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El separatismo catalán, un desastre: divide, empobrece e islamiza

Redacción




cataluña

Josep Sansano

El balance del separatismo catalán no puede ser más pésimo: ha dividido a la sociedad y la ha empobrecido; además, ha optado por un modelo multicultural que la ha abocado a la pobreza, a la inseguridad y al conflicto, pasando por la creciente islamización.

Hoy los separatistas conmemoran una derrota, la toma de Barcelona, de unos españoles patriotas que luchaban por la dinastía Habsburgo y por la libertad de España, tal y como ellos la entendían, con una fuerte impronta católica. Po supuesto, la Cataluña actual no la reconocerían ni Rafael Casanova, ni Enric Prat de la Riba ni Pau Claris. Es una de las sociedades más descristianizadas y más enfangadas en el relativismo.

El dudoso logro del separatismo es haber dividido a la sociedad catalana. No hay una diada unitaria, porque no hay una comunidad moral, de hecho la sociedad catalana es una de las más disfuncionales y disgregadas. Ciudadanos celebra la diada en Premiá de Mar en un tono festivo, con una paellada; el mismo modelo ha seguido Podemos que la conmemora en Sant Boi. El PP ha leído un manifiesto.

El homenaje floral a Rafael Casanova es una de las más groseras manipulaciones históricas que se han perpetrado nunca, y en sí misma es un patético ridículo.

ANC y Omnium han organizado una mascarada repipi y hortera en la que se imita el latido de un corazón. Se trata de dar así una naturaleza antropomórfica al colectivo independentista. Pero, como ya hemos visto, no hay un solo corazón. Y el corazón independentista ni tan siquiera late, agoniza espasmódicamente.

Dentro de la mascarada, se ha elegido a Salt como la marcha de la “solidaridad y diversidad”. Nada más lejos de la realidad. Salt es una sociedad en conflicto, desvertebrada, insegura y sumida en la pobreza, con tres sociedades: el barrio viejo, habitado por autóctonos; el centro, tomado por extranjeros y degradado al máximo; y barrio de nueva construcción, donde se han ido a vivir, huyendo, los autóctonos del centro. En 1999, los extranjeros eran el 6%; en 2007, ya eran el 43%.

El separatismo catalán ya no es identitario, porque no tiene ninguna identidad que defender, no es el de Prat de la Riba ni el de Pau Claris, ha mutado a multicultural, y por eso la elección de un polvorín como Salt tiene su sentido, pues hacia ahí hacia donde dirige el separatismo al conjunto de la sociedad catalana.

En su alucinación relativista, el separatismo ha degenerado al reduccionismo lingüístico, sin ni tan siquiera narrativa común, lo que le entroncaría con España que es su identidad real, de forma que, mediante la suicida artimaña de los “nows catalans”, un integrista musulmán que habla catalán es un catalán. De esa manera, Cataluña –y Salt, muy concretamente- es una sociedad islamizada, con medio millón de musulmanes. Entre 2011 y 2015, los musulmanes se incrementaron en el 19,5%, pasando de 427.000 a 510.000. Cataluña es hoy un reducto salafista. En 2080, Cataluña tendrá mayoría de población musulmana y sus posibilidades de ser una república islámica, donde impere la sharia, son muy altas. Ni Rafael Casanova, ni Pau Claris, ni Prat de la Riba querían, desde luego, eso, ni nada parecido.

Además, el separatismo ha empobrecido a Cataluña. En los últimos siete años, 6.400 empresas han abandonado el territorio catalán. En 2011, uno de los años de incremento del reto separatista, abandonaron el territorio catalán 854 empresas.

El autogobierno, bajo la pulsión separatista, es un fracaso sin paliativos: una orgía de ineficacia y corrupción. Sin asumir su propia responsabilidad, ese desiderátum de mediocridad que es Carles Puigdemont ha salido por los cerros de Úbeda diciendo que “el Estado está desconectando de sus obligaciones con Cataluña» recurriendo a “la asfixia financiera premeditada de hace décadas”.