AYÚDANOS A COMBATIR LA CENSURA: Clicka aquí para seguirnos en X (antes Twitter)

FIRMA AHORA: El manifiesto contra el genocidio de los niños


Zaplaneitor, el de las paguicas: nos dijeron que era para siempre

Redacción




Eduardo Zaplana. /Foto: lne.es.
Eduardo Zaplana. /Foto: lne.es.

Yrene Calais

He utilizado el apodo Zaplaneitor, que rima con termineitor, porque no se puede ir de rositas el causante del gran desastre que sufre España. Los muchos lectores que me siguen sabrán que, con anterioridad, me he referido al histórico personaje convertido ya en una momia del pasado, que de vez en cuando amenaza con volver a la palestra y terminar de rematar a España, el loco de Aznar, y su política como determinantes de una crisis irrecuperable.

Porque España vive en el espejismo y en la permanente mentira que crearon estos cretinos. Aznar colocó a Zaplana como ministro de Trabajo, un hombre tosco y sin experiencia laboral alguna, salvo un fallido despachito de abogados, porque era un estómago agradecido y un tono activo y útil a sus propósitos. Previamente, Aznar y Anita Botella se habían reunido con los Blair, que como todo el mundo sabe eran partidarios de romper la identidad de los países europeos y de trocarla por la globalización y por el multiculturalismo soriano, puesto que estaban a las órdenes de Soros, el biotipo que utiliza el “demonio”, siempre son personalidades frágiles, fácilmente manipulables, a las que engaña, destruye y, finalmente, mata.

Zaplana obedeció ciegamente las órdenes de Aznar: tienen que venir a España inmigrantes, tenemos unos fondos y un dinero ficticio que vamos a poner en circulación generando la mentira de que hay crecimiento económico, luego diremos que hay mucha demanda y poca oferta y que son necesarios para pagar las nóminas de la Seguridad Social y continuar con el sistema de las pensiones. La caja tonta hará creíble la simplicidad del mensaje y los españoles, que no tienen ganas ni de trabajar ni de pensar, harán lo propio.

El problema ahora es muy diferente. Zaplana pervirtió a todos los trabajadores que venían de fuera y les aseguro que vino lo peor de cada casa. Trabajadores sin ninguna formación; magrebíes que dejaban las sillas de sus casas donde pasar el día tomando café y té moruno, y donde no abrían la boca por miedo a que les cortaran la lengua, pasaron de eso a la situación idílica en un país de Jauja, con un Estado que, por obra y gracia de este ministro trapacero, se había convertido en una onegé asistencial con paguicas para todo quisqui de 450 euros; trabajaran o no trabajaran, hicieran o no hicieran; eran órdenes de arriba y Zaplana que tenía espíritu militar frustrado las obedecía raudo y veloz.

NO TE LO PIERDAS:   Carta al payaso Santiago Abascal: Ahora te toca hacer el más soberano ridículo

Este colectivo, como era conflictivo, para ellos el INEM no programaba curso alguno. Las mujeres, porque les pellizcaban el culo y las insultaban si llevaban minifalda; y los hombres, por miedo a que los tildaran de racistas, a causa de ellos, declinaban las ofertas de organización de cursos. En el caso de las mujeres magrebíes, la cosa cambiaba. Eran más dóciles y solían ir a cursos donde aprendían a coser zapatos, ropa y otras actividades, que, poco a poco, iban suplantando al personal laboral español. Si hablamos de los sudamericanos, vinieron a hacer las Españas con una maleta cargada de resentimiento social atávico, de lustros de tiranía y hambre y comiéndose los mocos. No sabían poner ni un alicatado de piso, porque en sus casas sólo existía la tierra batida y refrescada con agua. A este último colectivo se le dieron clases rápidas, cursos en el INEM de fontaneros, electricistas, chapistas…Y no veas la que han organizado, peor que los de Manos a la Obra, y lo digo por propia experiencia. Obras que han tenido que ser rehechas porque eran una continua chapuza. Los cursos servían para que los albañiles de “carrera” formaran a estos últimos y para mantener algunos puestos públicos de servidores del Estado en el INEM, bien pagados y viviendo del cuento. Esta mano de obra barata reventó el mercado interior y resultó que no era tan barata, sino tremendamente cara. Primero, por los costos sociales que generaban –educación, sanidad, paguicas asistenciales para la parienta, cheques para ayudas a alquiler de viviendas y los más atrevidos y pícaros acudieron a la entidad bancaria de turno a pedir la consabida hipoteca, dándose muchos a la fuga al día siguiente de recibir el dinero, sin formalizar la compra y otros tantos caras duras, viviendo del cuento en pisos en los que hace un mínimo de seis años no pagan la hipoteca ni emolumento alguno, y tampoco se les puede echar.

NO TE LO PIERDAS:   Pedro Sánchez, vacío de moral y sin escrúpulos, al servicio de los globalistas

Luego existe el tercer colectivo, un poco más desafortunado, que son los negros con una gran capacidad de resistencia en las labores del campo. Estos suelen ser trabajadores, viven hacinados en pisos patera, pero tienen la desventaja que son una población muy marginal, poco integrada.

En resumidas cuentas, unos y otros no han aportado absolutamente nada a la economía española, viven del Estado asistencial que creó Zaplana destruyendo el estímulo y la ética que genera el trabajo bien hecho. Se han constituido en ghetos marginales que odian a los autóctonos. Se ha cometido el gran error de darles la nacionalidad española, otra medida de la que tiene Zaplana mucha culpa. Han precipitado la destrucción del Estado de bienestar necesario, que teníamos garantizado los españoles, después de muchos años de trabajo. Y esto lo vamos a ver cuando no se puedan pagar las pensiones en fechas próximas. Y lo peor de todo, están creando tensión y violencia como población acostumbrada a ellas, y así lo vemos todos los días en robos, crimen organizado y violencia de género, que en el 90% de los casos son autores materiales.

Pero todo esto a Zaplana no le importa. Él vive en la Castellana con un piso comprado con un crédito blandito de la quebrada Caja de Ahorros del Mediterráneo, de los que todos quisiéramos uno, y el señor Aznar en su urbanización de lujo, con seguridad privada, pero no se confíen porque a cada Zaplana le llega su San Martín y ese día está cerca; el día que ya no haya paguicas y la violencia se torne insoportable y no haga distingos.

Zaplana ha sido un desastre sin paliativos; él solo en sí ha sido una plaga letal.

El desastre Zaplana: Cuando Valencia era Hollywood

Eduardo Zaplana: gestionar pésimo tiene premio