Miguel Sempere
Pedro J Ramírez es un personaje amortizado, un periodista acabado y fracasado en su aventura digital, como un dinosaurio que ha tratado de renovarse, pero que ya es de otro tiempo, y busca notoriedad haciéndose un hueco en las páginas del corazón mediante el idilio con una abogada globalista. Noticia que tiene más interés por la víctima Agatha Ruiz de la Prada y el reparto de las propiedades.
Pedro J Ramírez es quizás el periodista más mentiroso de la España reciente. No puede determinarse el más porque compite con Federico Jiménez Losantos, aunque éste es más bien un locutor dicharachero.
El ahora pasto del corazoneo –preludio siempre del desastre- se inventó unos “agujeros negros” sobre la masacre islamista del 11 M, sobre la base de delirantes escritos del periodista Fernando Múgica, que estaban basados en notas para una novela de JJ Benítez sobre el 11 S. Puro esoterismo.
Pedro J Ramírez, con el acompañamiento de Casimiro García-Abadillo, que entonces le era fiel, prometió a sus seguidores que desvelaría la trama que estaba detrás dela masacre, y que no tenía nada que ver con Suárez Trashorras, el que vendió el explosivo de Mina Conchita, ni con Jamal Zhougam, cuya libertad pidió Pedro J indecente e insistentemente, ni con los musulmanes de Leganés, los “pelanas” de Losantos, esos a los que habían asesinado los policías españoles, según el fabulador Luis del Pino, llevándose por delante al heroico geo Francisco Javier Torronteras, como una especie de coartada.
Practicando un periodismo de tebeo, Pedro J y Losantos impusieron un remedo de dictadura mediática, persiguiendo, con el apoyo del PP de Esperanza Aguirre, a quien osara contradecir la sarta de estupideces mutante de los dos mentirosos. Doce años después, Pedro J no ha hecho otra revelación, ni ha dado otra exclusiva que su separación, después de que Agatha le respaldara en un momento difícil, de lo que ahora seguramente se arrepentirá, aunque, si lo mira bien, menudo peso se quita de encima, con sus extraños gustos de alcoba.
Aquella dictadura de dos patentes amorales, con sus cortes, y el fabulador trepa de Luis del Pino, provocó el suicidio de una buena mujer, policía, esposa del comisario Rodolfo Ruiz, que no soportó que señalaran a su marido como cómplice de la masacre.
Lo mejor sería que Pedro J desapareciera cuanto antes por el sumidero de la pequeña historia o que empiece a ir a Salvame de Luxe con corpiño a recibir una torrencial lluvia de oro. Así pasa la gloria del mundo, y nunca mejor dicho: la de Pedro J ya ha pasado.