Editorial
El Gobierno, el previsible de Rajoy y el que fuera, es legal, pero no es legítimo. Cumple una serie de formalismos, pero le falta el requisito esencial de la división de poderes: el legislativo y el ejecutivo están en amalgama y el judicial, sometido y servil.
Tiene ya carencias serias de representatividad mediante las listas cerradas, elaboradas por los partidos y ofrecidas como un menú cerrado a los súbditos, que carecen de representante.
No es legítimo ni el Gobierno en minoría, ni con mayoría absoluta. La ilegitimidad se prolonga hacia el pasado y se intensifica hacia el presente. Ni tan siquiera la monarquía fue votada en un referéndum específico, sino dentro de un plebiscito general sin alternativa.
Lo que está sucediendo ahora es la etapa agónica del régimen, el resquebrajamiento del bipartidismo y el descrédito del turnismo. La división interna en el PSOE, entre los partidarios de mantener el régimen rindiéndose a Rajoy y quienes apuestan por un PSOE autónomo alejado del PP, con Pedro Sánchez como líder, que aún tiene mucho que decir, no es otra cosa que uno de los efectos de ese desconcierto del régimen ante su agonía. El PSOE no va a poder apuntalar al PP salvo mediante su altruista suicidio, su harakiri.
La división interna en Podemos entre los pablistas, partidarios de un giro a la izquierda y movilización callejera, y los errejonistas, supuestamente más transversales y parlamentarios, es muestra del desconcierto ante la falta de una alternativa real al régimen.
Ese régimen lo controla todo, detenta una concentración del poder comparable al de una dictadura. Entran dentro de esa concentración los ogipolios del Ibex 35, los medios de comunicación, los sindicatos, las patronales, los clubes de fútbol, la jerarquía católica, aunados todos en el interés común: el mantenimiento de sus privilegios a costa de la expoliación de las clases medias, que son llevadas a su proletarización y a su ruina.
El régimen, el sistema no es que esté deslegitimado por la corrupción, es que la corrupción es la base del sistema, sin la cual no puede funcionar ni sostenerse una casta vitalicia y hereditaria, que ha hundido el sistema financiero de las cajas, que ha convertido la honradez en un lujo, que ha impuesto la mediocridad y el nepotismo frente a la iniciativa y el mérito; que ni tan siquiera es capaz de asegurar la unidad de España, que para nosotros es fundamental, innegociable. Y, en lo económico, ni tan siquiera el sistema es capaz de asegurar las pensiones de tanto como han robado y roban los políticos de la casta.
Es perfectamente comprensible que, ante esa ilegitimidad, se convoque un “rodea al Congreso” coincidiendo con la investidura de Mariano Rajoy. Es preciso, desde luego, un periodo de libertad constituyente y una regeneración completa del sistema. La legislatura, con un Gobierno débil, va a empezar conflictiva y esa conflictividad irá en aumento. Nosotros no estamos, como ya dijimos, por la estabilidad de este sistema corrupto; estamos por la inestabilidad, aunque los puertos a los que queremos llegar distan mucho de los supuestos convocantes de ese “rodea el Congreso”. No nos preocupa la movilización callejera; la consideramos necesaria para mostrar la putrefacción interna del sistema, la degeneración de la casta.
Es precisa una alternativa identitaria y patriótica al régimen, que irá surgiendo, porque la necesidad crea el órgano, que reivindique el reforzamiento de la nacionalidad y la soberanía, que dote a la nación de un proyecto común capaz de ilusionar a todos, y específicamente a una juventud desnortada, por desnacionalizada. Podemos no es la estación de término, es un apeadero en el camino. Ciudadanos no pasa de coartada del régimen, ya muy debilitada. Rambla Libre es el ámbito de confluencia de los disidentes y los patriotas, de quienes tienen la fuerza vital para conquistar el futuro.