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Patriotismo económico (4): Proteccionismo inteligente frente a libre comercio

Redacción




Konrad Adenauer y Charles de Gaulle. /Foto: ramblalibre.com.
Konrad Adenauer y Charles de Gaulle. /Foto: ramblalibre.com.

Enrique de Diego

El patriotismo económico, basado en la nacionalidad y en la soberanía, bajo el lema “España para los españoles”, es la superación del socialismo fracasado y del liberalismo que amenaza con derribar la civilización y poner en riesgo la supervivencia de la especie.

Uno de los caballos de Troya es el libre comercio. Se ha convertido en un dogma que establece, dentro de la mitificación del mercado global, que el libre comercio abarata los productos para el consumidor. También ha difundido que los conflictos anteriores fueron provocados por el proteccionismo y que “dos no pelean cuando comercian”, según la tesis de Kant en “La paz perpetua” (libro tan citado como poco leído).

El libre comercio, al aumentar la competencia, puede abaratar los productos, lo cual es un beneficio para el consumidor; la cuestión es si ese consumidor deja de serlo pues ha perdido el trabajo mediante la deslocalización de su antigua empresa. Entonces, el consumidor no tiene ningún beneficio y deja de hecho de ser consumidor. Vemos que los efectos que está teniendo el libre comercio son una proletarización de las clases medias occidentales, la concentración de una amenazante gran cantidad de riqueza en unas pocas manos (el 1% de la población norteamericana concentra tanta renta como el otro 99%) que amenaza a la libertad con procesos de ingeniería social (plan Soros), la destrucción de sectores enteros productivos en España y el deterioro internacional de un elemento básico del derecho de propiedad como son las patentes y marcas. Tampoco están surgiendo clases medias suficientes en los países a donde se deslocalizan las empresas, sino nuevas formas de neoesclavismo.

No es cierto que el libre comercio sea un corolario directo de la libertad. El Sur esclavista era librecambista, mientras el Norte, industrial, era proteccionista.

El proteccionismo no ha sido la causa de las dos grandes guerras. La historiografía todavía no ha sido capaz de determinar la causa por la que, en un proceso de acción-reacción, tras el asesinato de Sarajevo, las autocracias se despeñaron al abismo de la guerra. En mi opinión, fueron los estados mayores, de mandos de mucha edad, los que estuvieron interesados en marchar hacia la gloria. Desde luego, el mundo de 1914 no era ni intervencionista ni proteccionista. Era un mundo liberal surgido del siglo XIX: los sectores estatales eran pequeños, el ingreso total del Estado se reducía al 9% del PIB en Estados Unidos, en Reino Unido, del 13%, en Alemania, que desde Bismarck estaba construyendo un Estado del bienestar, era del 18%. Antes de la segunda guerra mundial, hubo efectivamente una subida general de los aranceles, pero lo que llevó a Adolf Hitler al poder fue la hiperinflación de la postguerra (llegaron a imprimirse billetes de billones de marcos) y sus motivaciones fueron ideológicas, no económicas. De hecho, Hitler practicó el liberalismo económico. Su ministro de Economía, Hjalmar Schacht era un partidario de la economía de mercado.

En nombre de su soberanía, un Estado puede y debe optar por el libre comercio o por un proteccionismo inteligente, según convenga a los intereses de sus nacionales. Después de la segunda guerra mundial, Europa, y específicamente la Alemania de Konrad Adenauer y la Francia de Charles de Gaulle optaron por el libre comercio dentro de una zona específica, con economías complementarias y desde la soberanía, la Europa de las patrias. Eran librecambistas en la Europa de los seis (más Italia y el Benelux) y proteccionistas respecto al exterior.

Hicieron bien. El libre comercio sólo puede darse entre economías similares, en las que haya, por ejemplo, niveles impositivos similares, derechos personales reconocidos, salarios parejos. Establecer acuerdos de libre comercio con naciones con salarios de esclavitud, sin impuestos, sin controles sanitarios o de calidad en los productos, es destructivo. Frente a ellos, es preciso establecer aranceles y defender el desarrollo de los sectores productivos nacionales.

El dogmático libre comercio actual, que se niega al análisis de la realidad, por ejemplo, está deteriorando por completo el respeto a las patentes y marcas –en Pekín hay incluso un museo dedicado a las copias- lo que conlleva un deterioro de la calidad, de la innovación y de la generación de empleo con salarios dignos. Lo que se está produciendo no es un progreso general, sino un deterioro general; una proletarización planetaria, con una pequeña élite muy adinerada y una población que va siendo llevada a la miseria general.

Ha llegado la hora del proteccionismo inteligente.