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Nos dijeron que era para siempre: El error de España: la monarquía; el error de la monarquía: Letizia

Redacción




Letizia Ortiz. /Foto: vanitatis.elconfidencial.com.
Letizia Ortiz. /Foto: vanitatis.elconfidencial.com.

Yrene Calais

Recuerdo, como en una nebulosa, cuando un día me desperté y mi madre me dijo: ‘Franco se ha muerto. Y ahora van a poner a un rey’. Aquello me sonó a chino o, mejor dicho, a un prestidigitador que saca un conejo de la chistera. Y nunca mejor dicho. ¡Qué buena pieza el Borbón y Borbón! Por si fuera poco, era gabacho al cuadrado. Ocioso, veleidoso y, como se ha visto con el paso del tiempo, un traidor a los intereses de España, a su familia y a la propia institución monárquica.

Este bon vivant, que colecciona más de setenta coches de alta gama, y una de las fortunas más importantes de Europa, ha consentido tener a sus hijas como dos cenicientas, pero, moraleja: le ha salido una nuera que es peor que un grano en el culo; ha tenido que tragársela, tanto Sofía como Juan Carlos.

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En el cuento, cenicienta es la princesa desheredada, que al fin encuentra su príncipe, pero en la realidad la madastra, con sus hijas Casilda y Hermenegilda, han conseguido darle la vuelta al magnífico relato de los Hermanos Grimm. Hace poco, en la peluquería, estuve ojeando una revista que se llama Pronto, que parece ser más libre y no tan edulcorada como el viejo Hola, que por cierto da pena porque cada vez está peor.

En el medio citado se exhibían unas fotografías de la joven Letizia; una niña precoz en el amor, puesto que se fue a vivir con su profesor de Instituto siendo una adolescente, que no dejaban de desvelar su auténtica identidad: una garrulilla. Y eso es lo que tenemos por reina de España: una garrulilla con muchas pretensiones; una ambiciosilla, presumida y pagada de sí misma, que no vale lo que costó de bautizar. Y, señores, no vale, a mis ojos, porque yo soy una furibunda republicana. A mi tatarabuelo, senador y diputado por la I República, lo mandaron asesinar estos desalmados gabachos, sin ninguna piedad; todo porque había sido padrino en un duelo, que tuvo lugar en Alcobendas, del duque de Montpesier, no muy bien visto por Isabel II.

A pesar de todo, he de reconocer que tengo gran respeto por la monarquía británica porque viven de su dinero y pagan impuestos. Pero en el caso de la Letizia, como es vulgarmente llamada por las mujeres de la peluquería, carece de cualquier requisito básico y prístino, en cualquier monarquía: la cuna, la nobleza de sangre, la saga de testas coronadas. Nada de eso se da cita en ella para una monarquía tan importante como ha sido la española.

Mette Mary disparó al absurdo las pretensiones de un príncipe tontorrón como el de Noruega, un país que está en el quinto pimiento, y que no ha tenido un imperio como España; la verdad es que ser la nieta de los Hannover, Bismarck, etc., como lo era doña Sofía, y lo que implica de rasgo educacional, no es lo mismo que ser la nieta de un taxista, con todos mis respetos, aunque lo hayan vestido con el chaleco de terciopelo al más genuino estilo gentelman, que pareciera salido de May Fair Lady, en el papel de padre de Eliza. Resulta hilarante.

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Luego en torno a Letizia habría que desmitificar muchas cosas. Primero, según mis fuentes, ella era una becaria periodista cuando conoció al príncipe y éste la encumbró a TVE y a los espacios más prominentes. No era, por tanto, una triunfadora. No se le conoce libro alguno, ni artículo, ni más discursos que declaraciones a favor del aborto; pero aquellos eran otros tiempos; ceñirse la corona de España bien valía una Misa aunque no hubiera recibido ni la confirmación. Respecto al tabú que existe sobre su primera boda, celebrada en un merendero cutre, les diré más, conocí personalmente a la persona que le hizo su primer traje de novia; fue ella personalmente a recogerlo, un traje muy bonito, sencillo; cuando se despedía de la dependienta de la tienda de novias, aquella le preguntó: ¿la boda es por la Iglesia?. A lo que ella repuso, airada y con voz ahuecada y con bastante desdén: ¿por la Iglesia? ¡qué dices! ¡Yo jamás me casaría por la Iglesia!

Si tuviera que calificar a Letizia de algún modo, diría que es una mujer insignificante, que es una pena que a día de hoy la monarquía esté sostenida por dicha señora, puesto que Felipe es un hombre sin personalidad y, por supuesto, con poca fuerza para sostener el timón de España.