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El rey de Bárbara Rey (7): El enigma Sandra Mozarowski, ¿crimen de Estado?

Redacción




sandra

Enrique de Diego

Sandra Mozarowski me enternece. Fue un joven juguete roto en las fauces del amoral e infinitamente irresponsable Juan Carlos de Borbón. Murió a los 19 años, embarazada de cinco meses.

Era una belleza. En las fotos, parece una personalidad frágil, una niña soñadora, necesitada de protección. Hay en ella una extraña pureza, a pesar de su ajetreada vida. Hija de un diplomático ruso, nació en Tánger el 17 de octubre de 1958. Tendría ahora 58 años. Trabajó en un club de alterne renombrado en la Calle Oriente, del que era socio propietario Paco Martínez Soria; con este dato se me ha venido abajo para los restos. Al parecer, ese club de alterne fue la cantera de actrices del fenómeno entre sociológico y cinematográfico del “destape”; eran mujeres desinhibidas y dispuestas al desnudo.

Sandra fue una referencia rápidamente exitosa. Algunos títulos de su filmografía: El otro árbol de Guernica (Pedro Lazaga, 1969), El mariscal del infierno (León Klimovsky, 1974), La noche de las gaviotas (Amando de Ossorio, 1975), Hasta que el matrimonio nos separe (Pedro Lazaga, 1976), Beatriz (Gonzalo Suárez, 1976), El hombre de los hongos (Roberto Gavaldón, 1976), Abortar en Londres (Gil Carretero, 1977), Ángel negro (Tulio Demicheli, 1977), Deseo mortal (Miguel Ángel Díez, 1977). Todas aquellas películas eran de baja calidad, apresuradas; llama la atención que nada menos que hiciera tres películas el año de su muerte.

Fue amante de Juan Carlos, que entonces tenía 39 años. Nadie cuenta cómo se conocieron. Quizás al depredador de Zarzuela le servían carne fresca desde el club de alterne. Andrew Morton, sin demasiados detalles, la sitúa como tal en su libro Ladys of Spain. El periodista Pablo Blas, con el seudónimo Tom Farrell, “Escrito en un libro”, contó su historia, con la hipótesis del crimen. Usó seudónimo: “Tuve miedo de que me mataran”. En junio de 2014, el digital espía en el Congreso, tras la abdicación de Juan Carlos, recuperó su historia, el enigma inquietante: “¿Quién mató a Sandra Mozarowski? El extraño suicidio de la amiga del rey”.

Juan Carlos la dejó embarazada y se desentendió de ella; la dejó. Justo cuando más le necesitaba. Fue una canallada superlativa del muy canalla Borbón. Lev Mozarowski –hermano de Sandra– cuenta que “su amante –que era muy campechano- la dejó por otra, también muy conocida. Sandra amenazaba con dar a conocer su romance y descubrirlo a toda la prensa, llegó a contactar incluso con una revista del corazón, italiana. Se puso muy insistente. Aún no estaba de cinco meses, le faltaba una semana”.

La vida del éxito fulgurante –actriz de éxito, aunque fuera en un género menor, amante de un monarca- se truncó. El embarazo la alejó de los platós y había sido abandonada por el campechano. Una de sus películas se titula “Abortar en Londres”. Sandra hizo unas declaraciones contra el aborto: quería tener a la criatura que llevaba en sus entrañas.

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No es frecuente que las embarazadas, por instinto de protección del fruto de su vientre, se suiciden. Se habló, piadosamente, de un accidente cuando Sandra cayó como un fardo desde la terraza de su casa en la madrileña Calle Barquillo. Alguno para darle verosimilitud dijo que estaba regando las flores, pero no había flores que regar y la barandilla era suficientemente alto como para hacer altamente improbable un accidente.

Sandra Mozarowski estuvo 22 días en coma vegetativo hasta su muerte el 14 de septiembre de 1977. Su amigo, el actor Pepe Sancho declaró: “Me rebelo contra quienes piensan –o intentan hacer pensar o suponer- que ella intento quitarse la vida”.

