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El 11-M fue posible por la inutilidad y la negligencia de Ángel Acebes

Redacción




Ángel Acebes. /Foto: ca.wikipedia.org.
Ángel Acebes. /Foto: ca.wikipedia.org.

Enrique de Diego

El año 2013, Ángel Acebes cobró de Iberdrola, por pertenecer al Consejo de Administración, 317.000 euros, a razón de 10.225,31 por reunión asistida. Desde que fue fichado en 2012, ha superado el millón y medio. Un caso claro de puertas giratorias. El ministro del Interior el 11 de marzo de 2004 no asumió ninguna responsabilidad política por un atentado que pudo ser evitado.

El 11-M se produjo en medio de una negligencia general del Ministerio del Interior y del Gobierno. Y no solo en una ocasión sino en varias, pero sobre todo por la falta completa de atención al terrorismo yihadista.

La masacre, que se iba a producir un gran atentado de terrorismo indiscriminado, fue avisado por confidentes en una Comisaría de Madrid y en las Comandancias de Gijón y Oviedo. Las deficientes investigaciones quedaron en nada. El Chino y otros terroristas estaban siendo seguidos, aunque sus conversaciones, por falta de intérpretes, no se traducían. Los seguimientos se levantaron porque se ordenó centrarse en peinar el recorrido de la boda de los príncipes, Felipe y Letizia. Y encima –caso Pipol- había un mercado de negro de dinamita en Asturias aparentemente tolerado, con confidentes informantes de tráfico de drogas, que daba más medallas. Para redondear la faena, la Guardia Civil de Tráfico detuvo a El Chino cuando transportaba la dinamita, pero no se inspeccionó el coche y pudo seguir viaje.

El 11-M se produjo en medio de la negligencia del Ministerio del Interior que no dio prioridad alguna al terrorismo islamista. En mi investigación, puede comprobar, hablando con el propio Ángel Acebes e Ignacio Astarloa, entre otros, que la Junta General de Seguridad no había tratado ni una sola vez del terrorismo islamista. Ni el apoyo a la intervención en Irak, excitó el interés o la prudencia. Y ya era una Europa en la que fuerzas militares patrullaban por aeropuertos y estaciones de trenes. Y había tenido lugar el 11-S y España tenía una intensa relación con ese terrorismo, como el atentado del restaurante El Descanso, en 1995, con un balance aterrador de 18 muertos.

En dos ocasiones, la Guardia Civil se trasladó a la finca de Morata de Tajuña donde se reunían los terroristas, por denuncias de vecinos, y constató que eran “inmigrantes ilegales”, lo cual era –y sigue siendo- una patente de corso.

Las Fuerzas de Seguridad parecen, en la lejanía, como paralizadas bajo esos chantajes de la corrección política del racismo y la xenofobia. La izquierda había protagonizado un delirante debate parlamentario tras la detención de musulmanes integristas que tenían en su poder materiales de limpieza, con los que se podían fabricar explosivos letales, pero José Luis Rodríguez Zapatero y Jesús Caldera se manifestaron con sobresaliente irresponsabilidad y Gaspar Llamazares llegó a decir en sede parlamentaria que “a este paso se va a detener a cualquier de piel morena que quiera ayudar en las tareas del hogar”. Los medios lo bautizaron como el “comando Dixan”, y al día siguiente de la sesión parlamentaria, los miembros de la UCIE entraron en su lugar de trabajo ante el recochineo de sus compañeros. Después de ese debate, aparecer en una Comisaría con unos musulmanes detenidos eran ganas de llevarse una bronca. Si a todo esto se suma el espeso camuflaje de los complejos de culpa sembrados por lo políticamente correcto, el panorama del 11 de marzo de 2004 es el de una sociedad desarmada ante el riesgo integrista.

Y tras la masacre, los mercantilistas Pedro J y Losantos –para hacer negocio- y el alucinado proislamista Luis del Pino se dedicaron a desarmarla aún más, pregonando la inocencia de los islamistas, porque así se corría un tupido velo sobre la negligencia y la inutilidad de Ángel Acebes, que era secretario general del PP, al que había que mantener a toda costa, porque era una fuente de negocio. Y fue el propio Acebes el que “ordenó” a Luis Bárcenas que se ayudara al chiringuito de Losantos comprando acciones de Libertad Digital con dinero de la caja B, 446.000 euros. Ahora, la segunda ampliación ha sido un fracaso: 100 de los anteriores accionistas no han concurrido y nadie nuevo se ha apuntado a una empresa con serios interrogantes de viabilidad y con la evidencia de falta de rentabilidad.

La conspiranoia, además de persistir en el error del desarme de la sociedad, ha funcionado en su aspecto menos como una maniobra de distracción y, para sus ideadores, como un buen negocio. Solo que quizás resulte obsceno recordar, para que no se olvide, entre tanto estratega de salón, entre tanto presunto líder moral y entre tanto aprendiz de discípulo de Goebbels, que de fondo hay 193 muertos, más de mil heridos y mucho sufrimiento.

Mientras tanto, Ángel Acebes puede seguir enriqueciéndose con solo sentarse de vez en cuando en su sillón en el Consejo de Administración de Iberdrola. Pobre España.