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No es el cosmopolitismo lo que avanza, sino la invasión subvencionada

Redacción




La inmigración invasiva, un gran negocio destructivo. /Foto: cuartopoder.com
La inmigración invasiva, un gran negocio destructivo. /Foto: cuartopoder.com

Los liberales han degenerado en un grupo de trincones que predican las virtudes de lo privado mientras se dedican a parasitar de lo público, de lo estatal. Esta patente miseria del liberalismo es un fracaso en toda regla mediante la contrastación con la realidad. Es la nueva secta de los peores fariseos.

Nos venden, y financian como hace George Soros en nombre de la Sociedad Abierta, que debemos abrir las fronteras –en ello coinciden Manuela Carmena, que está ga gá, y el presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez– y apostar por no sé qué genérico cosmopolitismo, cuando la realidad –mediante el método prueba-error y la contrastación- es que se están fragmentando nuestras sociedades y destruyendo nuestra naciones mediante su fragmentación en identidades yuxtapuestas agresivas, en lo que el presidente de Hungría, Viktor Orban, con pleno acierto, ha descrito como “sociedades paralelas”, sin ningún punto en común, sin posibilidad de convivencia, como es la manifestación continua de la realidad, frente a los intentos continuos de cegar y desarmar a las sociedades y a las personas.

Cada persona es una especie, con una identidad propia, de acuerdo, pero para la vida en un territorio se precisa una sociedad homogénea. En La responsabilidad de vivir entiendo que Popper se contradice o se rectifica cuando indica que toda sociedad precisa de unas regularidades para permitir la comunicación. Llamemos a esas regularidades identidad y no nos perdamos en debates verbales, como recomendaba Popper, a cuya filosofía Soros ha dado un golpe de muerte.

Hablar de razas es tabú. Pero es un tabú unidireccional, porque, a la postre, todo el mundo habla de razas, de etnias, de blancos, negros, y por todas partes se extiende un racismo antiblanco, respecto al cual ni tan siquiera está permitido defenderse y llamar racistas a los que lo son.

Por todas partes, han surgido, como compartimentos estancos, identidades muy nítidas de feministas, homosexuales, transexuales, progresistas, humanitarios…que se muestran muy agresivos, en una general incomunicación por la falta de virtud personal y cívica –lo de los valores es el complejo de una sociedad degradada, banal y sin ascética-.

La fuerza irracional de este cosmopolitismo mendaz se manifiesta en un odio cerval a la civilización occidental, como perfeccionamiento de la especie, en el sentido de la Ilustración, que, en efecto es deuda de la filosofía griega, del derecho romano y de la ética personal judeocristiana, en un plebiscito de los siglos.

El plan Soros, lo que él denomina sociedad abierta, que es un avieso proyecto totalitario, el más peligroso de los que se han puesto en marcha en la historia, implica que para que no tengamos identidad, para que no tengamos la tentación de ser intolerantes, hay que convertir a la fuerza, y a golpe de talonario, a las sociedades europeas no sólo en puzles fragmentados, llenas de guetos culturales, étnicos y religiosos, sino en multiculturales, chapoteando en la multidiversidad, sin integración posible, mediante la llegada masiva de poblaciones de sociedades islámicas fracasadas con una identidad excluyente y agresiva, en la que su texto canónico les enseña y les exige matar a todos los no musulmanes.

Por esa senda de estupidez, y para confirmar el carácter disolvente de los liberales, trincones, les hemos visto presentar y defender el burkini como un ejercicio de libertad personal, como si la mujer musulmana tuviera capacidad de decisión, cuando la violencia física contra ella no sólo es una recomendación coránica sino un mandato.

George Soros exigió a la Unión Europea que cada año se recibiera, al menos, a un millón de emigrantes, que son, por cierto, todos musulmanes. Y los liberales pretenden hacer creer a la sociedades –también los socialdemócratas- que pueden convivir un barrio gay con otro musulmán. No, Chueca no está en Teherán. Cuando a comienzos de año, tres musulmanes magrebíes pretendieron lapidar a dos transexuales alemanes en Dortmund, en plena calle, utilizando las piedras de un montón de grava cercano, cuando declararon ante la Policía se manifestaron con respecto a su identidad bien definida: “esas personas deben ser lapidadas”.

Esos falsos “valores europeos” –detrás de los cuales se esconden mafias interiores de onegés- no promueven el cosmopolitismo, sino la invasión islámica subvencionada, poniendo las bases de conflictos muy graves, que ya se están manifestando en una extensión del terror, en restricciones graves a la libertad de expresión, en recortes de los derechos y libertades reales.