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El presidente de la casta corrupta, sin apoyos para gobernar

Redacción




Mariano Rajoy. /Foto: 20minutos.es.
Mariano Rajoy. /Foto: 20minutos.es.

Enrique de Diego

Con un partido imputado, con certezas sobre su propia corrupción personal y sobre sus responsabilidades políticas en la corrupción de toda su estructura partidaria, Mariano Rajoy es el nuevo presidente para una legislatura llena de negros nubarrones, que amanece tocada, con una ciudadanía atribulada y sin ilusión

Lo es con mayoría simple: 170 votos a favor, 111 en contra –los de Esquerra Republicana utilizando la fórmula “no es no”- y 68 abstenciones –varias de las socialistas, con el latiguillo previo de “por imperativo”-. No se dan, por tanto, las condiciones ni para un Gobierno estable ni para una legislatura larga.

De hecho, un Rajoy entre temeroso y amenazante ha indicado que quiere “un gobierno que esté en condiciones de gobernar, no de ser gobernado” y ha advertido que “no estoy dispuesto a derribar lo construido”. Necesita y pide apoyos para los Presupuestos y los compromisos con la Unión Europea; es decir, para nuevos recortes de difícil digestión.

No tiene apoyos para la gobernabilidad y el gesto ético del ausente Pedro Sánchez le corta la retirada a Rajoy hacia el PSOE; pone muy difícil una estabilidad sobre la base del hara kiri socialista.

Albert Rivera desdibujado. Ciudadanos va camino de desvanecerse en la tarde pragmática y dulzona del centrismo pactista.

Oliendo la sangre que mana de las heridas de un bipartidismo agonizante, Pablo Iglesias hizo un discurso en alternativa sobre la “nueva España” a surgir tras este “epílogo”.

“Hay un país, una nueva España joven, moderna y sin miedo” que no tolerará “la corrupción, los desahucios o la desigualdad social”.

En la calle, parte de esa nueva España, en “rodea al Congreso”, coreaba, en ambiente festivo y sin incidentes, eslóganes tanto contra el PP como contra el PSOE.

Rajoy, el presidente de la casta corrupta, afronta una legislatura previsiblemente breve, con problemas gravísimos que él ha ido dejando pudrirse, como el secesionismo catalán que ya tiene previsto desconectarse de la Agencia Tributaria, o las pensiones, cuya hucha no da para pagar las extraordinarias del próximo año, y con una recuperación ficticia basada en el incremento constante de la deuda. España votó, por dos veces, cambio y recibe un inmovilismo débil y alicorto.