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Albert Rivera, entre el cero y el infinito

Redacción




Albert Rivera en campaña. /Foto: lavozdegalicia.es.
Albert Rivera en campaña. /Foto: lavozdegalicia.es.

Enrique de Diego

Resulta difícil analizar, e incluso tomarse en serio a Albert Rivera porque cada día dice cosas contradictorias con idéntica rotundidad. Él mismo ha presumido de carecer de credibilidad y ha incidido en que no le importa porque es por España. Si fuera por España, debería ser más consecuente con sus palabras y sus compromisos.

La negociación del pacto de investidura y los debates han sido un conjunto de pequeñas y grandes humillaciones infringidas por el PP que ha tratado a Ciudadanos como un efímero grupo de advenedizos. En el debate previo, a la segunda votación, Albert Rivera pareció que rompía con el PP, o al menos que retornaba al veto a Rajoy, ese que no ha existido nunca pero que se reiteraba siempre en campaña electoral; y nos pareció a los simples mortales que exigía, como poco, otro candidato distinto a Rajoy si en el futuro querían hablar con Ciudadanos. La designación de José Manuel Soria para el Banco Mundial ha sido una provocación para todos los españoles, pero especialmente para Albert Rivera, pues en su caso es un ninguneo y una burla a las promesas de transparencia y a los pactos de limpieza y anticorrupción.

Pero ha sido irse a Vitoria y, sobre todo, a Galicia y su discurso ha cambiado, con idéntica rotundidad. Según Albert Rivera, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez deben irse, mientras él se queda, porque es el único dispuesto a pactar, con quien sea. Al tiempo, ha lamentado que el PNV no se implique en la gobernabilidad de España; extraño lamento en el antinacionalista oficial, que sugiere que Rivera estaría dispuesto a participar en un acuerdo de investidura en el que también estuviera el PNV, lo cual es no poca componenda. Quienes han tratado a Rivera insisten en que no tiene palabra, que sólo busca un sillón –el de presidente, era su objetivo- y que depende por completo de sus financiadores del Ibex, y especialmente de La Caixa y el Banco de Sabadell.

En Vascongadas, Albert Rivera puede aspirar a poco; a ocupar algo del espacio de UPyD, que era un partido mucho más serio, más sólido y con más ética, que cometió el elogiable error de llevar a Rodrigo Rato a los tribunales, poniendo de los nervios a los poderes fácticos. Rivera, en materia de lucha contra la corrupción, no ha hecho absolutamente nada, salvo firmar papeles y declamaciones.

En Galicia, este Albert Rivera que parecía haber roto todos los puentes con el PP, resulta que aspira a “controlar a Feijoo”. El candidato del PP tiene un problema: la extrapolación de los resultados de los generales le dejan a dos escaños de la mayoría absoluta; las encuestas más amigas le dan la mayoría absoluta más raspada; y las de mayor credibilidad le sitúan un escaño por debajo, el 13, el que llaman en el argot político gallego “de la felicidad”, que puede dirimirse en Lugo, pero que con todo seguridad se dirimirá en La Coruña.

Si Feijoo, que pide el voto útil para laminar a Ciudadanos, con el mensaje sencillo y reiterado de o yo o el caos separatista, no obtienen la mayoría absoluta y Ciudadanos, que pide el voto útil para tener cogido a Feijoo, obtuviera representación, lo que no da ninguna encuesta, a Albert Rivera le habría tocado la Lotería. Rivera, tan poco creíble por España afirma que: «No pediremos sillones, pero sí reformas, sí cambios». Entre ellos, mencionó «acabar con el voto rogado», pero también reformas institucionales, o mejoras en sanidad «pero no para colocar políticos por afinidad al frente de los hospitales».

Los objetivos de Feijoo y Rivera son antitéticos, así que vamos a asistir a una lucha cainita con la pretensión de que haya un final feliz. De fondo, el hecho de que Feijoo tiene desgaste y no menor. El balance de sus siete años tiene sombras espesas: el paro ha subido 5 puntos, 50.000 parados más, los salarios han caído el 6%, el déficit de la Seguridad Social crece a un ritmo de 400 millones al mes y hay 700.000 gallegos pobres.

Según el nuevo delegado de Rambla Libre en Galicia, Pablo Barrón, hay dos sectores importantes donde el malestar es muy intenso: agricultura y pesca, que consideran que no les ha defendido de decisiones lesivas de la UE, mientras que en ese terreno el nacionalismo del BNG, con Ana Miranda, ha sudado más la camiseta en Bruselas, aunque con magros resultados.

Alberto Núñez Feijoo está convencido de que precisa que no se desperdicien votos con Ciudadanos, porque eso tiene el riesgo de favorecer al nacionalismo; Ciudadanos, por el contrario, aspira a ser el salvavidas de Feijoo, para luego estirar de la soga. Albert Rivera se mueve en Galicia entre el cero y el infinito. Lo mismo que intentó, sin éxito, Mario Conde.