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Sí hubo una conspiración para derrocar a Benedicto XVI y entronizar a Bergoglio

Redacción




Bergoglio y Benedicto XVI. /Foto: periodistdigital.com.
Bergoglio y Benedicto XVI. /Foto: periodistdigital.com.

Enrique de Diego

Cinco dirigentes católicos norteamericanos han dirigido una carta al presidente Donald Trump a fin de que abra una investigación referida a una conjura para derrocar a Benedicto XVI y, posteriormente, entronizar a Jorge Bergoglio. Los cinco dirigentes en su carta (reproducida al final de este artículo) dan una serie de datos y se hacen una serie de preguntas.

Hay otras muchas por hacer. El objetivo, según la propuesta de Hillary Clinton en sus correos de promover una “primavera católica”, es acabar con el catolicismo y la Iglesia Católica, según los objetivos del conocido como Nuevo Orden Mundial. Existen, por tanto, pruebas fehacientes de esa intencionalidad y los hechos corroboran manifiestamente la conspiración.

Es evidente el giro dado en la cabeza de la Iglesia católica de la continuidad de la línea de San Juan Pablo II que representaba Benedicto XVI, una de las mejores cabezas de Occidente, destacada por la seguridad doctrinal, a la asunción por Bergoglio de la agenda secularista de la corrección política, la sumisión al feminismo (comisión para analizar el diaconado de las mujeres), a las discutibles tesis del calentamiento global al que de manera inusitada ha dedicado una Encíclica papal, entrando en terrenos que no le son propios, la plena aceptación de la tesis de eliminación de fronteras de la agenda de George Soros, el favorecimiento de la islamización de Europa, con grave riesgo para la supervivencia de un cristianismo tambaleante (llegó a recoger a tres familias musulmanas en Lesbos para llevarlas al Vaticano, dejando en tierra a familias cristianas perseguidas), todo ello acompañado de un espeso silencio en todo lo relativo al genocidio de los cristianos en Siria e Irak.

Bergoglio incluso intervino en la campaña electoral norteamericana posicionándose contra el Muro y negando la condición de cristiano a Donald Trump.

Cuando Benedicto XVI anunció, el 11 de febrero de 2013, su renuncia (hecho del que solo existe el precedente de Celestino V en el siglo XIII), sus palabras fueron: “He llegado a la certeza de que mis fuerzas, debido a mi avanzada edad, no se adecuan por más tiempo al ejercicio del ministerio petrino. Con total libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro”.

No se trataba de un problema estricto de salud, como es notorio, puesto que sigue vivo, dedicado a la oración como “un peregrino que continúa su peregrinaje sobre la tierra y afronta la etapa final”, sino a un problema de fuerzas por avanzada edad ante los graves problemas que afectaban a la Iglesia.

Hagamos un inciso para incidir en que estamos ante uno de los hombres excepcionales, una de las mejores cabezas de Occidente y uno de los más lúcidos críticos del relativismo intelectual y moral, como se percibe en su libro Informe sobre la fe. Prefecto de la Congregación de la Fe con San Juan Pablo II, habla diez idiomas, lee griego antiguo y hebreo, tiene ocho doctorados honoris causa y es un consumado pianista cuyo autor preferido es Mozart. Sus dos encíclicas, Deus caritas est y Spes salvi, son de una gran espiritualidad. Cuando fue elegido Papa el 19 de abril de 2005 se retrató a sí mismo como “un simple y humilde trabajador de la viña del Señor”.

Al margen de las interesantes preguntas que plantean los líderes católicos norteamericanos, la conjura contra Benedicto XVI fue a la luz del día y de manera constante, sin respiro. A nadie le puede caber duda de la existencia de una tiranía mediática que ha asumido como una especie de pseudoreligión la corrección política, el secularismo y el Nuevo Orden Mundial agnóstico. Tampoco existen demasiadas dudas sobre un entramado de premios para quienes se doblegan a esas absurdas tesis.

Benedicto XVI fue objeto de una sañuda campaña de los medios, cesada con Bergoglio, cuyas ocurrencias y confusiones son habitualmente celebradas, aunque notoriamente se haya ido desfondando por falta de contenido.

Todo el Papado de Benedicto XVI estuvo marcado por una persistente campaña sobre la pederastia de algunos pocos sacerdotes, muy amplificada, que ha cesado, casi por ensalmo, con la llegada de Bergoglio, como si se hubiera conseguido el objetivo. Según un ponderado estudio de Philip Jenkins, el 99,8% de los sacerdotes católicos están fuera de toda duda y el porcentaje de pederastas no es superior al de ministros de cualquier otra confesión religiosa y mucho menor a cualquier colectivo relacionado con la educación o formación de niños y jóvenes. Muchas denuncias fueron falsas y los sacerdotes declarados inocentes. Benedicto XVI, que la condenó con total claridad, indicó que esos pecadores “deberán responder ante Dios y los tribunales debidamente constituidos”.

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La campaña terminó marcando como objetivo al propio Benedicto XVI. El 25 de marzo de 2010, The New York Times, uno de cuyos accionistas es Carlos Slim, y que se mueve en la línea de George Soros, publicó una colección de documentos para incriminar directamente a Joseph Ratzinger, bajo la acusación de que no respondió a más de 200 quejas contra el sacerdote americano Lawrence Murphy. Las autoridades civiles cerraron la investigación. Pero la campaña fue tenaz. El 9 de abril de 2010, la agencia Associated Press distribuyó un despacho en el que de nuevo señalaba a Benedicto XVI como responsable de encubrimiento.

