Enrique de Diego
Halloween no es una tradición española. Nuestros antepasados nunca fueron tan estúpidos como los de esta generación, con sus niñas vestidas de brujas idiotas y sus niños de esqueletos absurdos como si las calles de España fueran un capítulo de los Simpson.
Se supone que Halloween tiene algún remoto origen en la fiesta celta de Samhain y que fue llevada a Estados Unidos por inmigrantes irlandeses, aunque la fiesta como tal sólo tiene precedentes en los años 20 del siglo pasado –un desfile en Minnesota- y es, sobre todo, una fiesta comercial y pagana desde los años setenta-ochenta, hasta recalar en España por el influjo de la televisión y el cine.
Es una muestra de la desnacionalización a la que ha sido sometida la sociedad española y hay que hacer una llamada a la salvación personal de este patético ridículo de calabazas, terror infantil y estupidez superlativa.
Algunas mentes doctas dicen que es un homenaje a las fuerzas del mal. Desde luego, las niñas no se visten de hadas, sino de brujas, que es mucho más desagradable.
Defendamos nuestras tradiciones y repudiemos estas estupideces foráneas.