Editorial
Tenemos suficientes seguidores en Francia como para que este editorial no sea un brindis al sol: Marine Le Pen es la mejor opción para las elecciones presidenciales de Francia en abril, de las que depende el destino de Francia y de la civilización.
Decía Charles de Gaulle que “no puedo pensar en Francia sin verla revestida de cierta grandeza”. Nosotros tampoco. Hoy más que nunca necesitamos la grandeza de Francia. Hemos visto a Francia caer a lo más bajo. Hemos visto asesinar a los franceses como si fueran ovejas de un sacrificio halal y las autoridades de la República impotentes. Hemos visto asesinar a los niños de Francia y arrastrar su débil y sombría figura el presidente de una República que un día fue referencia para el mundo y hoy yace en la tibieza y el relativismo.
Una Francia que en partes de su territorio, en barrios enteros, ya no es Francia. No es la Francia de Carlomagno, ni la de Santa Juana de Arco, ni la de San Luis, ni la de la revolución francesa, ni la de Napoleón, ni la de ninguna de las francias históricas. El plebiscito de los siglos que es la nación, como dijo Ernst Renan en su lección magistral en La Sorbona, ha quebrado.
Francia humillada; Francia, vejada. Donde los sacerdotes son degollados por la saña invasora. Hoy el resto de la dignidad de Francia la representan el Frente Nacional y Marine Le Pen.
Según el guión preestablecido, Marine Le Pen puede ganar en la primer vuelta, a poca distancia de François Fillon, pero en la segunda vuelta el PSF sumaría sus votos para evitar el acceso de Marine Le Pen al Elyseo. Últimamente, los guiones a veces sirven y otras veces no. François Fillon ha asumido, en buena medida, el discurso del Frente Nacional, sobre todo en lo relativo a la islamización rampante de Francia. Pero la cuestión es por qué no hizo lo que ahora predica, en esa y en otras cosas, cuando fue primer ministro. Y no nos acabamos de fiar de que no sea la salida de una marca blanca para frenar el avance del Frente Nacional.
Mejor el original que no una copia. El Frente Nacional ha arrastrado el ostracismo –desde enero tendrá que tener más presencia en los medios públicos- y el vilipendio por defender lo que ahora es el consenso nacional. Se planteó incluso la ilegalización, cuando ahora es el centro de la nación y el eje entorno al cual gira el debate.
No está la situación ya para medias tintas, ni para soluciones intermedias, se precisan aldabonazos y terapias de choque para una Europa moribunda. Marie Le Pen es la mejor opción y animamos a nuestros lectores a hacer campaña por ella.
Volvemos la mirada a Francia y no podemos por menos que desear verla –como el viejo general resistente- rodeada de cierta grandeza. En los tiempos que corren, la grandeza de Francia es también nuestra grandeza.
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