Esa campaña, manifiestamente desproporcionada, exagerada y mantenida en el tiempo, tuvo, por sus efectos, el objetivo de demoler en lo personal a Benedicto XVI, un manifiesto estorbo para la agenda secularista-mundialista de la corrección política. Y cesó cuando fue elegido Jorge Bergoglio y se sometió desde el primer momento a las tesis anticristianas de George Soros y específicamente a la islamización de Europa (Soros propuso que un millón de musulmanes fueran acogidos anualmente en Europa hasta cambiar la textura vital europea en su delirante y amargada interpretación de la sociedad abierta).

Desde el primer momento, Bergoglio ha tenido el favor de los medios internacionales, casi con la misma intensidad con la que Benedicto XVI tuvo su animadversión por su posición de firmeza doctrinal contra el relativismo y en defensa de la moral absoluta. De manera casi tan sorprendente como el Premio Nobel de la Paz a Barack Husein Obama, Bergoglio recibió el Premio Carlomagno, agradeciéndolo con un discurso que representa la antítesis de Carlomagno y de Europa.

La conjura existió, fue tenaz, hasta convertir en un calvario el Pontificado de Benedicto XVI. En su último libro de entrevistas, el Papa emérito declara que sobre la elección de Bergoglio que “nadie esperaba que fuera él. Yo lo conocía, por supuesto, pero no había pensado en él. Desde ese punto de vista, fue para mí una gran sorpresa”.

La filtración de los documentos de la Open Society de George Soros por Wikileaks ha mostrado como el diabólico magnate invierte dinero en pervertir la doctrina de la Iglesia y como considera a su hombre en el Vaticano al cardenal de Honduras, Óscar Rodríguez Maradiaga, personaje de fuerte predicamento ante Bergoglio, hasta el punto de ser denominado el vicepapa. Esa perversión de la doctrina católica pasaba por la eliminación de cualquier defensa de la familia y del derecho a la vida. A tal fin, con motivo de la visita de Bergoglio a Estados Unidos, dedicó Soros 650.000 dólares. La conjura ha triunfado. Esa investigación que se pide debía llevarse a cabo para conocer los detalles. He aquí la carta de los líderes católicos:

Estimado Presidente Trump: El lema de la campaña «Make America Great Again», resonó con millones de estadounidenses comunes y su tenacidad en empujar hacia atrás contra muchas de las tendencias más dañinas recientes ha sido muy inspirador. Todos esperamos ver una reversión continua de las tendencias colectivistas de las últimas décadas.

Revertir las tendencias colectivistas recientes requerirá, por necesidad, la reversión de muchas de las medidas adoptadas por la administración anterior. Entre esas acciones creemos que hay una que permanece envuelta en secreto. Específicamente, tenemos razones para creer que un «cambio de régimen» del Vaticano fue creado por la administración Obama. Estábamos alarmados al descubrir que, durante el tercer año del primer mandato del gobierno de Obama, su anterior oponente, la secretaria de Estado Hillary Clinton y otros funcionarios gubernamentales con los que ella asoció, propusieron una «revolución» católica en la que la desaparición definitiva de la Iglesia Católica en América se realizaría. [1] Aproximadamente un año después de esta discusión por correo electrónico, que nunca tuvo la intención de hacer pública, encontramos que el Papa Benedicto XVI abdicó bajo circunstancias muy inusuales y fue reemplazado por un Papa cuya aparente misión es proporcionar un componente espiritual a la agenda ideológica radical de la izquierda internacional. [2] El Pontificado del Papa Francisco ha cuestionado posteriormente su propia legitimidad en multitud de ocasiones. [3][4].Durante la campaña presidencial de 2016 nos asombramos de presenciar al Papa Francisco activamente en su campaña contra las políticas propuestas sobre la seguridad de nuestras fronteras e incluso llegando a sugerir que usted no es cristiano. Apreciamos su pronta y puntiaguda respuesta a esta acusación vergonzosa [5].

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Seguimos desconcertados por el comportamiento de este Papa ideológicamente cargado, cuya misión parece ser una de las agendas seculares más avanzadas de la izquierda en lugar de guiar a la Iglesia Católica en Su sagrada misión. Simplemente no es el papel apropiado de un Papa involucrarse en la política hasta el punto de que es considerado como el líder de la izquierda internacional.

Si bien compartimos su meta declarada para América, creemos que el camino hacia la «grandeza» es que América vuelva a ser «buena», parafraseando a Tocqueville. Entendemos que el buen carácter no se puede obligar a las personas, pero la oportunidad de vivir nuestras vidas como buenos católicos se ha hecho cada vez más difícil por lo que parece ser una colusión entre un gobierno hostil de Estados Unidos y un papa que parece tener tanta mala voluntad hacia los seguidores de las enseñanzas católicas perennes, como parece mantenerse a sí mismo.

Con todo esto en mente, y deseando lo mejor para nuestro país, así como para los católicos de todo el mundo, creemos que es responsabilidad de los católicos leales e informados de los Estados Unidos a pedirle que autorice una investigación sobre las siguientes preguntas:

– ¿A qué fin la Agencia de Seguridad Nacional supervisó el cónclave que eligió al Papa Francisco? [6]