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De cuando Zaplana superó todos los niveles de ridículo en sede parlamentaria

Redacción




Eduardo Zaplana. /Foto: cadenaser.com.
Eduardo Zaplana. /Foto: cadenaser.com.

Enrique de Diego

La ceremonia de la confusión esotérica de lo que bauticé como conspiranoia del 11-M fue, y sigue en sus últimos coletazos, una trama político-mediática para hurtarse a las responsabilidades de las numerosas negligencias que llevaron a no impedir la masacre y para hacer negocio. Político, manteniendo el statu quo existente en el PP y haciendo multimillonarios a un pequeño puñado de manipuladores sin escrúpulos travestidos de comunicadores. .

Durante la masacre de Atocha, Eduardo Zaplana era el portavoz del Gobierno de Aznar y él que había dado el salto a Madrid desde la Generalitat valenciana, para optar a la sucesión, vio que todo temblaba bajo sus pies.

Entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, la izquierda y el PSOE perpetraron una estrategia de infamia utilizando la masacre en su propio beneficio, bajo el inmoral principio del “justo castigo”. En esos días, el PP, en vez de suspender las elecciones dada la excitación de los ánimos, se dedicó a intentar confundir y orientar a la opinión pública hacia ETA. Y Zaplana estuvo en esa estrategia.

Dada la inutilidad de Ángel Acebes –que trataré en otro artículo-, una serie de políticos, entre ellos Zaplana, debían haber asumido responsabilidades y abandonar con deshonor la vida pública. Lejos de ellos utilizaron el invento estúpido de la conspiranoia para resistir y les fue bien. Eduardo Zaplana, que ahora combate contra la leucemia, terminó usando las puertas giratorias para irse al dorado retiro de Telefónica.

Zaplana es uno de los mayores errores de mi vida. ¡Ojalá no lo hubiera conocido nunca! Es un amoral, sin escrúpulos, que todo lo ha supeditado al triunfo efímero, un hombre vacío. Cuando llegué al Abc de Alicante era Zaplana un hombre acabado, cuyas deleznables conversaciones con Salvador Palop se habían hecho públicas. El PSOE le había perdonado la vida porque les convenía un hombre tan chantajeable. Le hice transfusiones diarias de credibilidad, que nunca debí hacer, no se las merecía, y se fue reconstituyendo. Le tuve muchas veces abatido e implorante en mi despacho, y luego se portó como un cochero. Una vez me espetó que “eres demasiado honrado”. Convirtió la Comunidad Valenciana en una orgía de corrupción, en un lodazal. Y la última vez que le vi me dijo que ‘las dos crisis anteriores, a la gente se la llevó a las trincheras, ahora, con la bomba atómida, no se sabe qué hacer”. Casta en estado puro.

Zaplana cayó tan bajo que presentó más de cien preguntas sobre el 11-M elaboradas por el alucinado proislamista Luis del Pino y que eran una tontería tras otra. Zaplana ni se las debía haber leído porque casi todas se referían a la etapa en la que el PP todavía estaba en el Gobierno, y por supuesto Zaplana, en el interregno del traspaso de poderes. Esta es una de las cuestiones más alucinantes de la conspiranoia, que funcionó –ya solo la siguen cuatro descerebrados y el proislamista Luis del Pino– como si el PSOE hubiera accedido al poder el 15 de marzo de 2004 y se hubiera dedicado a borrar no sé qué pruebas, como la retirada de los trenes, cuando esa medida y toda la investigación fueron desarrolladas por el PP.

Zaplana, que el Ministerio de Trabajo fue nefasto procediendo a dar pagar a los inmigrantes pasando del Estado de bienestar al Estado asistencial, y que ha de ser considerado como un amoral antipatriota, también puede ser tenido por el parlamentario más estúpido. Llegó a preguntar a Alfredo Pérez Rubalcaba por un supuesto informe que relacionaba el 11 M con ETA, de fecha 12 de marzo, cuando gobernaba Zaplana. Ese informe –que se inventó Agustín Díaz de Mera– nunca existió. De haber existido, hubiera tocado al nefando Zaplana haberlo hecho público. De traca.