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El General Millán Astray fue real, historia de la gloria de España

Redacción




La Legión, legado de Millán Astray. /Foto: outono.net.
La Legión, legado de Millán Astray. /Foto: outono.net.

Emilio Domínguez Díaz. Licenciado en Filología Inglesa.

Contestación al profesor Luis Alegre Saz, de la Universidad de Zaragoza, por su artículo en El País, publicado el pasado 29 de septiembre.

Estimado Profesor Alegre:

Estupor es el mejor calificativo que se me ocurre al leer su artículo de El País contra el General Millán Astray. Perplejo me deja por el contenido y el resentimiento que se desprende de sus palabras y comparaciones.

Supongo, por otro lado, que la ofensa también habrá llegado a alguno de estos colectivos femeninos tan de moda, de esos que sólo alzan la voz o enseñan sus torsos (pechos incluidos) cuando buscan la confrontación en la provocación al mundo católico. Ardo en deseos de escuchar alguna voz progre-feminista al respecto de sus comentarios. Están tardando.

Espero que sepa a lo que me refiero porque sé algo de la conexión religiosa de su infancia que, por otro lado, debe recordar con orgullo y, ¿por qué no?, agradecimiento ya que, según he sabido, hasta llegó a permitirle un acceso más fácil para llegar becado a la Universidad. Enhorabuena.

Otros no han tenido esa suerte ni esa «mano» para estudiar una carrera, hacer cursos de doctorado o, incluso, escribir una tesis doctoral con 25h lectivas semanales por medio y una familia (de las normales, como en la que usted mismo creció) que mantener. Pero todo ello se puede resumir en esfuerzo, trabajo y perseverancia que, indudablemente, usted también habrá cultivado para conseguir sus metas. Me alegro por ello. De veras.

Lo que le debo a La Legión

Yo, personalmente, también creo haberlo logrado pero le gano en una cosa. Hice el servicio militar como voluntario en La Legión, con 23 años y una carrera universitaria y, a pesar de los valores mamados en casa y la madurez de esa edad, ese año de Tercio y la disciplina del Credo Legionario multiplicaron sus efectos por mil hasta, incluso, mejorar en entrega, esfuerzo, predisposición y celeridad a la hora de realizar cualquier tarea aunque, en un principio, me pareciera imposible. ¡La misión ante todo!

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De todo ello, no le puedo contar. Hay que vivirlo o, a día de hoy, leer, por ejemplo, la traducción del francés del Bushido, que un «inculto» Millán Astray hizo para salvar la vida de 39.000 jóvenes de reemplazo gracias a la obra fundacional de La Legión en 1920. No atendió a las peticiones de las clases sociales altas que, con un miserable estipendio, exigían al pobre o a los jornaleros y criados que fuesen a Marruecos en sustitución de los señoritos.

Le hablo de principios de la década de 1920. También podría hablarle de los encontronazos de Millán Astray con el propio Primo de Rivera en 1923 o el mismísimo Franco en 1947 a la hora de criticar sus políticas militares o de tasas y abastecimientos que, en muchos casos, se interponían a los principios y la labor de Millán Astray con el estamento militar o, en el segundo caso, su abnegada entrega en el barrio vallecano de Las Latas en el que se convirtió en ese «ángel» de la cruda post-guerra madrileña.

Gestos como éstos revelan una versión más amable de nuestro fundador, padre de unos 100.000 legionarios que han engrosado las filas de la gloriosa Legión, admirada dentro y fuera de nuestras fronteras y en la vanguardia de combate y misiones internacionales de los últimos 24 años. Y estas actitudes ante los jefes de estado o su labor social ante los más desfavorecidos nos enseñan ese carácter y actitud ante los poderosos y los desamparados. Resulta contradictorio con la moto que le han vendido toda su vida. Una mentira repetida hasta la saciedad suele tornarse en verdad, ¿o no?

Me viene a la cabeza el episodio de Unamuno que apunta que resume muchas cosas pero, a fin de cuentas, usted no concreta nada. ¿Acaso es de esos que tira la piedra y esconde la mano? ¿O es que no se fía de las mentiras que ha leído de aquellos que allí NO estuvieron? Su argumentación respecto a la «mítica agarrada» me parece insípida y carente de los argumentos o razones de un hombre de honor, el General Millán Astray; ese reo al que ni siquiera un docto comisionado de la Ley de Memoria Histórica le ha concedido el beneficio de la duda con tal de alcanzar ese anhelado consenso que, como puede comprobar, rompe con la conciliación que la maldita ley propugna. Esta conciliación resulta inversamente proporcional a la fracción social que la ley ha originado con el beneplácito de unos miembros impuestos a dedo en aras de lograr la unanimidad que satisfaga al más fuerte aunque, paradójicamente, sea el perdedor de una lamentable y fratricida Guerra Civil.

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Hablando de paradojas, permítame menospreciar su odiosa comparación del General Millán Astray con el patético Torrente. Sé de su gusto, conocimientos y contactos con el mundo del cine pero, reconózcalo, su aserto no dista mucho del personaje en cuestión. Patético.

Míreselo y, por favor, rectifique porque, si no es así, su exquisitez va a perder muchos adeptos. Si sigue pensando lo mismo, que puede ser, consideraré que los héroes a los que admira no difieren mucho de tipos tan mediocres como los que le otorga la ficción en la que anda envuelto.

Aunque sea un héroe anacrónico, el General Millán Astray fue real, historia de la gloria de España en Filipinas o Marruecos, donde labró unas gestas que el Ayuntamiento de Madrid consideró merecedoras de una calle en nuestra ciudad una década antes de la guerra. Héroes como el General no merecen el desprecio, deshonor u olvido de un pueblo por el que se dejó su sangre y la de esas decenas de miles de legionarios heridos, desaparecidos o fallecidos en combate.

Por una cuestión de respeto ante todos ellos, insisto, le emplazo a rectificar y hacer un guiño a la reconciliación como pretendemos los que queremos que Madrid siga rindiendo homenaje al Fundador de La Legión. En su mano está huir del chiste soez de Torrente e, inteligentemente, recordar a un personaje real que se entregó por el país en el que usted nació.

Sin otro particular, reciba un cordial saludo.