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Contra el liberalismo

Redacción




Friedrich Hayek. /Foto: elviejotopo.com.
Friedrich Hayek. /Foto: elviejotopo.com.

Enrique de Diego

El liberalismo se ha convertido en la ideología –sistema cerrado de ideas- más peligrosa y perversa contra la Humanidad y la supervivencia de la especie. La ausencia de una antropología, reduciendo al hombre a la consideración de mero consumidor, y la degeneración en utopía mundialista, propugnando la eliminación de fronteras y un gobierno mundial, le sitúan como el mayor enemigo de la civilización occidental, a la que aportó bases doctrinales frente al socialismo.

Contesto a los comentarios de dos ilustrados y equivocados lectores de Rambla Libre, Alberto y Jaime Pérez. Para Alberto, donde se dice liberalismo debe decirse “falso liberalismo”, pues, entiendo, que se refiere a que sociedades donde el Estado controla más del 50% de la riqueza nacional no merecen llamarse liberales. Para Alberto, lo que se vende como liberalismo, específicamente el PP, es socialismo de derechas, como indica la dedicatoria de Friedrich Hayek de su libro Camino de servidumbre, “a los socialistas de todos los partidos”. Reseña que liberalismo no es obligar a los padres a educar en la ideología de género o que no es liberal repartir pagas y servicios gratuitos con dinero robado al contribuyente entre los inmigrantes. Y ahí se equivoca. No ha leído bien a Hayek. Dice que el liberalismo aborrece del islam, porque matar es malo en sí (principio de moral natural, refrendado por Revelación en el Monte Sinaí) y por la igual dignidad de hombres y mujeres. Esto del aborrecimiento del islam es de cosecha propia. Nada dice el liberalismo sobre la materia, en realidad.

Jaime Pérez define el liberalismo como “ideología internacionalista” y lo define bien, y ahí estriba su efecto demoledor actual: que ha degenerado en “ideología”, en sistema cerrado de ideas, en ortodoxia. Establece que el liberalismo es “la única ideología que ha demostrado ser capaz de que la renta mundial aumente de manera indefinida y de que se reduzca la pobreza”. Esto, en los momentos actuales de crisis sistémica, es falso. Los liberales unas veces rechazan toda responsabilidad, pues toda la culpa corresponde a la socialdemocracia, y no hay ninguna sociedad liberal, pues se supone que hay una sociedad liberal perfecta, con un Estado mínimo (Robert Nozick) o sin Estado, como el anarcocapitalismo de Murray Rothbard. Pero al tiempo reivindican los logros inefables del liberalismo, con lo que van cayendo, por analogía, en el tic de los socialistas de decir que el socialismo nunca se ha puesto en práctica.

Jaime Pérez se lía con que el liberalismo, aunque es internacionalista, no está contra las patrias, aunque en la corriente libertariana está incluso contra la existencia del Estado. Y es honrado intelectualmente reconociendo que “lo de eliminar las fronteras –libre circulación de las personas- sí que es cierto que es una reivindicación del liberalismo”. Mas, la libre circulación de las personas implica la eliminación de las fronteras, la eliminación, por tanto, de las Patrias y los Estado-nación. Y un mercado globalizado, sin interferencias estatales, exige un Gobierno mundial o un no Estado mundial. Siguiendo a Karl Popper –inspirador de George Soros– los liberales deberían experimentar su sociedad perfecta en una ingeniería social fragmentaria para dilucidar sus resultados y sus efectos perversos. Por lo que sé, se han hecho algunos experimentos virtuales que han concluido indefectiblemente en estafas. El hombre no es sólo un consumidor; por esa senda se llega a delirantes propuestas a favor del tráfico de órganos o el turismo sexual, por la falta de una antropología y de reconocimiento de la moral natural.

Durante décadas me he tenido por un liberal y he leído con intensidad a sus referencias, a la llamada escuela austriaca con Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, a sus corolarios, la escuela de Chicago de Milton Friedman y Gary Becker, y a la de Virginia o de la elección pública, de James Buchanan y Gordon Tullock. Y, por supuesto, a la anarcocapitalista de Murray Rothbard y Ayn Rand.

Lo que ha convertido al liberalismo en el mayor peligro para la civilización y la Humanidad es la contradicción entre sus principios, devenidos en dogmas, como la libre circulación de las personas, con sus efectos demoledores, y la realidad, con una incapacidad para analizarla, como si se tratara de un nuevo totalitarismo en estado de confusión.

En una sociedad liberal perfecta la libre circulación de las personas se acompaña de la ausencia de ayudas y servicios estatales o públicos. Eso, por de pronto, no forma parte de la realidad, por lo que el principio se supone que habría de quedar en suspenso hasta la consecución de la sociedad perfecta, que tampoco sabemos como es, con Estado mínimo o sin Estado. Le pido, de todas formas, a Alberto que relea bien a Hayek, porque éste plantea la necesidad de que haya un “mínimo de subsistencia” asegurado, pues la sociedad no sería capaz de asumir otra cosa, y eso justifica las pagas y subvenciones.

La libre circulación de las personas implica la sugerente y delirante idea de que quien pisa un territorio pasa a tener iguales derechos que los nacionales de ese territorio, pasa a ser otro nacional, porque el liberalismo se ha ido tornando apátrida y cosmopolita y es la base sustentadora del multiculturalismo, pues el hombre no es ni más ni menos que un consumidor, y a eso se ha ido reduciendo su antropología economista y mercantilista. La sociedad es, en la misma línea, un mercado, sin narrativas, tradiciones, cultura y religión.

Una pequeña reflexión sobre el liberalismo y la religión, la relación con Dios. Jaime Pérez dice que “el liberalismo no niega la existencia de Dios”. De hecho, no dice nada. No entra dentro del mercado. El liberalismo podría, en todo caso, decir algo sobre la desregulación del mercado de imágenes religiosas. Una anécdota es que cuando Friedrich Hayek reunió en la postguerra a liberales de todo el mundo en Suiza propuso los nombres de dos pensadores católicos para nombrar a la asociación que iban a constituir: Alexis de Tocqueville y Lord Acton, y ambos fueron rechazados por su condición de cristianos. Terminaron por remitirse a la localización de donde estaban reunidos: Mont Pelèrin. Y aunque ha habido algún católico adherido al liberalismo como Mikael Novak, el liberalismo se compagina con el agnosticismo y el objetivismo moral. Hayek nada dice sobre la religión, salvo referencias genéricas a los “guardianes de la tradición”, previos al liberalismo y superados por él, en el último capítulo de “La fatal arrogancia”.

El liberalismo, con su utopía mundialista, ha introducido el choque de culturas en las naciones civilizadas, poniendo las bases de una regresión hacia conflictos étnicos y religiosos. Hay ya una guerra declarada por el islamismo, aunque no se reconoce, en nombre de la corrección política, que es tanto de base postmarxista como liberal, pues en tanto “ideología internacionalista”, el liberalismo nada tiene que decir sobre el multiculturalismo, sino favorecerlo –como hace George Soros invocando a Karl R Popper– y en su absurda propuesta de desarme moral completo de eliminar las fronteras –eso significa la libre circulación de las personas- ha llevado a la civilización a una situación de colapso y de conflicto, ante el que se está reaccionando in extremis.

He dejado, al margen, el hecho notorio y anecdótico de que en España los “liberales”, sin excepción ninguna, se han mostrado muy duchos en depredar el Presupuesto, desde Esperanza Aguirre y Federico Jiménez Losantos, hasta incluso el austriaco-anarcocapitalista Jesús Huerta de Soto, catedrático de una Universidad estatal.