Miguel Sempere
Retorna Antonio Jiménez, tan sin ideas y tan vago como siempre pero mucho más desgastado. El Cascabel aburre al gato y duerme a las ovejas. Los contertulios hacen méritos para que les oigan en Génova y en Moncloa, con una exasperante indigencia mental, de la que sólo se salva la lucidez cínica de Graciano Palomo, quien al menos sabe el papelón que hace, pero hasta incluso Carmelo Encinas se ha vuelto un lameculos compulsivo que ni se atreve a exponer una idea sugerente y ya repta intelectualmente como el pobre y anciano Fernando Jáuregui. O una cascada Victoria Prego que no coordina bien sus argumentos. O un Antonio Martín Beaumont, aliado y socio de corruptos, que, a fuer de lacayo, no sabe ni contar, ni las normas básicas de una democracia parlamentaria, quizás volviendo a sus etapas de la “nueva derecha” de Alain de Benoist.
Para mantener este bodrio, la Conferencia Episcopal, antes decía que por capricho de Rouco, pero ahora por Osoro, que la paga con el tesoro que le da el Estado, para que la Iglesia Católica en España sea el felpudo y la escupidera de un partido corrupto y esté callada sobre la corrupción, porque incluso tiene como accionista a Enrique Cerezo, como siempre –áticos en Estepona- para alquilar a alto precio sus películas del Oeste.
Jiménez tiene menos credibilidad que anunciando crecepelos y puede llegar a sospecharse que toda esa quincallería que anuncia antiradares no funcionan.
El lacayismo en 13 TV es tosco y estruendoso, es, sobre todo, tedioso, repetitivo y cutre. No saben ni hacer televisión, ni tienen el más mínimo sentido del ritmo y la muestra es El Cascabel donde están tan instalados en el día de la marmota que Jiménez va cogiendo un aire a Phil.