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El mito del mozárabe

Redacción




El gran Omar ben Hafsun, de cristiano Samuel. /Foto: malagaenelcorazon.com.

Enrique de Diego

Está el mito de que hubo convivencia entre moros y cristianos, cuando no existió en ningún momento, con batallar constante, con razias anuales, cultivando los campos con la espada cinchada y mirando a la atalaya por ver el fuego avisador de la llegada de la plaga sarracena a la búsqueda ávida de esclavas, y bajo la sombra protectora del castillo.

Y no hubo tolerancia en Al Andalus. Es el mito del mozárabe, arabizado, recreado recientemente por Jesús Sánchez Adalid, buen escritor y sacerdote sumiso a la corrección política, al que el Beato de Liébana le dirigiría algunos epítetos adecuados.

Si hubo tolerancia en Al Andalus, ¿dónde están los restos de las iglesias mozárabes? ¿qué ha quedado de su arte o de su vida?

La invasión musulmana se produjo en el año 711 merced a un cúmulo de traiciones y colaboracionismos, empezando por la traición del conde don Julián, de Ceuta, y los de los hijos de Witiza que se pasaron al mahometano, con las alas, en plena batalla de Guadalete. Los judíos, discriminados y perseguidos, se prestaron a servir de guarnición de fortalezas tomadas. Algunos nobles godos, como el conde Teodomiro de Orihuela, pactaron con el invasor. Otros como los Casio tomarían pronto la fe del invasor, siendo los Banu Qasi, señores de Zaragoza. Un miembro de esa familia fundaría el reino cristiano de Navarra.

En pleno colaboracionismo encontramos al arzobispo de Sevilla, don Opas, de la familia de los Witiza. La red de calzadas romanas permitió una conquista rápida. Tras Guadalete, no hay batallas. El foco de resistencia asturiano estuvo formado solo por Pelayo y una treintena durmiendo a la intemperie, a los que las crónicas árabes denominan despectivamente “comedores de miel”, porque ese era su alimento viviendo con fieras del bosque.

Así que una minoría de árabes y bereberes se encontraron mandando sobre el 95% de población étnicamente hispano-romana y religiosamente cristiana. Y a esa mayoría se dedicaron a expoliarla con el estatuto de dimmies, que implicaba el pago de impuestos especiales o la prohibición de tener empleados musulmanes. Muchas apostasías se produjeron para huir de la presión fiscal y en el siglo XI la población mozárabe era del 50%. Con frecuencia, se desataba la persecución violenta bajo ramalazos fanáticos, como la de Córdoba, entre los años 850 y 859, la deportación masiva en 1126 hacia el Norte de África, la matanza de cinco mil cristianos en Toledo en el día de La Hoya, o las persecuciones de almorávides y almohades.

Los que se convertían al islamismo eran llamados muladíes y eran ciudadanos de segunda clase, pues el islamismo tiene una base racial: es, originariamente, el mesianismo de los ismaelitas, de los árabes.

Desde finales del siglo VIII, los árabes renuncian a la conquista, porque la base de la economía de Al Andalus fue la esclavitud: Córdoba fue un gran mercado de esclavos; sobre todo, de esclavas, de forma que la España cristiana se convirtió en una especie de vivero de material humano.

Es lo que sucede con Almanzor, el victorioso que no conquista ni un palmo de terreno, pero cuya muerte es muy sentida porque “ha muerto el suministrador de esclavos”.

Restos de la Iglesia mozárabe de Bobastro.

He dicho que no quedan restos del arte mozárabe, ni una sola iglesia, pero sí quedan restos de una, en Bobastro (Málaga), y restos también de un monasterio. Fue la capital de la rebelión del muladí Omar ben Hafsun, que enfrentado al emirato omeya de Córdoba, llegó a dominar amplios territorios de Jaén, Sevilla, Málaga y Córdoba. Omar ben Hafsun fue seguido por mozárabes y muladíes, hartos de vejaciones y discriminaciones.

Con un Bobastro inexugnable, Omar mantuvo la rebelión desde el 880 hasta el 918. En el año 899 se bautizó con el nombre de Samuel y puso un obispo en Bobastro.

Su hijo resistió hasta el 928, año en el que Bobastro fue tomada por Abderramán III, quien se jactó de haber acabado con la “base del politeísmo, morada de infidelidad y mentira, gloria y refugio de la cristiandad que allí se acogía y descansaba”.

Abderramán III desenterró el cuerpo de Samuel, inhumado como cristiano, y lo crucificó en una puerta de Córdoba.

No, nunca hubo ni la más mínima tolerancia en Al Andalus: hubo expoliación, opresión, persecución. Salvo algunas jarchas y el rito litúrgico, no ha quedado nada de los mozárabes. La tolerancia islámica con el mozárabe es un mito que Jesús Sánchez Adalid ha recreado con belleza literaria pero con profunda mendacidad intelectual.