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Nos dijeron que era para siempre: El poder que todo lo arruina

Redacción




Milagrosa Martínez. /Foto: alicante24horas.es.
Milagrosa Martínez. /Foto: alicante24horas.es.

Yrene Calais

Los padres les dijeron a los hijos: tú tienes que ir a la Universidad. El franquismo imponía la presencia en las universidades como elemento de valoración social; craso error. Esto favoreció a muchos pillos que aprovecharon para montar nuevas universidades con cargo al Presupuesto y colocarse ellos, los amiguetes, toda la prole, de tal manera que hay algunas cátedras en España, que no solamente son vitalicias, sino que, al igual que la monarquía, se heredan y curiosamente a esas no se les exige pagar los derechos de herencia.

La Universidad ha matado el estímulo de cuantos han pasado por allí. Yo tuve la suerte de tener un criterio de discernimiento importante y cuando el profesor me interesaba, y valía la pena, asistía a sus clases y cuando no, no pisaba el aula en algunas asignaturas porque eran infumables. Gracias a eso no me contaminé. No conozco ni a uno solo de mi promoción tanto de Derecho como de las mal llamadas Ciencias Empresariales que hayan pisado una empresa de verdad o hayan tomado contacto con dicho mundo. Todos, de una manera o de otra, abducidos por el sector público han sido fagocitados en un mundo donde reina, eso sí, la estafa y el chanchullo. Podría citarles cuatro políticas, mediocres alumnas, que hicieron la carrera ganándose los favores sexuales de profesores y que más tarde siguieron por la misma línea en destacados cargos políticos.

Toda esta visión yo la tengo porque desde muy niña tomé contacto real con el mundo empresarial, por parte de mi abuelo, por ello compaginé mis estudios con otras actividades del mundo empresarial, lo cual considero, y les animo a ustedes a que lo hagan, muy saludable. En mi caso el mundo empresarial corre por las venas. A los ocho años fabricaba bolsitos para muñecas, que vendía al módico precio de una o dos pesetas entre mis compañeras de clase. Sin embargo, bien entrada ya la transición, y allá por el 84, vi como todas mis esperanzas de dedicarme a este mundo se venían abajo porque el mercado estaba completamente intervenido. Eran tan solo unos cuantos los que tenían el respaldo y empezaban a ser ya corrompidos por las subvenciones. Eran constructores, jóvenes empresarios, que entonces se decía, etc. Todo eso se demostró que era un bluff, pero mientras tanto ha sonado la música y en la fiesta han comido opíparamente muchos y muchos políticos.

Cuando alguno pensaba en emprender una empresa de artículos de piel, inmediatamente se topaba con la marea china, que ya se empezaba a vislumbrar, con la que entonces era la competencia portuguesa, de salarios relativamente más bajos o con el antiguo Marruecos francés que estaba desmantelando empresas españolas del mundo de la marroquinería, de la pequeña maquinaria tecnológica y, por supuesto, del textil infantil y la industria de la confección. Ya se había decidido que España, un país de hijosdalgo y de señoritos, no iba a doblar el espinazo ni tan siquiera para recoger las olivas andaluzas, sino que se iba a cobrar el PER. Y había que traer mano de obra extranjera, más económica, para tales menesteres. El tractorista que todos los años labra mi finca de malas hierbas ha hecho una pequeña fortuna aquí y allá, pero se siente muy orgulloso de que su hijo trabaje en un banco como un esclavo por 900 euros. Y esa mentalidad de disociación entre la capacidad intelectual y el trabajo real manual ha vuelto tarumba a esta sociedad. Me acuerdo aún como la hija de un juez honorable y su mujer acudían a la fábrica de mi abuelo a hacer faena de mano, así tenían unos dineros extras y así Manolita se pagó su carrera. Manolita en estos momentos es una brillante profesora que intenta transmitir a sus alumnos que el trabajo manual dignifica muchísimo.

Hoy día los jueces, en su mayoría, de lo penal, porque en lo civil con lo que me he topado siempre ha sido gente de máximo nivel y muy decentes, también realizan actividades manuales: las de poner las manos y recibir sobornos, de vagos y maleantes políticos y sus demás adláteres. Yo a estos manifaseros, primero les quitaría las togas y birretes en una plaza pública y luego les suspendería de empleo y sueldo para siempres, pero para eso haría falta una sociedad mucho más despierta y mucho más limpia; una sociedad con un grupo de abogados jacobinos que pusieran orden en todo este desafuero porque hoy más que nunca Rosa Luxemburg está viva con su aseveración de que existe una Justicia para los tiburones y otra, para las sardinas. Y si no, consulten a todos los condenados desde Milagrosa Martínez a su corte de técnicos que no entran en la cárcel. ¿No será porque la mafia tiene miedo a que Milagrosa cante demasiado y se lo lleve todo por delante?