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El general Prim y los voluntarios catalanes defendiendo la bandera de España en Castillejos

Redacción




Prim, con los voluntarios catalanes, en la carga de Castillejos.
Prim, con los voluntarios catalanes, en la carga de Castillejos.

Enrique de Diego

Uno de los más grandes patriotas de España es un catalán nacido en Reus, Juan Prim y Prats, el general Prim. Su aura épica se gestó en la batalla de Los Castillejos, cerca de Ceuta, el 1 de enero de 1860.

En la convulsa España del siglo XIX, agitada por el litigio dinástico borbónico de las guerra carlistas, en agosto de 1859, el destacamento que custodiaba el fortín de Santa Clara fue atacado por rifeños de Anyera, que provocaron destrozos en el fortín y ultrajaron el escudo de España. Aquello fue considerado casus belli. Hoy, cuando ultrajar la bandera es una penosa e indignante costumbre, cuando España se ha llenado de banderas de división y aldeanismo, de vomitivo separatismo, seguramente no se entenderá el agravio producido, pero en 1859 la opinión pública española vibró de malestar y el general O’Donnell, presidente del Gobierno y ministro de Defensa, exigió reparación y castigo a los culpables al sultán Muley Abd al Rahman, quien al poco murió, siendo heredado por su hijo, Muhammad ibn Abd Al-Rahman, quien no respondió a las exigencias.

España se dispuso a vengar la afrenta y a dejar intacto su honor. Internacionalmente, se buscó y consiguió el acuerdo con Francia e Inglaterra. Después se envió una fuerza de 35.000 hombres, con 70 piezas de artillería y 17 barcos a vapor, con infantería de marina, para prestar cobertura desde la costa.

El 21 de diciembre de 1859, O´Donnell pasó revista y tomó el mando de la fuerza. El 1 de enero de 1860, el cuerpo expedicionario se puso en marcha con el objetivo de conquistar Tetuán. En vanguardia marchaba el general Prim –malogrado en magnicidio de inspiración borbónica- al mando de la División de Reserva, seguido de O’Donnell, con su Estado Mayor y Cuartel General. A 4 kilómetros, en los altos de Los Castillejos el enemigo empezó a hostigar desde su posición ventajosa, pero fue desalojado con nutrido castigo artillero. La morisma tomó posiciones en el valle y recibió refuerzos de las cabilas, siendo su superioridad numérica clara. Se sucedieron los combates y pareció que los españoles habrían de retroceder, hasta que el general Prim enarboló la rojigualda y arengó a los soldados, muchos de ellos voluntarios catalanes tocados con la barretina roja:

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¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que son vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera que es la de la Patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas. ¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en poder de los moros?¿Dejaréis morir solo a vuestro general? ¡Soldados! ¡Viva la reina! ¡Viva España!

La carga fue gallarda y contundente, la victoria completa.

No sabían aquellos voluntarios catalanes que andando el tiempo algunos de sus herederos repudiarían la bandera de la Patria y en su felonía sediciosa buscarían su ruina y su fractura, ni que un hindú, sin idea de español ni catalán, llegaría, en una España degenerada, a senador y prometería por la república catalana.