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Carta a Javier Botella, un payaso de Podemos

Redacción




Javier Botella (en el centro), con dos futuros divorciados.
Javier Botella (en el centro), con dos futuros divorciados.

Enrique de Diego

Javier Botella, concejal del Puerto de Santa María, es un payaso. Nada raro, porque en Podemos los hay montones. Queriendo hacer una gracia ha hecho un homenaje. En el permanente carnaval en el que muchos viven en este mundo relativista, el tal Javier Botella se ha disfrazado de sacerdote para celebrar una boda en el juzgado, unión que va a durar menos que un merengue a la puerta de un Colegio. Nunca he ido a una boda de las llamadas por lo “civil” porque son una superstición –como diría Chesterton– y un cuento chino: todas terminan en divorcio. Y la verdad no sé para qué se celebran. Sería mejor que hicieran como Pablo Iglesias que las va pasando de una en una por el catre y las asciende o desecha dependiendo del lugar que ocupan en el serrallo. Ahora, la favorita es Irene Montero, muy feminista. Antes a las queridas, las ponían un piso, del bolsillo privado, ahora se las pone un escaño, con cargo al erario público.

El payaso de Javier Botella se ha vestido de cura, con clergyman, cuando desde hace décadas los curas tienden a camuflarse de Botella, o sea de payaso. ¡Con lo bonita que es la sotana! Botella, en su bufonada, ha mostrado una nostalgia: el matrimonio sin religión, sin sacramento, es una parodia, que nace con fecha de caducidad. De los muchos que conozco, ninguno ha durado para siempre. La plaga asoladora del divorcio ha crecido a la par que estos matrimonios de pega del Juzgado y el Ayuntamiento. Ya que tenemos tantos sociólogos, que para nada sirven, alguno podría hacer un trabajo sobre matrimonio civil-divorcio; la relación ha de aproximarse al 100%.

El matrimonio o es un sacramento o es cachondeo como el celebrado por el payaso Javier Botella en el Puerto de Santa María, porque la convivencia precisa gracia de Dios, ayuda, salvo en los programas esos para taimados y gilipollas de citas a ciegas –ante los focos y las cámaras- o aquí te pillo, aquí nos casamos.

El relativismo moral, en el que la gente no es capaz de diferenciar el bien del mal, o asume el mal como el bien, la mentira como la verdad, ha extendido la degeneración de la mano de la estupidez. Y el infinitamente estúpido podemita queda ocurrente. Si de verdad hubiera sido Botella sacerdote, hubiera sido un matrimonio de verdad y no una pantomima, en la que son tan idiotas los contrayentes –de la nada- como el oficiante. Al terminar la ceremonia, les debían dar ya los papeles de la demanda de divorcio. Que ahora no es infrecuente haber pasado tres y cuatro veces por la farsa, como las inestables celebridades de Hollywood. Y ¿qué será de toda esta gente vacía, ahíta de relativismo, en su vejez solitaria, sin familia, sin nadie? He leído la historia edificante de Rosa Pich-Aguilera y José María Postigo, fallecido en el amor de Dios, padres de catorce hijos, rezumando paz y consuelo.

Muchos, como el payaso de Javier Botella, se han creído que la vida es un carnaval y es una cosa muy seria, en la que sin sacrificio y entrega no hay nada, ni tan siquiera alegría tras la risa bobalicona de los farsantes.