulmanes a lo largo de su belicosa y estéril historia es extender el desierto físico y mental. Entre sus prohibiciones más estrictas está la de pensar.

El terrorismo indiscriminado tiene base sólida en El Corán