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Federico Trillo y José Bono: Entre pillos anda el juego

Redacción




José Bono y Federico Trillo, dos vergüenzas nacionales. /Foto: alamy.com.
José Bono y Federico Trillo, dos vergüenzas nacionales. /Foto: alamy.com.

Yrene Calais

Como ya venía avisándoles, Trillo, o el hombre que sabía demasiado (concepto que acuñé y ahora sigue todo el mundo, que ha estado callado durante años)

, saldrá ileso de esta batalla, porque pronto la Cospedal ya ha dado un mensaje subliminal a los jueces para que no se le ocurra a ninguno ir por él o de lo contrario serán suspendidos de empleo y sueldo. Esta práctica ya la hemos visto con Elpidio Silva y con Baltasar Garzón, y ha sido suficientemente ejemplarizante como para que ninguno de ellos abajo ose enmendar la plana a un político.

Federico tiene bastante en común con Bono, pues ambos tienen mucho que esconder. El meapilas de Bono, llamado en el argot mafiosete el paellas, sabe muy bien de cosas oscuras, millones y cifras y demás historias. Es también un mago a la hora de distorsionar el Estado de Derecho diseñado por Montesquieu; el legislativo usurpado por el ejecutivo, que además, en sus fauces terribles, deglute sin piedad al judicial.

Nadie va a exigirle a Trillo responsabilidades penales, ni siquiera posibles civiles, que podrían venir al caso. A ver quién es el guapo que después de haber estudiado una oposición y con la inseguridad laboral que hay hoy en día va a jugarse sus lentejas. Penoso. Todo es penoso.

Los jueces tienen menos margen de maniobra que en la dictadura franquista. Han perdido el honor y se han convertido en un horror, cuyo complejo de culpa se proyecta hacia las clases más bajas y desamparadas. Bono también sabía demasiado, por eso el partido socialista zanjó sus hípicas, sus áticos (por cierto, con un mal gusto espantoso) y demás fanfarronerías de nuevo rico.

En el clan Trillo, que no es precisamente el clan Kennedy, se quitaban el hambre a tortas, pero Federico arrastró el carro de Jesús y otras hierbas familiares. Cuando llegó a presidente del Congreso, lo primero que hizo, arguyendo motivos de seguridad, fue trasladarse a la última planta del edificio, donde cual Napoleón de cuarta cuando visitó Egipto, quedó fascinado por los sillones dorados decimonónicos. ‘Este año, María José, ponemos dos o tres mesas y como hay habitaciones para todos, podremos reunirnos toda la familia en Navidad’. Lejos quedó el espíritu austero de su padre, que bajo la luz mortecina y la pequeña mesita camilla, desgranaba su vida enseñando temarios para oposiciones, a un módico precio al mes.

Bono también era otro muerto de hambre, pero cuando se le preguntó por su grueso patrimonio aludió a que era fruto de la herencia de su padre. No consta que el padre, falangista de Salobre (Albacete), tuviera más que una casa de pueblo y dos pequeñas tierras.

Dos hombres, sus padres, de otra época, que ante todo valoraban la honradez.

Y ahora la tercera en discordia que aparece es María Dolores de Cospedal, que encantada se muestra al desviar el interés de los medios de su marido a estos dos pazguatos. El problema es que esto se va a convertir para ella en una ratonera. Ha caído en sus manos una patata demasiado caliente, que la puede abrasar y llevarse por delante su carrera política.

El papel de aquietar a estas criaturas, como dijo el clásico Trillo, es tremendamente difícil y las soluciones no van a ser del gusto de todos. Detrás de esta pobre gente que ha perdido a sus seres queridos en una negligencia de Estado se esconde un dolor ya mitigado por el tiempo, pero lo que verdaderamente están pidiendo son unas indemnizaciones millonarias que, en caso de no concedérselas, no sé lo que podría pasar.

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