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La recuperación de la identidad española

Redacción




Cayetana Álvarez de Toledo, el cosmpolitismo destructivo. /Foto: vanitatis.elconfidencial.com.
Cayetana Álvarez de Toledo, el cosmpolitismo destructivo. /Foto: vanitatis.elconfidencial.com.

Enrique de Diego

El cosmopolitismo es la utopía sombría de los apátridas. El cosmopolitismo es la ideología sustentadora y sustentada por la tiranía burocrática de Bruselas, un ente amorfo sin control democrático, una aberración supranacional.

La identidad es la salvación, la salida al atolladero. El hombre no es un individuo solitario, es un ser social, necesitado de referencias, con sentido de pertenencia a una comunidad que habita en un territorio. En un mismo territorio no puede convivir, ni cohabitar, comunidades contrapuestas, ni sociedades paralelas; una yuxtaposición de identidades impide la convivencia, es el conflicto. La identidad hace posible la pluralidad, en la medida en que hay unos límites aceptados y también unas regularidades que permiten la comunicación. La identidad no se define, pues eso conllevaría el error esencialista; la identidad se describe, también frente a lo que repugna o a lo que resulta hostil o invasor.

Incluye la identidad la igualdad de todos ante la Ley, los mismos derechos y libertades, como corolario de la libertad política. No se agota en la ciudadanía, sino que la incluye. Siendo la nación un Estado de Derecho, no hay leyes religiosas que puedan imponerse en ninguna de las partes de la nación. Contemplando la nación, al menos como metáfora, como un club privado, en la línea de lo expuesto por Gary Becker, no pueden pertenecer al club quienes pretendan exterminar al resto de los miembros o quienes no respeten esa igualdad de todos ante la Ley, consecuencia de la igualdad natural en dignidad; no pueden pertenecer, por ejemplo, quienes sostengan la inferioridad de la mujer o el exterminio de los homosexuales o la lapidación de las adúlteras. La pluralidad no es diversidad; la pluralidad es lo contrario a la diversidad, pues no puede tolerarse a quienes pretendan acabar con la pluralidad.

La ciudadanía no es suficiente. Es curioso que Cayetana Álvarez de Toledo, cegada por su prejuicio ideológico, no sea capaz de percibir que los separatistas catalanes parten del multiculturalismo y propugnan la ciudadanía catalana; se basan en las mismas ideas que Cayetana, como puede explicarle un personaje harto curioso como el presunto anarcocapitalista Jesús Huerta de Soto, lo que no es óbice para que sea catedrático de una universidad estatal; ferviente partidario de la independencia de Cataluña. La demencial utopía final del liberalismo –Murray Rothbard, por ejemplo- es acabar con las patrias.

Identidad, por ejemplo, es el derecho de todos los españoles a conocer, a ser educado, a usar el castellano, lengua franca de todos los españoles. Derecho que todos los gobiernos autonómicos catalanes han conculcado y que todos los gobiernos nacionales han permitido, muy especialmente el de José María Aznar, que impidió todo recurso de inconstitucionalidad contra la llamada ley de normalización lingüística. Identidad implica, por ejemplo, el respeto a todos y cada uno de los símbolos patrios; identidad implica la enseñanza y el respeto a la narrativa común, a los antepasados.

La ciudadanía por sí sola es el grado último de la desnacionalización de la persona. En la medida en que el separatismo catalán se ha ido desbocando hacia la ensoñación de la independencia ha ido abandonando la defensa de la identidad, en aras de la diversidad de los nous catalans, porque la identidad catalana no es otra que la española. Y si España ha sido hasta ahora de afrontar el reto secesionista es porque en todo el territorio nacional, en su sistema educativo, en sus medios de comunicación, en el discurso oficial se ha combatido con saña la identidad nacional.

La nacionalidad no es un acto administrativo. No es un documento. De hecho, como un elemento más de desnacionalización, la nacionalidad se ha estado concediendo en las últimas décadas sin ningún criterio nacional, de pertenencia, sino como un mero trámite burocrático a personas que no se sienten en absoluto españolas. Y por eso esas nacionalizaciones han de ser revisadas.

Hacia el patriotismo económico

La identidad implica un patriotismo económico, superador del intervencionismo asfixiante y expoliador socialdemócrata, y también del liberalismo individualista y cosmopolita. Sólo deben recibir ayudas sociales los nacionales. España no es la Seguridad Social del mundo. Ningún ilegal puede ser acogido o mantenido: la expulsión ha de ser inmediata, pues se trata de un invasor que desde el principio no respeta las leyes. Ese patriotismo económico ha de atender, incluso con medidas proteccionistas, a los sectores estratégicos. Y ese patriotismo económico ha de recuperar soberanía respecto a la amorfa tiranía burocrática de Bruselas.

No la identidad, la defensa de la identidad, no es el problema, sino la solución, la salvación. Por eso, en España la tarea, ardua y apasionante, es recuperar la identidad nacional, proceder a la nacionalización de la sociedad, que saque a los jóvenes de sus angustiosas crisis de identidad y que devuelva a todos el orgullo y la energía vital de ser españoles.