El periodista Javier Bleda, en su libro “Mario Conde, la realización del éxito”, va muy lejos en sus insinuaciones: “además de que Bárbara pudo haberse autofilmado para garantizar que no sería suicidada desde un balcón (Sandra no te olvidamos)” (pág. 58) o “parece que este rey es aficionado, entre otras cosas, a dejar tirados a sus amigos, y tiradas a sus amigas, y a algunas desde muy arriba” (pág. 62).

En la revista Garbo, con eufemismos, la actriz Inma de Santis da una versión verosímil del suicidio-accidente: “Conocí a Sandra cuando las dos éramos unas niñas, rodando «El otro árbol de Gernica». Teníamos las dos 10 años. Recuerdo que para ella era una experiencia inolvidable porque era la primera película que hacía. Para mí no era la primera película. Recuerdo que nos divertíamos mucho haciéndola. Ella era muy agradable y muy simpática. Ahora no la podría definir como persona porque nos veíamos poco. A pesar de todo creo que puedo decir que era una persona que se lo ha jugado todo por el cine. Su accidente no ha sido más que una consecuencia de su obsesión por adelgazar, y quería adelgazar —aunque yo no creo que fuese gorda— porque el tipo de cine que se hace en este país te exige estas cosas. Yo le echo la culpa a la profesión por esta razón, esas exigencias por el físico… Sé que llevaba un régimen diría que casi bestial. Lo único que tomaba durante el día era un plátano y una taza de té. Después tomaba de esas pastillas para no tener apetito, más otras pastillas para animarse… así es fácil que pasen esas cosas, aunque sean accidentes involuntarios, pero provocados por las pastillas famosas. Admiraba en ella tanta entrega, pero no creo que el cine se merezca tanto”.

Para aumentar el misterio, la autopsia de Sandra Mozarowski ha desaparecido. Es posible que un problema de tiroides, que afecta a la salud mental, una obsesión por adelgazar la sumieran en el pozo de la depresión, pero también el abandono inmisericorde del padre de su criatura, desentendido por completo de cualquier responsabilidad, la sensación torturante de haber sido utilizada y tirada como una colilla.

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También es importante la fecha, el contexto histórico de su muerte: septiembre de 1977. Las primeras elecciones generales habían tenido lugar el 15 de junio de 1977, aún no había Constitución (1978). Estamos en los primeros compases de la transición. Juan Carlos de Borbón no podía permitirse un escándalo de este calibre: que una actriz joven y famosa de un género lindando con lo pornográfico saliera internacionalmente, en una revista del corazón italiana, señalándole como su amante y padre de la criatura que esperaba.

Sabemos que el CESID hoy CNI ha sido proyección cortesana de Zarzuela, una especie de policía política del Borbón a medio caballo entre el celestineo y el estricto mamporrerismo, que entró a robar el material sensible de Bárbara Rey, que lo terminó comprando, que regentaba un chalet para los furtivos escarceos amorosos del fauno, quien se movía por Madrid en motos de alta cilindrada.

La idea de un crimen de Estado, por estado de buena esperanza, resulta subyugante. Un asesinato que pareciera un accidente entra dentro tanto de lo literario como de lo verosímil. Juan Carlos ya había matado a su hermano Alfonso, el divertido, el preferido. Don Juan en la escena trágica le hizo jurar que no lo había matado intencionadamente. Juan Carlos era alumno de la Academia General de Zaragoza. Ducho en el manejo de las armas. Y ha demostrado ser un corrupto sin escrúpulos, que traicionó a su padre, ha traicionado compulsivamente a su esposa y ha traicionado, por costumbre, a España.

Sandra fue, en todo caso, un juguete roto por el Borbón. Mientras escribo este réquiem instalado en el enigma lacerante, resuena en mis oídos la canción: “Manda rosas a Sandra, que se va de la ciudad…”