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Luis de Guindos, políticamente acabado

Redacción




Luis de Guindos, en horas bajas. Foto: noticiasjovenes.es.
Luis de Guindos, en horas bajas. Foto: noticiasjovenes.es.

Enrique de Diego

Según fuentes de su entorno, Luis de Guindos “lo está pasando mal, está en horas bajas. No valoró el escándalo que se iba a producir. Sólo quiso hacer un favor a un amigo y lo que más le duele es el fuego amigo”.

La designación de José Manuel Soria como director ejecutivo del Banco Mundial fue un error político. No fue en ningún caso una decisión de funcionarios sobre un funcionario, cuestión que ni tan siquiera era preceptiva en un concurso secreto, que ni ha estado colgado en la web del Ministerio. Pero la rectificación, la renuncia con expresa indicación por el interfecto, de que abandonaba “a petición del Gobierno”, es una desacreditación en toda regla a Luis de Guindos que, en lógica política, debería llevar al ministro de Economía en funciones –desde hace ocho meses- a presentar la dimisión. Aunque la lógica política hace tiempo que dejó de funcionar. Sí está políticamente acabado.

Un independiente, amigo de Rajoy

Luis de Guindos no es militante del PP, forma parte del Gobierno en calidad de independiente y más aún como hombre de confianza, como amigo –todo lo amigo que se puede ser en política- de Mariano Rajoy. No tiene base en el partido; no forma parte de ningún grupo de presión interno, ni tiene otro respaldo que el del presidente. Ha dado solvencia a una política económica con claros y sombras, como una especie de tecnócrata, pero no se mueve bien en las intrigas políticas. En su libro de reciente publicación, cuenta que durante el escándalo de las tarjetas black le “silbaban las balas” partidarias. Está también acostumbrado a la práctica irrestricta del nepotismo y el amiguismo, a la consideración del Estado como el patrimonio de una casta, de la que forma parte.

Cosas peores que la metedura de pata con Soria ha hecho antes, por ejemplo, el Gobierno del PP con José Ignacio Wert y con Federico Trillo, pero las circunstancias eran otras. Ahora el PP no tiene mayoría absoluta, y, por ahora, ni tan siquiera es capaz de formar Gobierno. Y está ante unas elecciones autonómicas, sobre todo las gallegas, que le resultan decisivas y en las que no puede obtener más que la mayoría absoluta. Así que la intervención clave para echar abajo la escabrosa operación salvad al soldado Soria ha venido, y con mucha fuerza, de Galicia, de Alberto Núñez Feijoo.

No ha sido Soraya Saénz de Santamaría que, en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, se remitió al Ministerio de Economía como responsable de la decisión, sin asumirla colegiadamente, lavándose las manos, la que se ha cobrado la pieza, que puede terminar siendo la cabeza de Luis de Guindos, sino Feijoo quien dejó claro que había que dar demasiadas explicaciones sobre el traslado de Soria. Y eso era malo en una campaña electoral.

Soraya y los sorayos –nada más y nada menos que los pretorianos de Moncloa que siempre terminan formando un grupo con intereses propios- resultan, sin duda, beneficiados, porque el grupo de los ministros amigos de Rajoy, del que formaba parte Soria, y en el que están Luis de Guindos y José Manuel García Margallo, se debilita aún más.

La comparecencia de Luis de Guindos en Comisión, sin la relevancia de un Pleno, va a ser un espectáculo de linchamiento, pues ahora son más las voces críticas y eso genera una ambientación de unanimidad. De Guindos, que debía haber dimitido ya, va a ser usado como cortafuegos del auténtico responsable del desaguisado que no es otro que Rajoy, al que se le informó y consultó la operación, por el propio Soria. Y al que, por primera vez, su partido no ha respaldado con un silencio espeso, sino que ha habido la suficiente zarabanda para indicar que en el PP, Rajoy no va a poder funcionar como hasta ahora. Ahí ya poderes autónomos como los de Alberto Núñez Feijoo, Cristina Cifuentes y Juan Vicente Herrera que van sentando plaza de barones.