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Antes de acabar con Pedro Sánchez, tienen que demoler su fama

Redacción




Pedro Sánchez. /ideal.es.
Pedro Sánchez. /ideal.es.

Enrique de Diego

Se trata de intereses y por eso la crueldad es máxima. Pedro Sánchez, en su pulsión heroica, ha tenido la osadía de desvelar la trama de intereses y poderes fácticos que sostienen el sistema que está hundiendo a España: la relación incestuosa entre las finanzas y los medios, entre el Ibex y Rajoy.

Pedro Sánchez ha citado a El País, convertido en el histérico sicario de Rajoy, pero también ha hecho referencia a un ostensible pensamiento único, a una sola línea editorial que aúna a toda la mentira lacaya de los medios de incomunicación, una pocilga hedionda de corrupción irrestricta. Ha citado a César Alierta, de Telefónica, empresa que debería ser neutra, pero también a un genérico “las finanzas”; es decir, ese mundo bancario al que ha habido que rescatar por su mala gestión con dinero del contribuyente.

Si Felipe González enfangó a la nación en una corrupción superlativa en el reparto mafioso de los suculentos despojos de la expropiación de Rumasa, José María Aznar fortaleció el sistema corrupto mediante privatizaciones hechas no con criterios de competencia sino de oligopolios, para los amigos, “no va a ser para los enemigos”, como indicó socarronamente prepotente Rodrigo Rato.

Tras desvelar la punta del iceberg de la trama, Pedro Sánchez se ha convertido en el enemigo público número uno, un zombie, un cadáver político, un muerto mal enterrado, y la zarabanda es brutal, fuego a discreción desde todos los frentes, confirmando el secreto a voces: el consenso profundo, el pensamiento único en torno a los intereses, a la depredación de las indefensas clases medias; en torno al enriquecimiento puro y duro mientras se expolia y se hunde a una sociedad.

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Antes de rematarle políticamente, tienen que denigrarle. Pedro Sánchez les ha dado algunas armas. Conceder la entrevista a Jordi Évole, que no es otra cosa que un bufón de la casta, ha sido un error. Luego ha confirmado las acusaciones de sus enemigos: conversaciones secretas con los separatistas, síndrome de Estocolmo con Podemos (que lo dejó en la estacada), descalabro intelectual con la contradicción de España como nación de naciones. Ahora va a saber de qué son capaces; ahora se va a hacer el silencio, ninguna aparición estelar en los medios, sólo noticias críticas, sin parar en el infundio, sin escrúpulos para entrar en cuestiones personales. Es la tercera fase: la de la demolición de la persona y su entorno.

Pero el capital de heroísmo todavía lo mantiene y va a durar un tiempo. Por eso retrasarán el máximo posible el Congreso y las primarias. Si Pedro Sánchez hubiera cedido, si hubiera optado por un PSOE subalterno del PP y de Rajoy, como le pedían, la vida le hubiera sido fácil. No ha mirado por sus intereses. La casta se hubiera ocupado de él. Hubiera tenido la vida hecha: una salida honrosa y bien remunerada, consejos de administración del Ibex, asesorías internacionales, ciclos de conferencias. Todo ese mundo podrido pero muy lucrativo de los poderosos señores siniestros del mundo, a los que Pedro Sánchez ha retado.