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Nos dijeron que era para siempre: Érase una vez…un periodista y Zaplana y…Paco Sánchez

Redacción




Eduardo Zaplana. /Foto: lne.es.
Eduardo Zaplana. /Foto: lne.es.

Yrene Calais

Érase una vez una chica joven, de veinte y pocos años, que se casó con un conocido periodista, adscrito a la línea del PP. Por aquel entonces, aquella chica alegre no pensaba si no en viajar, montar a caballo, estudiar, tocar el piano y algunas que otras aficiones, en las que no entraba, por supuesto, la política.

Y fue así como la chica y la política entraron en contradicción. De repente empezaron a aparecer en su vida como sacados de detrás del espejo de Alicia en el país de las maravillas, altos y deformes, como Zaplana, al que aún maldice la hora en que lo conoció. ¡Qué ser más abyecto, más mentiroso, más ramplón, con menos clase y más tonto! Jamás pensó que un tonto de tales dimensiones ocupara tan altos puestos en un futuro.

Dos días después de celebrados los esponsales con el citado periodista, cuyo nombre no les voy a desvelar a ustedes, pero que supongo que podrán figurarse de quien se trata, apareció Zaplana, acompañado de sus secuaces, trajeado, maletinado y con la cara demudada, porque su carrera política estaba en juego. Había sufrido unos embates mortales: Naseiro era implacable. Un poderoso grupo de comunicación había dictado su pena de muerte. Personalmente, ella se dirigió al aeropuerto a llevar a su reciente marido y todo eran sonrisas, parabienes y confabulaciones, pero ella bien sabía que detrás de esas sonrisas había mucha mentira y había aconsejado a su esposo que el tal Partido Popular y su jefe, Zaplana, eran de una mediocridad aborrecible.

Sin embargo, aquel periodista reparó todo el mal anterior y, con brillante pluma, lo defendió ante Anson para que le diera un espaldarazo nacional, a aquel tonto moribundo. Desde aquel entonces, por aquello de que ni sirvas a quien sirvió, ni ames a quien amó, Zaplana le pagó con las monedas falsas: la traición, el ostracismo, el desprecio y la vejación. Maneras de actuar que son lugar común de esos años de democracia estéril y mediocre, cuya cabeza podrida representa el rey.

Zaplana abrió una potente Universidad, montó una Facultad de Periodismo, la llenó de pardillos, de enemigos, de gente sin fuste ni preparación, pero nunca le ofreció a aquel periodista de reconocido renombre nacional e internacional, ni un ciclo de conferencias, nada.

Zaplana dio televisiones y radios por doquier, a todo perrico y a todo gatico, cuanto más sinvergüenza y más corrupto más frecuencias y más canales, pero se olvidó también de este probo periodista, con afanes regeneracionistas. “Tú eres demasiado honrado para formar parte de nuestros planes”, decía Zaplana mientras retorcía el pescuezo y la mirada torva. Él mismo participó en el contubernio contra el periodista, junto con los más abyectos periodistas de Alicante, algunos sin estudios, como Blas de Peñas, hoy acabado en todos los sentidos y teniendo que dar explicaciones de por qué sigue su amantísima hija en el Ayuntamiento de Alicante y a qué méritos obedece su colocación. ¿Será que ha ayudado a llevar maletines? Por mucho menos la mujer de Julián Muñoz ha dado con sus huesos en la trena, contando cómo por su casa pasaban las bolsas de basura llenas de billetes.

¡Pobre Eduardo! De nada te ha servido tu aparente bonhomía y tu falta de personalidad, porque siempre fuiste un tonto, desde que te conocí en la Plaza de Toros de Alicante, ya me pareciste un pobre diablo.

Viendo con perspectiva todo aquello, y pasando por todo lo que tuvo que pasar aquella chica, me dan ganas de huir. En el momento que más débil estaba, aunque ella estaba fuerte de carácter y de personalidad, porque pertenece a una saga de gente muy bragada y luchadores que no necesitaban para nada a estos mierdas de políticos para vivir, porque era una mujer que no necesitaba figurar, ya llenaba ella con su presencia cualquier pequeño espacio, ya era fruto de miradas y de envidias desde niña, por su fuerte carisma y amabilidad.

De repente apareció otro personajillo llamado Paco Sánchez. Iba asiduo a reuniones en su casa. Comía con ellos y tenía siempre para él buenos consejos, para la institución del CEU que él representaba. El CEU de Elche en estos momentos está, como la Iglesia Católica, pasando por una profunda crisis: de valores, de identidad. Es una institución mediocre sin contenido religioso, sin excelencia educativa y con un profesorado mediocre.

Cuando abrió sus puertas la Facultad de Periodismo bien pudiera su amigo de tertulias haber trabajado allí y haber ayudado a subir a niveles de excelencia lo que pudiera ser un periodismo independiente, inédito en este país, pero no, contrató a lo peor de cada casa, estrechando así el círculo hacia los niveles más ínfimos culturales. Es una institución que me da pena porque pudo ser y no ha sido, y bien podía mirarse en el espejo de cualquier Universidad católica teresiana o de la Universidad Católica de Murcia, la UCAM. Pero está visto que las instituciones las conforman las personas y aquí no han sido las más apropiadas, pero no por falta de consejo de aquel joven matrimonio, sino por la soberbia y la vanidad de otros. Pasado el tiempo se ha descubierto el pastel de que los zaplanistas han montado una escisión que ha devenido en Ciudadanos, controlado por el clan del dátil. Allí están todos los estómagos agradecidos y las amistades peligrosas, de los ripollistas y zaplanistas, que ya son más dos espectros cadavéricos, que otra cosa. Ya ven, cuando se trata de hacer daño gratuito, Dios los cría y ellos se juntan.