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Blas de Lezo Olabarrieta, el gran héroe vasco de España en la gloriosa defensa de Cartagena de Indias

Redacción




Blas de Lezo, recreación pictórica. /Foto: artemilitarynaval.com.
Blas de Lezo, recreación pictórica. /Foto: artemilitarynaval.com.

Enrique de Diego

El inglés practica el corso para saquear las riquezas del comercio entre Ultramar y España. El detonante de la contienda va a ser el apresamiento de uno de estos piratas, Robert Jenkins, al que se le corta la oreja y en tal estado, como escarmiento, se le devuelve a Inglaterra. La guerra se llamará “la oreja de Jenkins”, con dudoso humor negro. Es sólo la excusa, Inglaterra quiere apropiarse de las colonias españolas; dividir el Imperio ultramarino invadiendo Nueva Granada. Para ello hay que tomar Cartagena de Indias.

Al mando de Vernon, marcha una colosal flota de 186 buques, con 2.000 cañones, transportando 30.000 británicos: 14.000 infantes de marina y 15.398 marineros. También van esclavos jamaicanos y milicianos norteamericanos al mando del hermanastro de George Washington. Enfrente, van a estar 6 buques y 3.600 españoles. Blas de Lezo tiene que luchar también, políticamente, con el virrey Sebastián Eslava, cuyos errores tendrá que subsanar y su malquerencia sufrir. Será una dura batalla que durará desde 13 de marzo al 20 de mayo de 1741.

Vernon toma sin dificultad Portobello y desde allí conmina a Blas de Lezo a la rendición, a lo que nuestro gran héroe le responde que de haber estado él en Portobello nunca la hubiera tomado: “si yo me hubiera hallado en Portobello se lo hubiera impedido”.

La capacidad de fuego de la flota inglesa es avasalladora y las primeras fortalezas van cayendo, Chamba y Santiago. La defensa de San Luis de Bocachica es tenaz: tras dieciséis días de machaque artillero, los españoles se repliegan. El torpe virrey ordena hundir los seis barcos españoles en la entrada de la Bahía para evitar la entrada de la flota inglesa. Contra la opinión de Blas de Lezo. En efecto, la estrategia no surte más efecto que perder los buques. Vernon toma la fortaleza de Bocagrande. Sólo queda como último bastión, antes de la ciudad, San Felipe de Barajas.

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El almirante inglés ve la victoria tan segura que la comunica como hecha a Inglaterra, donde se acuñan once medallas conmemorativas; en una de ellas, Blas de Lezo, de rodillas, entrega su espada al vencedor. Esa escena nunca tendrá lugar, ni nunca hubiera podido producirse: Blas de Lezo nunca se hubiera arrodillado.

Empieza el bombardeo de San Felipe pero la fortaleza resiste. La infantería inglesa se interna en la selva para rodear la fortaleza, pero las enfermedades tropicales diezman a la tropa. Para asaltar San Felipe hay que hacerlo por una estrecha rampa y cuando menos lo esperan, los británicos se encuentran con un contraataque de los españoles a la bayoneta que deja sobre la tierra a 1.500 casacas rojas muertos.

El 19 de abril se va a producir el gran ataque, mandado por el general Thomas Wentroth, con tres columnas de granaderos, tres compañías de casacas rojas y esclavos jamaicanos. Blas de Lezo es valiente pero no temerario: ha hecho cavar un foso alrededor de la fortaleza, de tal guisa que cuando los ingleses van a poner las escalas para el asalto, no llegan, se quedan cortas; desconcertados, los soldados no saben qué hacer, cuando sobre ellos cae fue a discreción, provocando gran mortandad en sus filas. Tanta que los supervivientes se repliegan a los barcos. Los ingleses han tenido entre 8.000 y 10.000 muertos y 7.500 heridos. Las bajas españolas rondan los 800 muertos.

Vernon, incapaz de asumir la derrota, pasará un mes cañoneando inútilmente, mientras las enfermedades hacen mella en los desfallecidos soldados y marineros. Muchos de los heridos agonizan y morirán en la vuelta. La derrota, una de las mayores de la historia, con la vergüenza añadida de las inoportunas medallas conmemorativas, hará que el rey Jorge II prohíba a los cronistas hacer mención.

Blas de Lezo, cuando mantenía una reunión de guerra en el buque Galicia, las astillas provocadas por un certero cañonazo le hieren en el muslo y en un brazo; la infección le causará la muerte. Falleció el 7 de septiembre.

Antes el envidioso virrey, que debe querer sólo para él una gloria que no le corresponde, manda cartas de denuncia a España. El 21 de octubre llega la orden de que regrese a la Península para responder a las acusaciones. Dios le evitó al gran Blas de Lezo ese tremendo oprobio. La injusticia no se reparará hasta tiempo después cuando Carlos III recompense al primogénito de Lezo por las acciones de su padre, nombrándole marqués de Ovieco. Eso fue en 1760.

En estos tiempos, Blas de Lezo es una referencia de ejemplaridad patriótica. Otras naciones hubieran hecho películas, series; hubieran puesto su nombre a plazas y avenidas, pero en el corazón de todo patriota español, Blas de Lezo tiene un altar, el más alto lugar de honor.