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Obama, el Premio Nobel de la Paz que ha hecho correr ríos de sangre

Redacción




Obama, al servicio de los Saud. /Foto: primicias24.com.
Obama, al servicio de los Saud. /Foto: primicias24.com.

Enrique de Diego

El 9 de octubre de 2009 se hizo público que Barack Husein Obama había sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Una concesión, sin duda, prematura puesto que había iniciado su presidencia el 20 de enero de 2009 y realmente no había hecho nada, carecía de méritos. Todo el sistema internacional de concesión de premios parece controlado para marcar tendencias a favor de cierta idea buenista, y altamente destructiva, de ingeniería social y siempre bajo el dictado de la corrección política.

Obama, el 44 presidente de los Estados Unidos, y en mi opinión el más nefasto, ha hecho correr ríos de sangre, ha provocado éxodos gigantescos, ha provocado el genocidio de los cristianos en Oriente Próximo y ha armado incluso físicamente a los integristas, promoviendo un islamismo radical suní, como el principal promotor de la primavera árabe de 2010 que se ha traducido en un gélido invierno integrista.

El mundo es mucho más inseguro y conflictivo tras ocho años de Obama y no por meras cuestiones azarosas sino bajo su directa responsabilidad.

A pesar de un balance aterrador, que deja sembrado de minas el futuro, Obama se va con buena imagen en los medios. Siempre ha sido un personaje de diseño, la quintaesencia de la corrección política, centrando el debate en las causas de esa agenda: homosexualidad, aborto, calentamiento global, subvenciones a las minorías. Lejos de amainar los conflictos raciales se han incrementado sustancialmente. En su caso si puede hablarse del primer presidente afroamericano pues se albergaron muchas dudas respecto a su posible lugar de nacimiento en Kenia. Con una infancia caótica y muy difícil, con un padre musulman-ateo, con la separación de sus padres cuando tenía dos años, hasta los diez se educó en Yakarta, Indonesia. La adolescencia fue igualmente complicada con consumo de drogas y alcohol. Pero luego empezó a ser un negro de éxito, políticamente correcto, con acceso a las posiciones de privilegio, un niño mimado del establishment, graduado en la Universidad de Columbia y en la prestigiosa Harvard Law School, director de su revista, lo que fue ampliamente publicitado. Obama fue un abogado litigante a favor de las hipotecas subprime por criterios raciales.

Llegó a la presidencia aupado en mensajes emotivos de esperanza, cambio y unidad. Concedió su primera entrevista a Al Arabiya, todo un gesto de lo que iba a ser su política exterior. Si la intervención norteamericana en Irak, ordenada por George Bush Jr, se produjo sin un proyecto político, la decisión de Barack Husein Obama de retirar las tropas provocó un vacío de poder. Además lo hizo de la forma más irresponsable posible. El 27 de febrero de 2009 anunció que las misiones de combate de las tropas norteamericanas cesarían el 23 de junio de 2010 y el repliegue completo se culminaría antes de 2011. Fue el anuncio de que el poder quedaría a merced de quien demostrara una mayor capacidad de violencia y la demostró el Isis, que puede considerarse, en muchos sentidos, una creación indirecta, e incluso directa, de Obama.

Los integristas pasaron a ser el demos de las sociedades musulmanas

El 44 presidente de los Estados Unidos, de manera torpe, suicida, seguramente interesada, y siempre en connivencia con Arabia Saudí, decidió considerar a los integristas como demócratas, como los representantes del demos de las nacionas islámicas, y desestabilizar las dictaduras seculares, que habían surgido en la descolonización precisamente por el completo fracaso del islamismo. Ante la represión de Gadafi a insurgentes en Bengasi, muchos de los cuales provenían de Afganistán y militaban en Al Qaeda, ordenó la intervención –junto con la secretaria de Estado, Hillary Clinton– convirtiendo el derrocamiento de Gadafi, que a esas alturas era un tirano benévolo y excéntrico, que estaba gestionando bien y a favor de la población, en una operación de la OTAN. Ante el joven Gadafi proterrorista, Ronald Reagan solo había ordenado un bombardeo de castigo.

Lo de Libia fue un desastre inducido por los errores de análisis de Obama de forma que las bombas de la OTAN se dedicaron a favorecer a los terroristas islámicos y provocaron el caos, tras escenas dantescas incluidas las del brutal asesinato de Gadafi, en una ambientación de bestialismo.

Egipto consiguió sustraerse in extremis al vendaval destructivo de Obama gracias al general Al Sisi. Siguiendo sus planes prointegristas, en Siria la Administración Obama centró su objetivo en derrocar a Bashar Al-Asad y su régimen basado en la secta chií alauita y en el partido Baaz, para lo que financió, armó y dio formación militar con el Ejército USA a una amalgama de grupos integristas a los que se denominó con el romántico término de “rebeldes” y de los que surgió un grupo, Daesh o Isis, mucho peor incluso que Al Qaeda, cuyo líder Osama ben Laden fue muerto por comandos de élite de la Marina, SEALS, el 1 de mayo de 2011.

Daesh aprovechó el vacío de poder generado por Obama en Irak haciéndose con todo el norte, incluida la ciudad de Mosul, en donde ahora hay un fiero combate, y partes del centro, haciéndose con grandes reservas de petróleo y proclamando el califato. Sólo la intervención de la Rusia de Vladimir Putin consiguió evitar un desastre de consecuencias aún mucho peores que el de Libia. Uno de los terribles efectos perversos del desastre de Obama ha sido el genocidio de la población cristiana, muy concentrada en la zona norte de Irak, en la provincia de Nínive, y en las zonas ocupadas por los supuestos rebeldes en Siria, como la ciudad de Alepo, en donde de una comunidad de 300.000 cristianos ahora sólo quedan 15.000. ¿Qué ha sido del resto? ¿Han sido asesinados? Los martirios han alcanzado formas de terrible crueldad, con escasas protestas y silencios abrumadores.

Los conflictos desatados por Obama siguen en curso. Han provocado éxodos masivos que han trasladado a la Europa occidental –la oriental, escarmentada de experimentos pasados, no ha cedido al suicidio- el problema integrista.

Obama ha conseguido que el integrismo se haya extendido por 33 países, con atentados, masacres, guerras civiles: un río de sangre capaz de ahogar en ella a los miembros de la Academia Sueca que le concedieron el Premio Nobel.

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