Enrique de Diego
Patones (de arriba, el de abajo, es de reciente creación, 1940), pueblo de la provincia de Madrid, tuvo rey durante siglos. Así lo acredita Antonio Ponz en “Viage de España, en el que se da la noticia de las cosas apreciables y dignas que hay en ella” (1781). Ocurrió durante la invasión musulmana: un puñado de godos se refugiaron en las cuevas de la zona y, por lo escarpado del terreno, no fueron descubiertos. Así surgieron los patones y sus reyes se perpetuaron, pues a finales del XVIII se documenta que se veía al “rey de patones” vendiendo “carguillas de leña” en los pueblos colindantes. Incluso Patones tuvo su guerra, pues cuando se quiso repoblar de pinos la zona, lo que entraba en colisión con el hecho diferencial de vivir de las cabras, hubo motín y “el ingeniero de la repoblación cobró de lo lindo”. Hete aquí que Patones es nación. Y en los tiempos que corren podría exigir la bilateralidad o la soberanía plena.
En esta España de mentes degradadas las mayores estulticias tienen recorrido como esa de que “España es nación de naciones”, que contradice a la lógica. Hay un profesor de ese desastre sin paliativos que es la Facultad de Políticas de la Complutense que repite esa chorrada y los suyos han empezado a creérsela, de modo que para Pablo Echenique, Aragón es nación, y para Teresa Rodríguez, también Andalucía es algo “como nación”. Y Asturias y León y el condado de Ribagorza y Valladolid y Segovia y Málaga y Fuengirola y Nájera y Estella y la república independiente de mi casa. Y, por delante de todos, el reino de Patones (de arriba, con la colonia de Patones de abajo o, puestos, Patones nación de naciones).
Si España fuera una “nación de naciones” –engendro que no ha existido nunca, ni puede existir- sería un Imperio y Felipe habría de ser coronado emperador de las Españas. ¿Hasta cuándo van a abusar de nuestra paciencia?, como diría Cicerón.